01 abril, 2003

SECRETISMO, SEGURIDAD Y LIBERTAD

La situación del mundo del conocimiento se hace más complicada a medida que avanza el presente siglo (¡y sólo llevamos tres años!). Tal vez la mayoría de nuestros lectores no recuerden ya la larga serie de discusiones sobre los límites del saber humano en las que algunos autores con una sólida reputación intelectual se entretuvieron a finales del milenio pasado. Pese a algunas dudas y recelos, creo que, en general, se detectaba un cierto ambiente de optimismo sobre el desarrollo futuro de la ciencia, así como sobre la imposibilidad de llegar a sus fronteras y sobre lo bello que era pensar en ese Universo sin límites en el que siempre sería posible aprender cosas nuevas e ilusionantes, y entre debates libres entre todos los miembros de una cada vez más amplia comunidad científica internacional.

Sin embargo, sólo tres o cuatro años después, algunos de los comentarios de estos autores sobre algunas de las perspectivas más negativas que podían darse en el desarrollo de la ciencia se están cumpliendo y, así, estamos llegando a una serie de problemas que tal vez puedan llegar a lastrar gravemente el desarrollo futuro del conocimiento.

Aunque parezca mentira, ha vuelto a llegar el momento de defender conceptos que antaño hubieran parecido inverosímiles en una democracia moderna (aunque de hecho se daban en algunas dictaduras en las que los tiranos de turno, de cualquier color, pretendían coartar lo que la gente podía llegar a saber mediante cortapisas enormes a la divulgación del pensamiento). Vale la pena recordar que nuestra actual concepción del método científico nace con la ilustración, curiosamente una época que también ve el nacimiento de muchas de las actuales concepciones a favor de los derechos humanos.

Es por ello que nos preocupa que en aras de un mal entendido concepto de seguridad (¿qué seguridad tienen las mujeres frente a la violencia doméstica? ¿de qué seguridad se habla cuando recordamos los cientos de trabajadores muertos en el ejercicio de su actividad laboral? ¿cómo no recordar la no seguridad de la gente que se ahoga por llegar en patera a nuestro país?), se observe en los países líderes que hasta ahora han estado asociados a la revolución científica, no sólo un cierto retroceso en el respeto a los derechos humanos, sino el que se pretenda ir poniendo nuevas trabas a la expansión del conocimiento científico mediante un serie de sistemas de control en la publicación de resultados científicos (ciertas listas de temas prohibidos es fácil ampliarlas y, a veces, difícil menguarlas, una vez se admite el principio de la ‘bondad’ de la restricción de comunicar). Tal vez, la existencia de Internet impida que este tipo de medidas tenga éxito.

Ya no sólo se trata de biotecnología, sino ahora también de investigaciones sobre materia química, tecnología aeroespacial o cualquier otro extremo susceptible de posible doble uso (creo que sólo la arqueología no lo es...). El secreto, que antes era imperativo en materia militar, ahora se pretende también aplicar a los descubrimientos civiles. Las medidas de control de la difusión de las ideas que se están defendiendo en algunos círculos probablemente no servirán jamás para mejorar la seguridad del mundo (al menos para muchos millones de personas, que se siguen muriendo de hambre), y si como valladar al crecimiento armónico del conocimiento, entre debates y procesos de validación por gentes de culturas y países diferentes.

La luz y los taquígrafos, tanto en el mundo de la ciencia como en el de las democracias, es básico para su crecimiento. El secretismo sólo añade una bruma perversa a las investigaciones que no las beneficia en nada y deja en manos de los censores la libertad de expresión. Y de los perjuicios de eso, aquí, ya sabemos mucho.

(publicado en Tribuna de Astronomía y Universo, abril 2005)

01 marzo, 2003

UNA VEZ MÁS, NO A CUALQUIER GUERRA

Creo que en estos últimos días he mirado al cielo más que nunca, contemplando cómo la Luna iba decreciendo día a día, menguando su pálida faz iluminada, y he pensado en las nulas posibilidades que hay que desde allí arriba se pueda contemplar alguna de las múltiples obras de los minúsculos seres humanos, aquí abajo.

He pensado, así mismo, en cómo una parte de los elementos que sustentan la vida llegaron del espacio, hace más de cuatro mil millones de años, y cómo esa misma vida surgió, trabajosamente, en el agua aportada por impactos de asteroides sobre nuestro castigado planeta. Precisamente, se ha abierto ahora un Centro de Astrobiología en Madrid, con fondos estadounidenses y españoles, para buscar trazas de vida en otros mundos. ¿Será la vida el bien más preciado del Universo?

