30 diciembre, 2005

DÍA DE FIESTA (1995)

Es día de fiesta. Unos pasos lentos, el de los últimos en acostarse, acompañan al Sol que se va alzando. Los tiovivos, los autos de choque y las demás atracciones, esperan en silencio su momento de volver a la vida.

Un camión, de grandes dimensiones, llega a la ciudad y busca una determinada plaza (nunca es fácil encontrarla cuando cada noche se cambia de pueblo). Allí deberá descargar su contenido para que se monten, siempre con prisas, los equipos de luces y sonido de la gran actuación de la siguiente noche. Los encargados de ello, en una furgoneta, recién llegados hace una hora, tratan de dormir en sus asientos, apurando su último sueño.

Por la plaza de la Iglesia pasa un camión de limpieza, recogiendo los restos de la fiesta del día anterior y, en algunos bares, cerrados no hace mucho, ya se ve como se levantan algunas de las persianas metálicas, aguardando la llegada de más refrescos, de más helados...

Los gigantes, en el ayuntamiento, duermen también con profundo sueño, esperando ser llevados de nuevo a presidir la fiesta. El dragón, de dos cabezas, parece excitado, anhelando la llegada de su instante de gloria.

Un miembro de la organización se incorpora ya de su cama, con nervios, y mira al cielo, donde teme encontrar las malditas nubes que a mediados de agosto siempre amenazan. Nada en el cielo, sólo el Sol que, cada vez con más fuerza, va iluminando la playa, la plaza, las calles, mientras la ciudad vuelve a recobrar su pulso para volver a disfrutar.

Se espera calor, mucho calor, y gente, mucha gente, como siempre. Sin ellos no hay nada, sin sus risas, sus carreras, su excitación, su alegría, sus comentarios, su vida. Nada debe fallar.

Es día de fiesta.

UN DÍA PERFECTO

Llegará un día en que sólo me quedarán veinticuatro horas justas de vida. Sólo veinticuatro, pero veinticuatro exactas. Ochenta y seis mil cuatrocientos segundos. Ni más ni menos.


Me quedará sólo un día, pero habrá un momento, un momento único, que nadie conocerá, que será el del inicio matemático de mi último día, donde ya todo pasará por última vez. Serán veinticuatro horas perfectas, rotundas, redondas que me separarán de mi último aliento sobre la tierra. Veinticuatro horas, sólo veinticuatro, pero veinticuatro desde cualquier ángulo, desde cualquier punto de vista. Veinticuatro horas indiscutibles. Más precisas de lo que ningún reloj en el mundo pudiera determinar.

Y después llegará el momento de mi última hora, de mi último minuto, de mi último segundo. Cumpliendo el dicho latino, mors certa est, hora incerta, todos esos últimos instantes de tiempo irán pasando de forma ordenada, paso a paso, sin detenerse, de forma rigurosa y sin atolondramientos por las prisas ni por la importancia del momento, aunque de forma completamente desconocida por todos.


Y lo malo es que no me daré cuenta, tal vez, de nada de ello, que no veré el valor de esa última puesta de Sol, de ese suave temblor en mi nariz por la última respiración, de ese último redoble de mi corazón, en mi exhausto pecho...


Tal vez recuerde, en ese postrer momento, como ahora recuerdo, aquella luz blanca que me entraba por el balcón, con su verja negra, de mi antigua casa en Valencia, donde nací, y a dónde ya no puedo volver pese a que recorra sus habitaciones una y mil veces, y trate de recordar los olores, las formas, los colores, las luces y los sonidos de aquellos momentos, como las campanas de aquella iglesia, que siempre estaban sonando, como otras están sonando cerca de aquí, y ya muy lejos de allí.

Antes de ese día perfecto, habré tenido mi último mes, mi último año, mi último lustro en mi última vida. ¿Cuándo será eso? No se sabe, ¿cuándo es el último café, la última copa, el último beso, el último sueño, el último dolor, la última alegría, la última tristeza? Todo se sucederá, con la precisión del movimiento de los planetas, y con su silencio, entre la ignorancia del cosmos y, quizás, una cierta tristeza en la gente que me quiera.

DESESPERANZA...

Pese ir al bosque, con mi mejor traje rojo, en diversas ocasiones, el lobo nunca estuvo allí.

26 diciembre, 2005

¿QUÉ HAY DE NUEVO, VIEJO?

Uno de los campos de las ciencias que estudian el pasado que más novedades nos suele presentar es, sin duda, el de los resultados de la investigación sobre la expansión de los primeros grupos de homínidos. Ello es también cierto en Europa, donde ha habido un importante debate desde inicios de los noventa entre los partidarios de unas cronologías muy largas para el primer poblamiento de nuestro continente y los de unas cortas, no muy superiores al medio millón de años. La discusión se va decantando, poco a poco, en favor de los primeros, ante los nuevos hallazgos que se van sucediendo desde hace diez años en la península Ibérica y en toda Europa.
Los restos de hace un millón y medio de años encontrados en yacimientos enclavados en la depresión de Guadix-Baza (Orce, Granada), los de hace más de 800.000 años de Atapuerca (Burgos) y, ahora, los de Tarrasa (Barcelona), donde se ha hallado industria lítica de hace un millón de años como mínimo, parecen proporcionar pruebas suficientes (por lo publicado) como para hablar de una península Ibérica que seguramente se pobló algo ampliamente —y no de forma esporádica— con homínidos (¿Homo ergaster o erectus? ¿o habilis?...), en una época anterior a la hasta hace poco supuesta por algunos autores y que estaría, tal vez, en su primer momento, en torno a los dos millones de años, como defienden diversos estudiosos desde fines de los ochenta.
Pero no sólo pasó aquí, el descubrimiento en 2005 de herramientas de sílex en una excavación cerca de Pakefield (sureste de Gran Bretaña) o en 1994 de un fragmento de la bóveda de un cráneo de homínido (su calvaria) en Ceprano (Italia), con unas dataciones cercanas a los 800.000 años, así como otros ejemplos en otros yacimientos, nos muestra que algo parecido debió suceder en toda Europa, y que es, quizás, sólo un cierto azar el que ha determinado no encontrar más útiles en algunas otras zonas.
Otro debate es el que afecta a su industria, ya que en Orce, Tarrasa o la Gran Dolina (Atapuerca), así como en el resto de Europa o Asia en la misma época, sólo hallamos el tipo conocido como Olduvayense (Modo I). ¿Por qué no usaban aún la tecnología Achelense (Modo II), utilizada en África varios cientos de miles de años antes? Una de las respuestas más probables para Arsuaga (que nos vuelve a llevar a las cronologías largas para el poblamiento europeo), es que los homínidos salieron de África hace mucho más de un millón y medio de años, como se ve en Dmanisi —Georgia— y otros yacimientos, aunque haya dudas con algunas dataciones.
Otra cuestión importante sería si se llegó a Europa desde África por el estrecho o, por tierra, desde el Próximo Oriente. En este caso, es la segunda hipótesis la más probable, pese a los hallazgos de restos humanos en el Magreb con dataciones cada vez más antiguas. No se ha podido demostrar que bandas de homínidos cruzaran el estrecho en unas fechas tan remotas y se asentaran en nuestra península poblando después el resto del continente. Además, no es sencillo creerlo dado lo que hoy conocemos de la industria del Modo I y de lo que suponemos sobre la capacidad de estos lejanos antepasados. Si en 2001, una odisea en el espacio al tirar un homínido al aire un hueso se convertía al caer (en una hábil metáfora) en un astronave, el salto del mismo a la canoa necesaria para cruzar esos 14 km entre África y Europa es también muy complejo. Pero nuevos datos confirmarán o negarán esta hipótesis. Es lo bueno de la ciencia...
Por último, si se llegara a confirmar que desde hace dos millones de años los homínidos han cruzado el estrecho con cierta facilidad, ¿alguien podrá impedir el salto ahora a seres humanos, si no es acumulando muertos en el camino? Y si no se confirmara, ¿se podrá impedir también?
Alfonso López Borgoñoz
(a publicar en TECNOCIENCIA núm. 1, sección "Pretérito Imperfecto", marzo 2006)

30 noviembre, 2005

OTRO ACERCAMIENTO AL ESPACIO ES TAMBIÉN POSIBLE...

