La situación del mundo del conocimiento se hace más complicada a medida que avanza el presente siglo (¡y sólo llevamos tres años!). Tal vez la mayoría de nuestros lectores no recuerden ya la larga serie de discusiones sobre los límites del saber humano en las que algunos autores con una sólida reputación intelectual se entretuvieron a finales del milenio pasado. Pese a algunas dudas y recelos, creo que, en general, se detectaba un cierto ambiente de optimismo sobre el desarrollo futuro de la ciencia, así como sobre la imposibilidad de llegar a sus fronteras y sobre lo bello que era pensar en ese Universo sin límites en el que siempre sería posible aprender cosas nuevas e ilusionantes, y entre debates libres entre todos los miembros de una cada vez más amplia comunidad científica internacional.
Sin embargo, sólo tres o cuatro años después, algunos de los comentarios de estos autores sobre algunas de las perspectivas más negativas que podían darse en el desarrollo de la ciencia se están cumpliendo y, así, estamos llegando a una serie de problemas que tal vez puedan llegar a lastrar gravemente el desarrollo futuro del conocimiento.
Aunque parezca mentira, ha vuelto a llegar el momento de defender conceptos que antaño hubieran parecido inverosímiles en una democracia moderna (aunque de hecho se daban en algunas dictaduras en las que los tiranos de turno, de cualquier color, pretendían coartar lo que la gente podía llegar a saber mediante cortapisas enormes a la divulgación del pensamiento). Vale la pena recordar que nuestra actual concepción del método científico nace con la ilustración, curiosamente una época que también ve el nacimiento de muchas de las actuales concepciones a favor de los derechos humanos.
Es por ello que nos preocupa que en aras de un mal entendido concepto de seguridad (¿qué seguridad tienen las mujeres frente a la violencia doméstica? ¿de qué seguridad se habla cuando recordamos los cientos de trabajadores muertos en el ejercicio de su actividad laboral? ¿cómo no recordar la no seguridad de la gente que se ahoga por llegar en patera a nuestro país?), se observe en los países líderes que hasta ahora han estado asociados a la revolución científica, no sólo un cierto retroceso en el respeto a los derechos humanos, sino el que se pretenda ir poniendo nuevas trabas a la expansión del conocimiento científico mediante un serie de sistemas de control en la publicación de resultados científicos (ciertas listas de temas prohibidos es fácil ampliarlas y, a veces, difícil menguarlas, una vez se admite el principio de la ‘bondad’ de la restricción de comunicar). Tal vez, la existencia de Internet impida que este tipo de medidas tenga éxito.
Ya no sólo se trata de biotecnología, sino ahora también de investigaciones sobre materia química, tecnología aeroespacial o cualquier otro extremo susceptible de posible doble uso (creo que sólo la arqueología no lo es...). El secreto, que antes era imperativo en materia militar, ahora se pretende también aplicar a los descubrimientos civiles. Las medidas de control de la difusión de las ideas que se están defendiendo en algunos círculos probablemente no servirán jamás para mejorar la seguridad del mundo (al menos para muchos millones de personas, que se siguen muriendo de hambre), y si como valladar al crecimiento armónico del conocimiento, entre debates y procesos de validación por gentes de culturas y países diferentes.
La luz y los taquígrafos, tanto en el mundo de la ciencia como en el de las democracias, es básico para su crecimiento. El secretismo sólo añade una bruma perversa a las investigaciones que no las beneficia en nada y deja en manos de los censores la libertad de expresión. Y de los perjuicios de eso, aquí, ya sabemos mucho.
(publicado en Tribuna de Astronomía y Universo, abril 2005)
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