He pensado, siguiendo ese hilo, en los astronautas que han fallecido en el accidente del Columbia y en si el esfuerzo valía la pena. Y he meditado, mirando a la Luna, pensando en la Tierra, que tal vez sí, que quizás sea necesario arriesgarse para ir aumentando el conocimiento, aunque ello no siempre sea evidente, y aunque haya errores y viajes en vano. También se dijo en su momento que los aviones no servirían para el transporte masivo de viajeros y que era una idea absurda el tener un ordenador en casa. Tal vez nuestro sino sea explorar siempre más lejos, tratando de llenar todos los huecos que nuestra sed de saber detecta.

He pensado cómo, sin duda, el espacio ha maravillado a las gentes de todos los tiempos, creencias y naciones, las cuales han sido capaces de soñar en subirse a un ingenio y elevarse sobre las nubes, más allá de la atmósfera, pese a que los riesgos sean enormes, y pese a que los argumentos de para qué sirve sean discutibles.

He pensado también en los recortes presupuestarios que la investigación está teniendo ahora en todo el mundo, en cómo ello ha afectado gravemente —incluso— a una agencia espacial como la estadounidense, y en cómo esos recortes han ido a incrementar, en muchos casos, enormes partidas de investigación militar espacial. Y eso no es bueno. Como escribía Rafael Sánchez Ferlosio, hace ya doce años, cuando el arco está tenso y la flecha preparada, a ésta no le queda sino que partir.

He pensado en la gente de Irak que le gusta también mirar esa misma Luna que yo contemplo ahora. ¿Se les verá a ellos, no a todos, sino sólo a esos, desde el espacio? La tecnología civil creo que no puede, pero sé que la militar sí lo hace, a cada momento (eso sí, sin discriminar a los que miran hacia el cielo o hacia el suelo), aunque no sea capaz de mostrar evidencias claras de armas de destrucción masiva. Al igual que en otras guerras coloniales anteriores, volvemos a oír la excusa civilizadora (de acabar con ese monstruo que, sin duda, es Saddam Hussein pero no con el siguiente que pongamos), como herramienta para propiciar la muerte preventiva de inocentes, de gente que en algunos casos sólo ansía mirar al cielo, sin acabar antes con nuestras propias armas, con nuestros propios ‘guantánamos’. Terrorismo es pensar que vale la pena castigar o matar a gentes que no tengan la culpa de nada, para lograr los fines políticos propios.

He pensado, y pienso, que no tiene sentido llorar a los muertos del Columbia, ni crear centros de exobiología, si somos incapaces de defender la vida en todos los casos, cuando pudiendo hablar es obligatorio hacerlo. Manos blancas. No a la guerra.

(publicado en Tribuna de astronomía y Universo, marzo 2003)

01 febrero, 2003

UNA AFICIÓN AL ALZA

Contemplamos desde esta revista, con una notable satisfacción, tanto la rápida mejoría de la capacidad de los astrónomos aficionados españoles como el aumento en la calidad de sus resultados, no sólo en lo que respecta a su número (cada vez más abundante), sino por la cifra cada vez mayor de equipos y observatorios destinados a la observación rigurosa, así como por el análisis y reducción precisa de los propios datos observacionales que ya son capaces de hacer en algunos casos.

Salvo pocas excepciones, el trabajo sistemático de muchos de ellos, en la década de los setenta o inicios de los ochenta, apenas tenía eco en la labor de los astrónomos profesionales, los cuales apenas solían hacer caso en España de los datos que les aportaban los estudiosos del cielo no sometidos a la disciplina científica de ninguna institución. En muchos casos, las dudas sobre los datos eran lógicas.

La situación empezó a variar en la segunda mitad de los ochenta, cuando diversos aficionados y asociaciones, con una buena dotación de medios, pero que además disponían de los conocimientos adecuados para sacarles su jugo, empezaron a despuntar en la difícil tarea de proporcionar datos precisos a los astrónomos —por lo general de una nueva generación—, como fruto de su concienzuda tarea de recorrer el cielo noche tras noche.

Desde entonces, y para bien, la situación ha ido mejorando, con nuevas colaboraciones, animando con ello a trabajar más en serio a muchos que antes no se atrevían a dedicarse de forma regular, ante la inutilidad aparente de su captación de datos. Así, podemos ver ahora como una gran cantidad de aficionados han sido capaces de obtener códigos de observatorio del Minor Planet Center gracias a la calidad de sus observaciones de cuerpos menores.