En el profundo silencio del Cosmos, que casi fue acompañado por otro silencio –no tan profundo- de los medios de comunicación terrestre, el pasado 26 de noviembre se posaba una sonda japonesa, llamada Hayabusa, durante unos cortos segundos sobre la superficie del asteroide Itokawa, recogiendo muestras del polvo de ese cuerpo menor con la intención de traerlas hasta nuestro mundo en el 2007, lo que prueba el vigor actual de la Agencia de Exploración Aeroespacial Japonesa.

Un mes y medio antes, en octubre, China daba también un nuevo impulso a sus investigaciones con el lanzamiento de un nuevo cohete con otros dos astronautas, lo que acreditaba asimismo su capacidad cada vez mayor de enviar seres humanos más allá de nuestra atmósfera (y de devolverlos vivos).

Sin duda, estamos viendo como otros acercamientos al espacio son también posibles. El espacio exterior va despertando el interés de cada vez más países, ya sea para mejorar su conocimiento o su control. Se acredita así el que conocer nuestro entorno no es un problema de una determinada cultura o sistema económico, sino que anida desde siempre en muchos seres humanos de todas partes (como se observa por los registros astronómicos que hallamos desde la antigüedad en todo el mundo).

Sin embargo, no debemos olvidar que otras razones estratégicas y de toma de posición de los gobiernos que lideran esos trabajos influyen de forma notable en la selección de objetivos. Mientras que el uso pacífico del espacio hace que las misiones japonesas se centren en el envío de sondas exploradoras de alto nivel tecnológico, la preocupación del gobierno chino va más en la senda de un control más efectivo del espacio, lo que dado el tipo de políticas que suele llevar podría ser preocupante. No debemos olvidar que los únicos países que han creado cohetes para llevar seres humanos al espacio han sido potencias fuertemente armadas con misiles y con un presupuesto militar muy elevado. Evidentemente, ello no implica que no sepamos que muchos viajes de exploración científica —como también son sin duda los de la Antártida—, tienen una parte de interés estratégico para las naciones que los mantienen, las cuales intentan desarrollar una tecnología autónoma capaz de hacerles estar allí cuando ello sea preciso para los intereses de su estado.

Enero es el mes de los reyes magos... Ahora es momento de decir no sólo lo posible, sino también lo deseable, y ello sería la firma de un nuevo tratado mundial que ratificara el uso pacífico, con proyectos comunes, del espacio (al igual que se hizo en 1979 con el acuerdo firmado para regular las actividades sobre la Luna y otros cuerpos celestiales), asegurando que el mismo sigue siendo, para siempre y como siempre, patrimonio de toda la humanidad.

Alfonso López Borgoñoz

(Publicado en Astronomía, enero del 2006)

04 noviembre, 2005

MIRANDO EL CIELO EN DICIEMBRE

Llega diciembre, con sus largas noches y con su frío, que se acrecentará en enero y febrero, probablemente. Y también llega el momento, al anochecer a horas más tempranas, en que es más sencillo disponer de la oportunidad de observar el Cosmos, sencillamente por el gusto de admirar o tratar de vislumbrar nuevos detalles en mundos u objetos del cielo profundo contemplados mil veces. Tiempo gélido, de soledad (quizás como cada estación, eso es cierto, según nuestros recuerdos y vivencias) y de reencuentro con algunas estrellas (al menos, en aquellos lugares en los que éstas no nos han sido robadas aún por un exceso de iluminación).

Cada nuevo invierno, en sus inicios sobre todo, recuerdo la gloria de la observación en sí misma, a simple vista especialmente, aunque también mediante binoculares o con telescopios pequeños, dado que no siempre la época estival es propicia para ello, pese a su belleza, a su climatología no tan dura y a las vacaciones. Es verdad que ahora, en esta nueva estación, tan oscura, no apetece tanto de entrada dedicar tiempo a nuestra afición, pero siempre sacas unos réditos emocionales superiores al esfuerzo de coger el telescopio, plantarlo donde se pueda y buscar aunque sólo sea Orión, por ejemplo. O de mirar sólo hacia arriba, al salir del trabajo, de reuniones, de charlas o de copas con los amigos, ya de noche, y sentir (aunque no lo veamos bien) que es el cielo el que nos contempla, desde lo alto, acompañándonos en nuestros pasos, en nuestro autobús o en nuestro coche.

Tiempo de estrellas, de noches largas, de viajes infinitos con la imaginación, los cuales quizás son los mejores. ¿Quién no se anima a aprovechar y darse una vuelta? No hace falta dinero, no hace falta vehículo, no hace falta ni siquiera un exceso de movilidad por nuestra parte. Como es lógico, no importa la edad, no hace falta ser joven o viejo, sólo se precisa una ventana que nos permita ver el cielo (y unas autoridades sensibles con el derroche de luz) y ya podremos partir y recordar lo que sentimos cada fin de año (desde siempre, desde donde alcanza nuestra memoria más antigua) cuando alzamos nuestros ojos y contemplamos (o sólo sentimos) ese maravilloso, lejano y frío Universo en invierno.

Alfonso López Borgoñoz

(Publicado en Astronomía, diciembre de 2005)

06 octubre, 2005

SEMANA DE LA CIENCIA

En este noviembre nos vuelve a alcanzar otro potente viento, el de la edición 2005 de la Semana de la Ciencia, que este año parece contar con una mayor organización en toda España y con un número de actos más amplio.

Debe destacarse el esfuerzo que se realiza desde muchas asociaciones de aficionados tratando de estudiar el cielo y de acercarlo a la gente, haya o no eclipses, por el puro placer de divulgar. En eso, la astronomía tiene una suerte de la que carecen otras ciencias.

(Publicado en Astronomía, noviembre de 2005)

05 octubre, 2005

PRESUPUESTOS 2006 PARA LA CIENCIA, PERO ¿QUÉ CIENCIA?

Noviembre también es época de impetuosos vientos presupuestarios y de pensar en cómo ayudar a impulsar nuestra maltrecha investigación. Según la Fundación por la Paz, el gasto en el 2006 en investigación y desarrollo de programas militares, que desde hacía años era de unos 1.330 millones de euros, se aumentará en un 27%, hasta alcanzar los 1.684 millones de euros (unos 280.000 millones de pesetas). Es decir, el 26% del total del gasto en I+D se dedicará a lo militar, cuando lo normal —en los países sin armas atómicas— es que ronde entre el 10/15%.

Como siempre, nuestros gobernantes nos repiten que crecerá el presupuesto dedicado a la ciencia (que en una parte pequeña ha sido verdad), cuando lo cierto es que sólo lo hará de forma muy significativa en aspectos no relacionados con la investigación civil, que es la que se desea y que es la que nuestra economía precisa. Y, como antes, se continúa con la práctica de enmascarar unas cifras con otras.

Se debe reclamar unos porcentajes de inversión en lo civil y militar adecuados (lo que implica un mayor esfuerzo en lo civil), una ejecución efectiva de los presupuestos aprobados, una mayor claridad en las cuentas y una transparencia más grande en las motivaciones de los gastos, que permita a la gente hacerse cargo de qué es lo que se dice y qué es lo que se hace.

