Acaba el año 2008, y llega en seguida el año de la astronomía... y el cuadragésimo aniversario de la llegada del hombre a la Luna...
En diciembre de 2009 se cumplirán cuatrocientos años justos desde que Galileo descubría cuatro nuevos mundos orbitando otro planeta (los satélites de Júpiter) y cuarenta años ya en julio desde que Neil Armstrong pisara el suelo lunar.
Nuevos mundos, nuevas posibilidades. El ansia de conocer otras realidades ha sido constante en el ser humano. La curiosidad, en ocasiones, no fue todo lo positiva que debiera haber sido, pero probablemente también era irrefrenable.
En esa línea, muchos vamos siguiendo, casi nerviosos, los resultados que, cada poco, nos van llegando de las investigaciones sobre otros sistemas solares. ¡Hace sólo poco más de diez años que atisbábamos esos planetas y ya nos parece que los descubrimientos van demasiado poco a poco!
Los avances, que parecen tímidos y reiterativos en ocasiones (otro mundo, otro cinturón de asteroides, otro eclipse lejano –muy lejano-...) son en realidad pasos muy importantes en la consolidación del conocimiento que tenemos sobre los llamados exoplanetas. Minúsculos datos que surgen a veces, de improviso, sirven para afianzar o hace caer pequeñas hipótesis sobre dichos cuerpos, que a veces, obligan a reajustar marcos conceptuales más amplios.
Y todo ello a la espera del siguiente paso, cada vez más cercano, que será el de captar otras tierras y sus atmósferas.
¿Habrá otros mundos como el nuestro? ¿Será la vida necesaria? Los resultados de la búsqueda de la misma en nuestro propio Sistema Solar, sin ir más lejos, son desalentadores. No creo que sea fácil que surja, pero probablemente tampoco que se mantenga a largo plazo. Un planeta cuyas condiciones varíen mucho con el paso del tiempo, una gravedad diferente, una mayor o menor lejanía del Sol (que afecta a la existencia de agua líquida), la falta o exceso de presión atmosférica, la falta –incluso- de ozono y de otros gases que evitan la llegada de radiaciones no deseables desde el espacio (como la ultravioleta), marcan algunas de las limitaciones (hay más) que nos hacen ver que algo tan intrascendente como meramente esperar este próximo fin de año sea casi un milagro y tal vez una rareza cósmica mucho menos frecuente de lo que nos pensamos. La inteligencia debe ser aún menos frecuente. Y la inteligencia bien aprovechada, aún mucho menos.
Como Galileo, hace cuatro siglos, estamos empezando a descubrir nuevos mundos. Tal vez nunca pongamos el pie en ellos, pero, no lo olvidemos, nadie nos podrá quitar el placer de tratar de llegar a conocer su existencia y de haber soñado el pasear por ellos, aprendiendo muchas cosas al desvelar sus secretos.
Alfonso López Borgoñoz
(publicado en la revista Astronomía, en diciembre de 2008)
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