El problema que surge, sin embargo, en estos momentos, es el de la publicación de los resultados ya que, pese a la calidad de las observaciones, no hay revistas especializadas que les otorguen un espacio, a menos que los mismos vengan sistematizados por la colaboración de algún astrónomo profesional que parezca dar fe o les dé valor en el contexto general del mundo de la astronomía.

Evidentemente, no es la finalidad de Tribuna de Astronomía y Universo el dar cabida a estos trabajos especializados, de mera recopilación de datos, pero sin duda sí que creemos que nuestra revista está en condiciones de dar apoyo a la labor de los diferentes aficionados cuya calidad esté avalada por su práctica, publicando aquellos trabajos más generales que nos remitan, así como dando un espacio a los trabajos más generales que permitan dar buena cuenta de lo que se está haciendo y avanzando, desde una perspectiva amateur, en los diversos ámbitos de conocimiento de las ciencias del espacio.

(publicado en Tribuna de Astronomía y Universo, Febrero 2003)

01 enero, 2003

¡FELIZ AÑO NUEVO! (AUNQUE NO LO PONGAN FÁCIL)

El próximo mayo, muy posiblemente, si el tiempo no lo impide y la autoridad lo facilita (como parece que será), Pedro Duque volverá al espacio en una Soyuz rusa con destino en la Estación Espacial Internacional, en la que permanecerá unos diez días. El vuelo costará al erario público español unos 18 millones de euros (unos 3.000 millones de pesetas, aunque la cantidad aún no está fijada).

El dinero saldrá de los 120 millones de euros con los que se financia el total de actividades españolas en la ESA durante cinco años, cifra que se asignó en el 2001, cuando aún el gobierno no había decidido pagar este vuelo. Estos recursos pagan nuestra contribución anual obligatoria, así como los programa industriales a los que España se suscribe voluntariamente. Dado el nuevo gasto, improvisado... ¿Sin qué nos quedaremos de lo ya presupuestado? Tengamos en cuenta que el coste del vuelo es el 15% del total previsto para todo el lustro.

Según El País, a modo de comparación, el presupuesto para investigación espacial en el programa nacional de ciencia y tecnología ascendió en el 2002 en España a 7,2 millones de euros, a los que se añadieron otros 6 millones para el programa industrial. En total, poco más de 13 millones. Más aún, lo presupuestado para la investigación básica a través del Programa General del Conocimiento apenas supera los 50 millones de euros. La cantidad a aportar en este viaje no parece, pues, menor, visto el panorama de nuestra ciencia. ¿Será sólo una operación de prestigio? ¿Acabará por ser sólo una operación de Prestige?

Y todo eso cuando los llamados investigadores precarios continúan en ese estado (que no va a variar, según se ha declarado desde el ministerio, pese a su elevado rendimiento en investigación); cuando el impago de subvenciones ha obligado muchos científicos de nuestro país a renunciar a colaborar con equipos internacionales, a acumular deudas o a publicar en revistas científicas de inferior nivel por no poder pagar las tarifas de las más prestigiosas; cuando se sabe que el ministerio dejó de gastar en el 2001 un 70% de lo presupuestado en las principales partidas de investigación, y cuando también seguimos recordando la alerta lanzada hace ya tres años por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la Unión Europea (UE) acerca de que España necesita incorporar cerca de 15.000 científicos para igualarse a los países desarrollados. ¿Para cuándo una planificación estable y rigurosa?

Creo que será importante, cuando llegue el momento, escuchar las explicaciones razonadas que se den sobre la financiación del vuelo de Pedro Duque, así como que se justifique científicamente la inversión —si la misma se lleva a cabo—. Recordemos como la falta de presupuesto está lastrando nuestra cooperación con programas internacionales de investigación y que, de hecho, no estamos en el Observatorio Europeo Austral por esa causa.

Debe ser la ESA la que coordine el presupuesto europeo del espacio, mediante las contribuciones nacionales que sean idóneas, basándose en programas de actuación coherentes a medio y largo plazo. En ese marco no hay problema a que se destine dinero a un vuelo o los que sean menester. La investigación espacial no debe quedar sometida a lógicas no científicas, de supuestos intereses nacionales de ‘tener más nombre’.

En cualquier caso, por suerte, se inicia ahora un nuevo y, como todos, apasionante, año. Como siempre, nos aguarda un largo viaje en torno al Sol, que no por acostumbrado, deja de ser sorprendente. ¿Qué nuevas sorpresas nos deparará el camino? ¡Feliz año nuevo! (aunque no lo pongan fácil).

(publicado en Tribuna de Astronomía y Universo, enero 2003)