En tiempos de debate sobre la financiación de la sanidad, vale la pena saber que una sola empresa recibirá para el desarrollo de dos tipos de carros de combate más dinero que el total que se destina a investigación sanitaria.

(Publicado en Astronomía, noviembre 2005)

TRAS LA NOCHE, EL DÍA

El poeta griego Arquíloco de Paros, tras observar quizás el eclipse total de Sol del 647 a.C., escribía que “ninguna cosa está fuera de la esperanza ni se puede jurar imposible, ni es extraordinaria después que Zeus, padre de los [dioses] olímpicos, haya cambiado en noche el mediodía ocultando la luz del Sol resplandeciente. Un miedo que debilita el ánimo sobrevino a los humanos y desde entonces, todo es creíble y esperable...”

Pese a que, tras muchos siglos, la luz se va imponiendo lentamente a la superstición, es cierto que un ánimo extraño recorre, aún hoy, el cuerpo del que nota el frío viento negro de un eclipse rozando sus ojos. Muchos lo notamos el pasado día 3 de octubre de 2005.

(Publicado en Astronomía, Noviembre 2005)

03 septiembre, 2005

ECLIPSE ANULAR

Este lunes 3 de octubre de 2005, por la mañana, será visible desde España un Eclipse Anular de Sol a lo largo de una estrecha franja de sólo unos 200 km, cuyo punto medio irá desde Pontevedra hasta, aproximadamente, la frontera entre las provincias de Valencia y Alicante, pasando por Madrid, y siendo visible incluso en Ibiza, para dirigirse después hacia las tierras del norte de África.

Será la primera vez, desde fines del siglo XVIII, en que tal cosa sucederá en la Península Ibérica. Si pensamos en los eclipses totales, también hace tiempo que éstos ningunean a nuestra antigua piel de toro, ya que asimismo desde el último habrán pasado casi cien años. Las Canarias han tenido más suerte y han sido visitadas por eclipses anulares en el siglo XIX y por totales a mediados del XX, aunque esta vez quedarán muy alejadas de la centralidad y sólo les será posible ver el fenómeno parcialmente, como en tantos otros puntos de la península ibérica, aunque con un porcentaje menor de ocultación.

Un eclipse anular se produce cuando la Luna pasa por el cielo justo por delante del Sol y por, una rara casualidad de distancias, su tamaño aparente es levemente inferior al del Astro Rey, motivo por el cual no lo tapa por completo, sino que el círculo aparente que forma la sombra de nuestro satélite se sitúa justo en el centro de nuestra estrella, y es rodeada completamente por ésta, como si fuera un anillo de luz.

Aficionado a la observación de eclipses, es difícil para mí el expresar la magia que tienen esos breves minutos, tan eternos, en que el Sol se oscurece por el paso fugaz, en un verdadero silencio clamoroso, de una Luna más negra que nunca. Sin duda, mucha gente, mejor preparada, ha sido capaz de expresarlo con mejores palabras que las que mi capacidad me permite.

Sin embargo, si que vale la pena recordar como esta contemplación representa más cosas, como es el lento triunfo de la capacidad humana de captar el ritmo de la mecánica celeste de forma precisa, con leves imperfecciones que nuevos ajustes basados en la observación y en la mejora de las hipótesis deberán ir reduciendo. Cada vez que lo he visto, he pensado en el largo y glorioso camino de refinamiento de cálculos que va desde la antigüedad hasta nuestros días.

El próximo eclipse total no llegará hasta el 2026. Ojalá lo podamos disfrutar todos y comprobar como, de nuevo, la mecánica celeste, felizmente interpretada por el ser humano, es capaz de ser correctamente predicha.

Y, por si fuera a ser que no estuviéramos llamados a ver ese eclipse futuro, vale la pena desplazarse en éste al área de centralidad para tratar de gozar de ese tránsito lunar ante la faz solar. Eso sí, siempre con las debidas medidas de protección ocular.

Alfonso López Borgoñoz

(publicado en "Tribuna de Astronomía y Universo", octubre de 2005)

01 agosto, 2005

UN VERANO MOVIDO

En cada revista, especialmente tras el paréntesis veraniego, nos encontramos con los numerosos descubrimientos que se suceden en el ámbito de las ciencias del espacio y que han tenido lugar (o se han hecho públicos) desde que publicamos nuestro último número. Como siempre, y en la medida de nuestras posibilidades, trataremos que la mayoría gocen de un lugar y un comentario mínimamente adecuados este mes de septiembre en Astronomía.

Como todos los avances, las nuevas investigaciones confirman algunas hipótesis, descartan otras y nos obligan a formularnos en muchos casos preguntas más complejas (o, a veces, más sencillas) sobre lo que es el Cosmos y sobre lo que lo compone.

Lo mejor de julio y agosto está concentrado, quizás, en los estudios de nuestro propio Sistema Solar, fuente inagotable de sorpresas, que nos hacen contemplar los nuevos datos con la misma cara de asombro que le queda al hijo de los dueños de la granja en la que se hospeda durante unas semanas Shane (Alan Ladd), el pistolero, en la película Raíces profundas de George Stevens, cuando éste se entrena disparando a una piedra blanca, sin fallar ni un tiro. Casi, como al niño, se nos ha ido escapando a lo largo de estos dos meses un largo y suave silbido de admiración al ir conociendo las noticias que nos han ido llegando por diferentes medios.

¿Qué es lo más relevante? ¿Los primeros resultados tras el choque de la Deep Impact? ¿El descubrimiento de un posible décimo (y undécimo) planeta del Sistema Solar? ¿La controversia sobre estos cuerpos y su correcta definición —a este paso, y si no se pone solución, es posible que la lista de planetas acabe por ser más larga que la de los reyes godos—? ¿Quizás los nuevos descubrimientos de la Cassini en el sistema de Saturno? ¿O tal vez tenga más importancia el nuevo despegue de una lanzadera espacial y el nuevo parón en los mismos al que parecen obligar los problemas detectados? Sin duda, será el futuro a medio plazo el que acabará dictando su sentencia sobre el interés real de lo sucedido, más allá de lo que podamos llegar a indicar aquí. ¡Quizás lo de mayor trascendencia se nos haya escapado y sólo resplandezca de aquí a muchos años!

Particularmente, no obstante, me quedo con la visita de Armstrong a Valencia, a fines de julio, en la que no pude estar. Él tal vez sólo fuera el piloto, como señaló, pero fue el primero de nosotros que estuvo allí, en la Luna. Y aunque lo dijo en broma, no creo que lo mejor del viaje fuera el silencio ocasional al pasar por la cara oculta, sino que éste estuviera precedido y seguido por otras voces humanas, con las que vivir y compartir esa ilusión y esos momentos únicos a su vuelta a casa.

Alfonso López Borgoñoz

(publicado en "Tribuna de Astronomía y Universo", septiembre de 2005)

30 mayo, 2005

TREINTA AÑOS DE COOPERACIÓN ESPACIAL Y UNA MIRADA AL FUTURO

El contar con políticas activas de investigación y desarrollo de ciencia y tecnología espacial para usos pacíficos es básico. Sin embargo, en Europa sabemos bien lo oneroso que es ello si los objetivos son algo ambiciosos. Las actuales dificultades rusas son un buen ejemplo, aunque su capacidad siga siendo envidiable. Ello explica el interés que hay en el proyecto de tratado de constitución europea en reforzar todo lo que es el trabajo conjunto en materia de investigación espacial, sin menoscabo de las políticas nacionales.

