ATAPUERCA, PERDIDOS EN LA COLINA. LA HISTORIA HUMANA Y CIENTÍFICA DEL EQUIPO INVESTIGADOR,
Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro,
Barcelona, Destino,
2004, 446 pp.
Escribía Lakatos que “los criterios científicos utópicos [por Popper], o bien crean exposiciones falsas e hipócritas de la perfección científica o alimentan el punto de vista de que las teorías científicas no son sino meras creencias enraizadas en intereses inconfesables”(1).
Partiendo de ese punto de vista, Eudald Carbonell y José Mª Bermúdez de Castro dialogan en esta obra —de lectura cómoda— sobre lo que han sido sus experiencias personales y científicas durante más de veinte años de excavaciones en la sierra de Atapuerca (Burgos), sin falsas hipocresías acerca de la perfección de la investigación científica, pero mostrando su respeto profundo por la correcta documentación de los pasos dados, así como por la explicación de la base sobre la que se asientan sus hipótesis, con la finalidad de que el lector pueda llegar a conocer (casi desde dentro) cuál ha sido el contexto externo (social) e interno (del mundo de la arqueología y paleontología) en el que ha ido desarrollándose su trabajo todos estos años. Incluso se atreven a medio bromear, gracias a una acertada cita de Balmes, con alguna de sus ideas más aventuradas, como cuando hablan del conocido bifaz votivo (pp. 290-293) encontrado junto a los restos de la treintena de Homo heidelbergensis descubiertos en la Sima de los Huesos.
Ello es lo correcto, creemos. Cualquier comunicación científica debe proporcionar, no sólo conclusiones, sino también datos claros acerca de cómo y porqué se ha llegado a ellas. La verdadera ciencia está más en el método que no en lo que se dice acerca de los descubrimientos (al fin y al cabo, meras verdades provisionales). Lo fundamental no es ver que los muñecos se mueven, sino cuál es la trabazón interna que permite al titiritero o al estudioso hacernos creer en ello.
Como siempre, la definición de especie en paleontología es clave. Para E. Mayr, las especies son poblaciones naturales que se entrecruzan y que se encuentran reproductivamente aisladas de otras. Sin embargo, y pese a ser la definición más usada en biología, es inútil para el estudio de fósiles (dada la imposibilidad de probar si se entrecruzaban y si su descendencia era viable) o de especies asexuadas o partenogéneticas. Bermúdez de Castro, que conoce el problema, trata de explicarlo desde la perspectiva paleontológica (pp. 319 y ss). Comenta varias definiciones y nos acerca a los modos actuales de superar las dificultades, pero no puede negar que continúan existiendo concepciones no estrictamente científicas al hablar de la importancia de algunos restos por sus descubridores, pese al fuerte deseo de objetivizar cada descripción. Y así vemos coexistir entre los especialistas el deseo ‘obsesivo’ de algunos por encontrar el homínido más viejo del continente —p. 426—, mientras que otros muchos sólo aspiran a poder simplificar el registro de homínidos, lo que dificulta el estudio de la evolución humana.
Como en otras obras sobre la prehistoria, el peso suele recaer más en los restos paleontológicos que en los arqueológicos. Y ello es algo injusto, dado el interés de los hallazgos de industria lítica de hace más de un millón de años en la propia Atapuerca (o en Orce —Granada—).
En el caso del Homo antecessor, se argumenta —con cautela— que quizás fuera el ancestro común de neandertales y humanos modernos, y que su origen debió estar en África o bien en un Próximo Oriente entendido en su sentido muy amplio, aunque se reconoce que no es posible demostrarlo aún con pruebas concluyentes (pp. 325 y ss.). Por desgracia, ni siquiera se sabe todavía su ligazón con los posteriores Homo heidelbergensis hallados en el mismo yacimiento.
Tal vez algún lector pueda llegar a considerar que a la obra le sobran algunas páginas con anécdotas muy costumbristas que quizás sólo sean relevantes para el grupo que ha colaborado en Atapuerca. Sin embargo, creemos que es de agradecer el esfuerzo de los autores por explicar desde dentro todas las circunstancias que han rodeado su trabajo, desde el cortado tomado por las mañanas hasta el proceso de investigación más avanzado.
Alfonso López Borgoñoz
Notas
1. Lakatos, Imre (1989): La metodología de los Programas de investigación científica. Nota 125 (pág. 175). Alianza Universidad núm. 349. Alianza Editorial. Madrid.
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