Aún recuerdo mi enfado hace unos quince años, cuando —ignorante— juzgué de chapuza la leve incorrección en el espejo del Telescopio Espacial Hubble y, casi, descarté la inversión y el presupuesto gastado en él como fruto del hambre desaforada de la gran ciencia por comerse los limitados recursos que en general se destinan a la investigación civil. Al fin y al cabo, cuando el dinero es limitado, todo presupuesto elevado que se destine a un proyecto, implica no gastarlo en otros más pequeños pero igual de importantes.
Pero pasó el tiempo, se sucedieron las misiones de reparación, y tanto yo como el Telescopio Espacial empezamos a ver las cosas mejor, con perspectiva. Me di cuenta que, tras el Hubble, había mucho más, incluso aunque su arreglo no hubiera sido posible. No sólo eran las suyas unas fotos impresionantes, no sólo había una gran ciencia —de verdad— en sus aportaciones, sino que él —en sí mismo— era también un noble fruto del ingenio humano. Captar imágenes precisas de puntos muy concretos del Cosmos, gracias al giro en el espacio de este enorme armatoste y tener después esas vistas, más o menos rápidamente, a disposición de todos, es algo que difícilmente era pensable hace nada.
Para comprobarlo, como cada mes, recomiendo que se paseen con nosotros por el Universo, y que —además de leernos de forma crítica— se deleiten este mes especialmente con la mera contemplación de las exóticas imágenes que nos acercan algunas de las maravillosas fotos del Hubble, como expresión de la serena belleza de un Cosmos —tan grande y tan pequeño, tan frío y tan cálido—, al que vamos conociendo cada día mejor, pese a su complejidad.
El hombre —afirmaba Pascal— es una “caña pensante”, según él “un vapor, una gota de agua es suficiente para matarlo”, pero, y ésta es nuestra grandeza, “pese a que el Universo lo aplastase, el hombre sería aún más noble que aquello que lo mata, porque sabe que muere y conoce aquello que el Universo tiene de ventaja por encima de él; el Universo no sabe nada de eso”.
Sin duda, el Telescopio Espacial ha contribuido a ello, a nuestra propia grandeza, al facilitarnos ver y comprender mejor lo que nos rodea. Por ello, cuando hay dudas sobre si volver a repararlo o no, debemos expresar claramente que creemos que se debe trabajar para que se mantenga operativo, al menos, hasta que un nuevo ingenio similar, o mejor, pueda llegar a cubrir el hueco que él deje o hasta que la tecnología terrestre (más barata), con sus imágenes, permita suplir en el imaginario de los aficionados, lo que ha significado durante una década y media nuestro amigo, nuestro compañero, el Hubble.
Alfonso López Borgoñoz
(Publicado en "Tribuna de Astronomía y Universo" junio 2005)
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