Pero hace treinta años ello también estaba claro para una generación de mandatarios europeos, a los que el estrecho marco de sus países les impedía desarrollar una vía propia de acceso al espacio. De ahí la importancia de celebrar el pasado 31 de mayo el trigésimo aniversario de una sólida institución, la Agencia Espacial Europea (ESA), con una reputación bien ganada, y a la que queremos felicitar muy sinceramente. Este organismo, que agrupa en la actualidad a 16 estados (Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Irlanda, Italia, Noruega, Portugal, Reino Unido, Suecia y Suiza —con Luxemburgo a punto de entrar—), ha mostrado reiteradas veces su capacidad, siendo el reciente éxito de su sonda Huygens uno más en una larga serie.

Seguramente, el que aún mantengan poderosas agencias independientes los estadounidenses, japoneses, indios y chinos se debe más a razones ligadas a ciertos condicionamientos de sus políticas de defensa, a factores de prestigio y a razones geográficas e histórico-culturales, que no a la creencia de que es mejor ir solos al espacio, sin alianzas. La cooperación internacional entre diferentes entidades para el desarrollo pacífico del espacio es cada vez mayor. Así, las agencias espaciales que algunos estados continúan manteniendo, trabajan básicamente con el objetivo de desarrollar proyectos ‘locales’ y con el de aliarse con otras en proyectos de investigación concretos.

El mejor homenaje al intento europeo, quizás, haya venido estos días del otro lado del Atlántico, de la mano de la propuesta presentada en mayo por la joven Agencia Chilena del Espacio con motivo de la IV Conferencia Espacial de las Américas acerca de crear un mecanismo de concertación regional en materia espacial para Latinoamérica y el Caribe, similar a la ESA, que ya ha sido apoyada por Argentina. Los primeros países que podrían sumarse serían, además de los citados, México y Brasil, aunque no hay duda de la voluntad de que el proyecto llegue a incluir a toda la América situada al sur del río Grande. Ojalá dentro de 30 años, también celebremos el cumpleaños de esta iniciativa entre felicitaciones.

Alfonso López Borgoñoz

(Publicado en 'Astronomía' julio y Agosto 2005)

20 mayo, 2005

EL ARTE DEL DEMIURGO

ATAPUERCA, PERDIDOS EN LA COLINA. LA HISTORIA HUMANA Y CIENTÍFICA DEL EQUIPO INVESTIGADOR,
Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro,
Barcelona, Destino,
2004, 446 pp.


Escribía Lakatos que “los criterios científicos utópicos [por Popper], o bien crean exposiciones falsas e hipócritas de la perfección científica o alimentan el punto de vista de que las teorías científicas no son sino meras creencias enraizadas en intereses inconfesables”(1).

Partiendo de ese punto de vista, Eudald Carbonell y José Mª Bermúdez de Castro dialogan en esta obra —de lectura cómoda— sobre lo que han sido sus experiencias personales y científicas durante más de veinte años de excavaciones en la sierra de Atapuerca (Burgos), sin falsas hipocresías acerca de la perfección de la investigación científica, pero mostrando su respeto profundo por la correcta documentación de los pasos dados, así como por la explicación de la base sobre la que se asientan sus hipótesis, con la finalidad de que el lector pueda llegar a conocer (casi desde dentro) cuál ha sido el contexto externo (social) e interno (del mundo de la arqueología y paleontología) en el que ha ido desarrollándose su trabajo todos estos años. Incluso se atreven a medio bromear, gracias a una acertada cita de Balmes, con alguna de sus ideas más aventuradas, como cuando hablan del conocido bifaz votivo (pp. 290-293) encontrado junto a los restos de la treintena de Homo heidelbergensis descubiertos en la Sima de los Huesos.

Ello es lo correcto, creemos. Cualquier comunicación científica debe proporcionar, no sólo conclusiones, sino también datos claros acerca de cómo y porqué se ha llegado a ellas. La verdadera ciencia está más en el método que no en lo que se dice acerca de los descubrimientos (al fin y al cabo, meras verdades provisionales). Lo fundamental no es ver que los muñecos se mueven, sino cuál es la trabazón interna que permite al titiritero o al estudioso hacernos creer en ello.

Como siempre, la definición de especie en paleontología es clave. Para E. Mayr, las especies son poblaciones naturales que se entrecruzan y que se encuentran reproductivamente aisladas de otras. Sin embargo, y pese a ser la definición más usada en biología, es inútil para el estudio de fósiles (dada la imposibilidad de probar si se entrecruzaban y si su descendencia era viable) o de especies asexuadas o partenogéneticas. Bermúdez de Castro, que conoce el problema, trata de explicarlo desde la perspectiva paleontológica (pp. 319 y ss). Comenta varias definiciones y nos acerca a los modos actuales de superar las dificultades, pero no puede negar que continúan existiendo concepciones no estrictamente científicas al hablar de la importancia de algunos restos por sus descubridores, pese al fuerte deseo de objetivizar cada descripción. Y así vemos coexistir entre los especialistas el deseo ‘obsesivo’ de algunos por encontrar el homínido más viejo del continente —p. 426—, mientras que otros muchos sólo aspiran a poder simplificar el registro de homínidos, lo que dificulta el estudio de la evolución humana.

Como en otras obras sobre la prehistoria, el peso suele recaer más en los restos paleontológicos que en los arqueológicos. Y ello es algo injusto, dado el interés de los hallazgos de industria lítica de hace más de un millón de años en la propia Atapuerca (o en Orce —Granada—).

En el caso del Homo antecessor, se argumenta —con cautela— que quizás fuera el ancestro común de neandertales y humanos modernos, y que su origen debió estar en África o bien en un Próximo Oriente entendido en su sentido muy amplio, aunque se reconoce que no es posible demostrarlo aún con pruebas concluyentes (pp. 325 y ss.). Por desgracia, ni siquiera se sabe todavía su ligazón con los posteriores Homo heidelbergensis hallados en el mismo yacimiento.

Tal vez algún lector pueda llegar a considerar que a la obra le sobran algunas páginas con anécdotas muy costumbristas que quizás sólo sean relevantes para el grupo que ha colaborado en Atapuerca. Sin embargo, creemos que es de agradecer el esfuerzo de los autores por explicar desde dentro todas las circunstancias que han rodeado su trabajo, desde el cortado tomado por las mañanas hasta el proceso de investigación más avanzado.

Alfonso López Borgoñoz

Notas
1. Lakatos, Imre (1989): La metodología de los Programas de investigación científica. Nota 125 (pág. 175). Alianza Universidad núm. 349. Alianza Editorial. Madrid.

06 mayo, 2005

EN APOYO DEL TELESCOPIO ESPACIAL

Aún recuerdo mi enfado hace unos quince años, cuando —ignorante— juzgué de chapuza la leve incorrección en el espejo del Telescopio Espacial Hubble y, casi, descarté la inversión y el presupuesto gastado en él como fruto del hambre desaforada de la gran ciencia por comerse los limitados recursos que en general se destinan a la investigación civil. Al fin y al cabo, cuando el dinero es limitado, todo presupuesto elevado que se destine a un proyecto, implica no gastarlo en otros más pequeños pero igual de importantes.

Pero pasó el tiempo, se sucedieron las misiones de reparación, y tanto yo como el Telescopio Espacial empezamos a ver las cosas mejor, con perspectiva. Me di cuenta que, tras el Hubble, había mucho más, incluso aunque su arreglo no hubiera sido posible. No sólo eran las suyas unas fotos impresionantes, no sólo había una gran ciencia —de verdad— en sus aportaciones, sino que él —en sí mismo— era también un noble fruto del ingenio humano. Captar imágenes precisas de puntos muy concretos del Cosmos, gracias al giro en el espacio de este enorme armatoste y tener después esas vistas, más o menos rápidamente, a disposición de todos, es algo que difícilmente era pensable hace nada.

Para comprobarlo, como cada mes, recomiendo que se paseen con nosotros por el Universo, y que —además de leernos de forma crítica— se deleiten este mes especialmente con la mera contemplación de las exóticas imágenes que nos acercan algunas de las maravillosas fotos del Hubble, como expresión de la serena belleza de un Cosmos —tan grande y tan pequeño, tan frío y tan cálido—, al que vamos conociendo cada día mejor, pese a su complejidad.

El hombre —afirmaba Pascal— es una “caña pensante”, según él “un vapor, una gota de agua es suficiente para matarlo”, pero, y ésta es nuestra grandeza, “pese a que el Universo lo aplastase, el hombre sería aún más noble que aquello que lo mata, porque sabe que muere y conoce aquello que el Universo tiene de ventaja por encima de él; el Universo no sabe nada de eso”.

Sin duda, el Telescopio Espacial ha contribuido a ello, a nuestra propia grandeza, al facilitarnos ver y comprender mejor lo que nos rodea. Por ello, cuando hay dudas sobre si volver a repararlo o no, debemos expresar claramente que creemos que se debe trabajar para que se mantenga operativo, al menos, hasta que un nuevo ingenio similar, o mejor, pueda llegar a cubrir el hueco que él deje o hasta que la tecnología terrestre (más barata), con sus imágenes, permita suplir en el imaginario de los aficionados, lo que ha significado durante una década y media nuestro amigo, nuestro compañero, el Hubble.

Alfonso López Borgoñoz

(Publicado en "Tribuna de Astronomía y Universo" junio 2005)

01 marzo, 2005

SOBRE VIAJES ESPECIALMENTE LARGOS...

Habiendo sondas espaciales... ¿es necesaria la exploración con seres humanos? Es una vieja pregunta. Ahora hay otra nueva. A muy, muy, muy larga distancia, ¿tiene sentido enviar complejas misiones, incluso aunque no sean tripuladas?

La Cassini-Huygens empezó su vuelo el 15 de octubre de 1997. Era el fruto de un proyecto iniciado mucho tiempo antes que ahora estamos disfrutando tras haber llegado a Saturno el pasado julio. Sin embargo, haciendo un poco de ciencia-ficción, ¿qué resultados tendríamos si la tecnología que lleva fuera la mejor actualmente, y no la mejor posible durante su proceso de creación y diseño? En su interior hay instrumentos de hace casi diez años. ¿Quién usa ya programas u ordenadores de 1995?

Alcanzar la máxima distancia con la mejor tecnología será cada vez más un reto importante a medida que vayamos yendo más lejos. ¿Qué pasará, por ejemplo, con la misión a Plutón New Horizons, que partirá en el 2006 y llegará en el 2015? ¿Y si vamos más lejos? Muchos son los factores que se deben tener en cuenta para todo proyecto de investigación espacial, pero, en el futuro, dado el avance de los conocimientos, deberemos plantearnos la rentabilidad científica real (no confundir con la económica) de un ingenio que deba llegar a su destino quince o veinte años después de ser lanzado.

¿Contestará una nave que diseñemos ahora, con experimentos adecuados a nuestras dudas actuales, a las cuestiones que los científicos se planteen en el año 2025? ¿Es defendible científicamente invertir en una misión cuyas respuestas no tendremos hasta mucho tiempo después, cuando quizás ni recordemos las preguntas, por haber sido contestadas por otros medios observacionales una década antes? Con unos medios limitados, ¿no es mejor dedicarlos a avanzar en ingenios menos específicos, como grandes telescopios, que permiten trabajar a muchos equipos en cosas muy diferentes?

No es fácil contestar, ya que también es cierto que sondas como las Pioneer o las Voyager han visto como su ‘anticuada’ tecnología podía ser aún algo útil por el avance de la ingeniería —que ha permitido una mejora en las redes de captación de sus señales—, y por nuestra capacidad de hacer buenas preguntas adaptadas a sus posibilidades de respuesta.

Tal vez en el futuro lo mejor sea enviar misiones enteramente reprogramables, que dispongan de los medios para construir por sí solas —cuando lleguen a su destino— los experimentos que se crean precisos, tras ejecutar las órdenes enviadas desde Tierra. Sin duda deberemos tratar de ir siempre más lejos, en un viaje lleno de experiencias, que nos permita enriquecernos con los propios resultados del trayecto, mientras vamos modificando los objetivos a medida que la ciencia avanza.

(Publicado en Tribuna de Astronomía y Universo, Abril 2005)

03 febrero, 2005

SÓLO PORQUE ESTÁ ALLÍ...

En 1962, el presidente estadounidense John F. Kennedy dijo en la Universidad Rice que “[...]A George Mallory, que murió en el Everest, se le preguntó que por qué quería escalarlo. Él contestó ‘porque está allí’. Bien, el espacio está allí, y vamos a escalarlo [...] Porque esa meta servirá para organizar y para medir lo mejor de nuestras energías y de nuestras habilidades [...] Hemos elegido ir a la Luna en esta década y hacer otras cosas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles”.

Para muchos, lo mejor de la llegada a la Luna no fueron los paseos de los astronautas, ni el medio centenar de kilos de piedras que se trajeron, sino el que una parte importante de una generación se interesara por la investigación, por la posibilidad de participar y formar parte de la gran aventura espacial y de la gran ciencia que giraba a su alrededor. Particularmente, mi interés por el Universo también se despertó en aquel momento de asombro.

Ahora, pasadas ya hace meses las Olimpíadas de Atenas, en las que el trabajo, así como la capacidad física y mental, permitió a algunos llevarse tres centenares de medallas de oro e ilusionar con la práctica deportiva (beneficiosa si es responsable) a millones de personas, no puedo menos que recordar esas palabras de Kennedy, esa ilusión, y volver a sentir como crecí con mi mente puesta en la conquista del espacio, cuyo espíritu era similar al olímpico (citius, altius, forrtius —más rápido, más alto, más fuerte—).

Después, en algún momento, pareció cambiar el lema de esa ilusión, al cambiar el de la NASA, pasando a ser faster, better, cheaper, dónde lo más importante no era lo de más rápido ni mejor, sino (parece ser) sólo lo de más barato... que si bien toca más de pies a tierra, no genera la misma ilusión en nosotros ni, posiblemente, en los más jóvenes. Ni hacia el espacio ni hacia la ciencia. Especialmente en España, donde ‘poco presupuesto’ e ‘investigación’ han ido siempre de la mano.

¿Servirá la Cassini-Huygens para despertar ese ánimo? ¿Seremos capaces de ilusionar con su magia a la siguiente generación? Creo que no. Los resultados de la Galileo no parecieron entusiasmar a mucha gente... y casi nadie se acuerda ya de los últimos robots enviados a Marte, cuando no hace un año aún de su llegada.

Posiblemente sólo el enviar seres humanos, enfrentándolos al viejo reto de establecer nuevas fronteras, pueda despertar ese mismo interés de nuevo. Tal vez el tratar de resolver problemas no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, y no porque sea barato, sino porque genera ilusión, sea una de las maneras más inteligentes de mejorar nuestro conocimiento de nuestro entorno y de nosotros mismos. Como cuando de pequeños tratábamos de subir a aquel maldito árbol del parque, decenas de veces, (hasta conseguirlo o no), sólo porque estaba allí.

(publicado en Tribuna de Astronomía y Universo, noviembre de 2004)

A HOMBROS DE GIGANTES...

Hace menos de un siglo, el origen de la vida era un completo misterio. Sin embargo, el desarrollo de la química inorgánica y el de la bioquímica —a finales de los años cuarenta del siglo XX— dio pie a una auténtica época prodigiosa —que se extendió a lo largo de casi dos décadas y de la que aún vivimos— en la que se descifró la clave genética, se reconocieron los mecanismos de la síntesis de las proteínas y de la transmisión de información en el interior de las células, y en la que, además, se describieron las relaciones energéticas en los seres vivos y la esencia misma de los procesos vitales.

Como se ve, se pusieron de relieve una serie de importantes procesos relacionados con la vida y con su origen, muchos de ellos con fuertes implicaciones científicas, pero también filosóficas, dada su relación con lo más íntimo de nuestra naturaleza. En ese proceso, Severo Ochoa (1905—1993) y Joan Oró (1923—2004), jugaron un papel de primer orden al contribuir de forma notable con sus investigaciones a que ello fuera posible.

Ahora, tras la reciente muerte el 2 de septiembre del profesor Oró, no es este editorial, con su reducido espacio, el medio idóneo para recordar su importantísimo estudio sobre la síntesis de la adenina, su hipótesis sobre la ligazón entre el origen de la vida y los cometas, o tantos otros trabajos suyos. Lo que me gustaría es, entre amigos, recordarle como uno más de nosotros, como otro gran amante del conocimiento científico, que trató de transmitir escribiendo, apoyando y participando —todo lo frecuentemente que su agenda le permitía— en numerosas actividades de aficionados, aportando su personal punto de vista a las cuestiones tratadas. Gracias a él fui a Marte por primera vez, y eso (claro) no es fácil de olvidar.

A mí también me expresó un día que éramos polvo de estrellas e hijos, por tanto, de un Universo del que veníamos y al que volveríamos. Sin embargo, en este mi adiós personal a alguien que supo comunicarme, ya de niño, siendo amigo de mi padre, la ilusión por el mundo de la gran ciencia, no puedo dejar de decirle que sí, que somos polvo de estrellas, pero que, tal como indicaba Quevedo en los versos finales de su Amor constante, mas allá de la muerte, nuestros restos “serán ceniza, mas tendrán sentido; polvo serán, mas polvo enamorado”.

Tal vez seamos polvo, pero esas cenizas brillan, por un instante fugaz, con una luz tan intensa que es capaz de encender y apagar un Universo entero, así como de tratar de entenderlo y de amarlo. La capacidad de amarlo, quizás sea innata; pero la de entenderlo se la debemos a gente grande. Sin duda Oró, y sus hombros, sobre los que las nuevas generaciones tratarán de asentarse, ha sido uno de ellos.

(publicado en Tribuna de Astronomía y Universo, octubre de 2004)

¿UNA CIENCIA EUROPEA AL ALZA?

El pasado mes de julio un estudio efectuado en el Reino Unido hacía un recuento de las veces que los artículos científicos escritos en cada país eran citados. Destacaba en él los EE.UU., que reunían el 50% de las citas (más que toda la Europa de los 15), pese a no ser autores del mismo porcentaje de artículos publicados (aspecto en el que también sobresalían por encima de ningún otro país, excepto si se comparaba con todos los países de la Unión Europa juntos —con una población mucho mayor—). Es decir, los estadounidenses publican más artículos, cuyo impacto es aún mayor que su cifra.

Las cifras pueden ser engañosas, y es posible que cuenten como propios artículos hechos por autores de cualquier nación que trabajen en los EE.UU. o que se hayan nacionalizado. Pero eso no sería un dato en contra de dicho país, sino a favor de su sistema de integrar la inteligencia del resto del mundo en su producción científica, lo que no hace Europa. Así, el ministro irlandés Noel Dempsey indicaba el pasado 6 de abril, que alrededor de 400.000 de los mejores investigadores europeos residen actualmente en EE.UU. y que sólo uno de cada diez de ellos quizás vuelva, lo cual no es muy halagador para nuestro sistema público y privado de investigación. Tenemos unas universidades que destinan grandes sumas de dinero público a formar expertos para que luego trabajen fuera, dadas las dificultades para hacerlo aquí. Universidades cuyo prestigio no es el que era, ya que, según recordamos, la Universidad china Shanghai Khiao Tong, publicaba el pasado mes de enero una lista con las 500 mejores universidades del mundo, en la que sólo cuatro universidades británicas se hallaban entre las veinte primeras de la lista y sólo habían treinta y un centros europeos entre los cien primeros (el primero de España estaba en el número 67).

Por un lado están los grandes discursos y por otro las realidades, que hacen que incluso en países con un alto nivel de vida y una muy larga tradición científica, como Francia, diferentes responsables de grupos de investigación amenazaran el pasado enero con dimitir si el Gobierno no cambiaba su política de reducción de fondos públicos dedicados a investigación.

En España, de momento, pese al cambio de ejecutivo, tampoco hemos visto aún grandes cambios en política científica. Tal vez sea pronto, pero no se debe esperar a que sea tarde para actuar. Romano Prodi, el antiguo presidente de la Comisión Europea, destacaba hace unos meses que la Unión Europea se encontraba aún muy lejos de alcanzar el objetivo de invertir el tres por ciento de su PIB en investigación para el 2010. Por desgracia, nuestro país, con su porcentaje, es uno de los que más lastra esa media.

(publicado en Tribuna de Astronomía y Universo, septiembre de 2004)

SATURNO, DE NUEVO

Durante miles de años, hasta el descubrimiento de Urano en 1781, Saturno fue el último de los planetas conocidos para muchísimas generaciones de astrónomos. Su menguado brillo amarillento y su movimiento pausado, les había permitido a todos ellos, desde América a la China, pasando por Europa o la India, situarlo correctamente más allá de Júpiter. Marcaba una especie de frontera invisible que separaba nuestro sistema de un Universo de estrellas fijas, tal vez infinito, del cual nada se sabía.

Sin embargo, todo cambió radicalmente tras las primeras observaciones de este planeta mediante un telescopio en 1610. Fruto del trabajo de los últimos cuatrocientos años ha sido el que se hayan ido desvelando lentamente muchas de las incógnitas que pesaban sobre este curioso mundo. El enorme esfuerzo que durante todo este tiempo han llevado a cabo astrónomos (tanto profesionales como aficionados) de muchos países diferentes, ha mejorado de forma exponencial nuestro conocimiento de este, aparentemente, extraño mundo, que, pese a todo, sigue envuelto en la fascinación que genera en todos los observadores su complicada estructura de anillos, tan visible desde la Tierra.

Pero ahora, durante este mes de julio, de nuevo estaremos de nuevo de vuelta allí gracias a la Cassini-Huygens, una misión conjunta de la NASA y de la ESA, tras los muchos años de ausencia que ya nos separan de las tres visitas en años consecutivos de las sondas Pioneer (1979), Voyager I (1980) y Voyager II (1981).

Sin duda el largo camino recorrido por esta nave habrá valido la pena. Como sucedió tras la finalización de la misión Galileo alrededor de Júpiter, cuando acabe el trabajo de la Cassini-Huygens, todos seremos un poco más sabios, ya que, por una parte, sabremos algo más y, al mismo tiempo, tendremos nuevas preguntas, mejores que las de ahora, con las que interrogarnos. A poco bien que vaya todo, vamos a disfrutar de una verdadera fiesta de imágenes nunca antes vistas de Saturno y Titán.

Y hablando de Titán, no puedo menos que recordar que se está celebrando el cumpleaños de dos importantes observatorios astronómicos situados en Cataluña, como son el Observatorio Fabra y el Observatorio del Ebro, con cien años ya de existencia los dos a sus espaldas, plenos de trabajos e investigaciones, y con nuevos proyectos en ambos que buscan su revitalización.

Precisamente fue en el primero de ellos desde donde Josep Comas Solà descubrió la atmósfera de Titán en 1908. Casi un siglo después, de nuevo con Saturno en nuestro punto de mira, felicidades a todos, por la participación en la fiesta que supone nuestro regreso a Saturno.

(publicado en Tribuna de Astronomía y Universo, julio y agosto de 2004)

TRÁNSITO DE VENUS

Recuerdo que, de pequeño, me encantaban los viajes. Y más que pasión por los propios, para ser sincero, me gustaban las grandes expediciones emprendidas por otros (siempre he sido mucho mejor lector que aventurero). Y así, me fascinaba la lectura de las peripecias de Marco Polo, de Magallanes, de Cabeza de Vaca, de Amundsen o tantos otros. Entre dichos viajeros estaba Cook, como no, y su famosa expedición para observar, desde una isla del Pacífico, el tránsito de Venus del año 1769.

Leí su biografía a inicios de los setenta, con once o doce años, cuando, como se señalaba en Gringo Viejo “cada segundo estaba lleno de posibilidades insospechadas”. Me maravilló entonces que alguien fuera tan lejos, en el siglo XVIII, para aparentemente tan poco. ¿Tan raro era ver el paso de Venus por delante del Sol? Por lo que ponía en una nota a pié de página, desde que Cook efectuó sus observaciones, el fenómeno sólo había vuelto a suceder en un par de ocasiones. La siguiente, indicaba la misma nota, sería en el remoto 2004, en un 8 de junio perdido en otro océano inaccesible en aquel momento, como era el del futuro. Incluso el autor de la biografía ponía dicha fecha entre signos de admiración, remarcando la extrañeza del evento. En cualquier caso, pasaría mucho después del retorno del cometa Halley, recuerdo que pensé. Y también para eso aún faltaban largos años. ¿Se habrían enviado ya astronautas a Plutón para entonces?

Pues bien, ya estamos aquí, en aquel futuro lejano. En una época sin muchos signos de admiración por desgracia, cuando ya casi ni nos acordamos del Halley y cuando sólo hemos visitado desde entonces algunos planetas cercanos con unas cuantas sondas robóticas.

Sin embargo, ¿para qué negarlo?, la emoción sigue siendo la de siempre. No ya la de la gloria del posible descubrimiento científico, sino la de la satisfacción que nos da ese invisible lazo que, gracias al tránsito, nos une con gigantes como Kepler o Halley, en cuyos amplios hombros nos asentamos más de tres siglos después. O en los de otros más modestos por nombre, pero no por mérito, como son los de Horrocks o Crabtree, dos aficionados ingleses que fueron los primeros en contemplar el paso de Venus ante el disco solar, gracias a la acertada reelaboración de los cálculos de Kepler que hizo el primero de ellos, cuando aún no alcanzaba los veinte años de edad.

El 8 de junio, no sólo veremos el negro disco de Venus deambular frente al Sol, sino a una parte de lo mejor del espíritu humano, esa parte que compartimos con los que, antes que nosotros, también amaron el cielo y supieron captar lo mejor de él al medir sus características de forma precisa, enseñándonos después a todos nosotros a hacerlo y a gozar así mismo con ello.

(publicado en Tribuna de Universo y Astronomía, junio 2004)

UNO DE LOS NUESTROS

Las Naciones Unidas han declarado este 2005 como Año Internacional de la Física, en conmemoración de la publicación hace un siglo de la Teoría Especial de la Relatividad, de Albert Einstein. Las implicaciones cosmológicas de dicha teoría, cuyos detalles siguen siendo validados mediante diferentes experimentos, han sido enormes, siendo difícil entender nuestra visión del Universo sin las hipótesis lanzadas ahora hace ya un siglo por este sabio que supo llegar a formular algunas de las peculiaridades más paradójicas del Cosmos, sin olvidar que sólo era un ser humano y que era responsable del resultado de sus investigaciones. Supo especializarse, sin duda, pero recordando siempre, pese a su estatus y condición, que no había conocimiento nuevo sin esfuerzo, ni sin consecuencia.

Cometió quizás errores, pero como Shylock, el mercader veneciano de la tragedia de Shakespeare, él también habría suscrito sobre los hombres de ciencia que "Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? ...”. Sus diferentes escritos y frases (“los ideales que han alumbrado mi camino y me han dado una vez y otra nuevo valor para afrontar la vida han sido la belleza, la bondad y la verdad”), sus preocupaciones, su cercanía, hace que para muchos sea recordado no sólo por su ampliación de nuestros horizontes, sino por la cálida sensación de que era uno de los nuestros, uno más, aunque quizás de los grandes, de esos que te gusta tener cerca en toda circunstancia.

Y han sido una parte de sus hallazgos los que nos han permitido llegar ahora lejos, como le ha sucedido a la sonda Huygens, que se posó felizmente en Titán, y cuyas valiosas aportaciones están siendo escrutadas por investigadores de todo el mundo, deseosos de seguir desentrañando la realidad, pese a que la misma no está exenta de contradicciones, en ocasiones, con aquello que nos dicta el sentido común más básico.

Curiosamente en España, este año internacional nació con la advertencia —lanzada por los presidentes del CSIC y de la Real Sociedad de Física— de que la enseñanza de las ciencias y, en especial de la física, vivía una situación “dramática”, “cada vez más lamentable" y “penosa". Nuestro país fue el tercero por la cola —¡entre setenta!— en las olimpiadas internacionales de estudiantes de física, habiendo cada vez menos alumnos en casi todas las carreras de ciencias.

Por ello, uno de los objetivos en España en este Año de la Física será el de tratar de acercar a los jóvenes a la ciencia. Y ese no es un reto sólo para los científicos, en el que deben trabajar, sino de todos, ya que nuestra visión del Universo y de nuestra sociedad dentro de cien años, surgirá de nuestro esfuerzo de hoy.

(a publicar en 'Astronomía', marzo 2005)

14 enero, 2005

ÉTICA LAICA

Leo, no sin sorpresa, que no puede haber una ética laica, ya que no tiene sentido. Que sólo la tienen las éticas religiosas.

No creo en Dios, por lo que no puedo creer en éticas religiosas. No tendría sentido. Sólo puedo creer en las laicas, pues.

Sí puedo creer, en cambio, en éticas de zarzas ardiendo, con alguien que, megáfono en mano, y oculto tras las llamas, va diciendo e imponiendo su ética propia a una comunidad no muy crítica.

Es decir, creo que hay éticas impuestas (a la fuerza, por la tradición, ...) y éticas consensuadas, como la que emana de los principios contenidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Si bien no son perfectos, estos principios me permiten tener una tabla a la que agarrarme cuando hablo con otros, sabiendo que esos valores, en sí, no hay razón para que le repugnen, y que nos son comunes, sea cual sea su cultura.

13 enero, 2005

VOLVER A EMPEZAR...

En 1999, el más alto tribunal de Israel dictaminó que era ilegal la práctica conocida en dicho país como ‘presión física moderada’. Bajo ese eufemismo se encubrían diferentes tipos de torturas bajo custodia policial, efectuadas desde el año 1987. Era el único caso en el mundo de cobertura legal de estos malos tratos, especialmente tras la entrada en funcionamiento de la Convención contra la Tortura en los años ochenta. Parecía que la lucha en contra de la justificación de estas prácticas estaba ya casi ganada.

Pero todo cambió tras el 11/9. En nombre de la llamada guerra contra el terror, países que desde siempre habían liderado la lucha en favor de los derechos humanos admitían casi un uso público de la tortura en numerosas prisiones, como en la base de los EEUU en Guantánamo. Un nuevo eufemismo, ‘técnica de mejora de los interrogatorios’, procedente de la CIA, empezó a ser usado públicamente. Pero no sólo eso, escritos de diferentes autoridades defendían estas prácticas en ocasiones, aunque las víctimas no estuvieran inculpadas de nada claramente.

Ahora parece ser que todo va volviendo lentamente a su cauce. Las ‘técnicas de mejora de los interrogatorios’ han sido prohibidas. Su uso ya no se justifica, al menos abiertamente. En el Reino Unido, las prácticas de reclusión indefinida sin cargos, ni asistencia y sin juicio, han pasado a considerarse ilegales y en los EEUU, el fiscal general del estado ha debido declarar que estaba en contra de la tortura ante una comisión. Desgraciadamente, en muchos otros países los malos tratos siguen siendo aún una práctica habitual, que se trata de ocultar, pero que, al menos, no se defiende como positiva.

Es lamentable asistir, a estas alturas, a la ratificación de las autoridades de lo que parecía evidente no hace tanto. Ello no hubiera sido posible sin la presión de la gente. Los ciudadanos debemos recordar que la Declaración Universal de los Derechos Humanos no es algo que se nos haya concedido porque sí, sino que surge de la lucha y defensa continua de sus principios por millones de hombres y mujeres.

02 enero, 2005

TRAS EL TSUNAMI

El pasado 26 de diciembre, en el Índico, tras un primer tsunami hubo otro, y luego otro y otro, hasta seis. Un mínimo de 160.000 personas perdieron la vida como consecuencia directa de ello. Pese al tiempo pasado ya, no podemos dejar de efectuar algunas breves reflexiones.

Así, junto a otras muchas voces, creemos que es urgente el desarrollo de una red mundial de teledetección y alerta eficaz de catástrofes, así como de seguimiento y evolución pormenorizado de las mismas desde el espacio, lo que haría disminuir (aunque no evitar) los efectos negativos de tales desgracias. Cuando la gente contempla el gasto en investigación espacial como un dispendio, tal vez valga la pena recordar lo pasado en el Índico como un aviso de que lo que no gastemos en el cielo, lo acabaremos por pagar por centuplicado en la Tierra.

Existe el problema y una parte de la tecnología para resolverlo... pero ¿existe el presupuesto? En el ámbito internacional, sin duda (todos somos responsables de todos), pero ¿y en los propios países afectados?

Indonesia —que es el segundo mayor receptor mundial de ayuda exterior neta— gasta casi la misma suma de dinero en sus fuerzas militares (unos 1.686 millones de euros en el año 2000 —unos 300 mil millones de pesetas—) que lo que recibe en ayuda. En Sri Lanka, el presupuesto militar supera tanto al de sanidad como al de educación (su gran deuda exterior procede, precisamente, de ese gasto, que es insostenible). Tailandia sólo en el año 2000 se gastó el equivalente a unos 82 millones de euros en compra de armamento. En la India, tercera importadora mundial de armas, el gasto final en defensa en el 2003 superó los 13.000 millones de euros (más de dos billones de pesetas), de modo que su ejército significó el 15% del gasto público indio, en contraste con el 7% destinado a gastos sociales como sanidad o educación. Pero no sólo eso. Sus autoridades decidieron el pasado mes de enero de 2004 la compra de un portaviones por valor de unos 1.500 millones de euros.

Todos los gobiernos tienen la obligación de brindar seguridad a los habitantes de sus países, sin duda, pero no a costa de su desarrollo. Algunos viven situaciones de conflicto, pero los gastos militares sólo acentúan su pobreza, les crean dependencias y no acaban con las desigualdades ni con la violencia interna. Los vendedores de armas (europeos, estadounidenses, rusos o chinos) también son responsables, al primar internacionalmente actitudes políticas favorables a la compra de armas con la excusa de la guerra contra el terrorismo (la mayor parte de la armas son para guerras a gran escala, no para luchar contra grupos urbanos radicales, para los que las únicas medidas que se han visto como útiles son las policiales). La ayuda entre gobiernos debería basarse sólo en estrictos códigos éticos internacionales, algunos ya en vigor. Es curioso que aquello a lo que más deba temer la ciudadanía, siga siendo a las decisiones de aquellos que supuestamente están para protegerlos.

UN NUEVO AÑO

Hay que ver a qué velocidad vamos. Hace nada discutíamos si el cambio de milenio era en enero de 2000 o en enero de 2001, y ¡ya estamos a mediados de la primera década!

Este 2005, sin duda, será justamente recordado como el año de El Quijote, al menos en el mundo hispanoparlante. Aunque los amantes de las ciencias del espacio sabemos que cuatrocientos años no es nada, el camino recorrido por este hidalgo manchego en su Rocinante desde entonces no deja de impresionar a todos los que nos continuamos acercando a la obra de Cervantes. Pero también será el año de muchas más cosas (esperamos que todas positivas).

Entre ellas, y curiosamente, también será —en parte— el año de Tribuna de Astronomía y Universo, ya que se cumplirán veinte años —que les puedo asegurar que en el mundo de la divulgación científica en España son muchos— del nacimiento de la primera de ellas (Tribuna de Astronomía) y diez del nacimiento de la segunda (Universo) —y, ya puestos a rememorar, que ya hace seis de la unión de ambas—.

Curioso el destino que ha permitido unir ambas fechas y recordar al que esto escribe, como una parte del espíritu del hombre de la Mancha también lo ha sido, a su manera, el de los editores de esta revista que tienen en sus manos, en un esfuerzo conjunto con cientos de colaboradores que a lo largo de todo este tiempo han tratado de hacer llegar a nuestros lectores las investigaciones más recientes, contempladas desde la óptica de autores de aquí.

Y el camino no ha sido fácil, pese a las grandes palabras de muchos responsables políticos y pese a que según las encuestas, el mundo de la ciencia es uno de los más valorados por la población española. Año tras año, hemos ido viendo cómo las políticas presupuestarias de los diferentes gobiernos han seguido primando sólo muy mínimamente el avance del conocimiento científico o su divulgación o enseñanza, más preocupados como han estado, seguramente, por otros menesteres. Sólo como decepción se puede juzgar en este sentido los presupuestos destinados a ciencia por el actual gobierno de España para este año entrante, el cual continúa invirtiendo un amplio porcentaje del esfuerzo económico que se realiza en investigación puramente militar, descuidando otras maneras de acercarse a la realidad más pacíficas y sensibles a la solución de problemas reales de los ciudadanos.

En este 2005 los amantes del estudio del Cosmos seguiremos tratando, con la parca luz de la linterna de nuestro —posiblemente— no muy largo ingenio, de iluminar algo las incógnitas que el Universo nos presenta, tratando de deslindar gigantes de molinos. Y eso no será porque no amemos los gigantes, que, claro está, los amamos como todos, sino porque somos capaces también de deleitarnos con la visión de los molinos y de gozar con la mera aventura de la búsqueda de la mejor verdad demostrable

Esperamos que, por fin, este año alumbre al Gran Telescopio de Canarias, y que al menos su inauguración y puesta en marcha dé nuevo aliento a esta ciencia antes de que se marchite como Grisóstomo, el estudioso de las estrellas del Quijote, que murió de mal de amores por la desafección de la pastora Marcela.

(publicado en Tribuna de Astronomía y Universo, enero de 2004)

01 enero, 2005

NO ESCRIBO A OSCURAS...

Nada complicado. Mensajes cortos. Estoy vivo. Tengo dudas...

Pero no estoy a oscuras del todo, aunque son difíciles las certezas.

Tenemos capacidad para basar nuestras decisiones en percepciones razonables y comunicables, podemos llegar a acuerdos que nos permitan vivir con dignidad a todos.

Tenemos la capacidad de hablar, de escuchar, de tratar de convencer en base a lo que nos une y mediante el respeto de los que nos separa.

No sabemos que es lo bueno, pero sí que es lo malo.

No estamos a oscuras.