Me comentaba en el año 1995, en una carta muy amable, Félix García-Castañer, cuando era director del Centro Europeo de Operaciones Espaciales de la Agencia Espacia Europea, que, si se ponía en relación lo imaginado en la película “2001, Una Odisea en el Espacio” y la realidad de ese año 2001, cuando llegara, “un resultado probable de tal comparación será el que la realidad se ha orientado más a las aplicaciones que a la exploración y colonización del espacio por el hombre”.
He vuelto a releer su carta, y otras, el día antes de enviar este texto, cuando ya el tiempo me apremiaba y debía escribir para este primer número de la revista del año, del siglo y del milenio, momento en que parece que la voz se ha de tornar especialmente grave y pausada, y la mirada lánguida, escrutando un futuro que, como siempre, es demasiado esquivo para poder ser contemplado.
En realidad, volviendo al mítico film, no sé si la película no hablaba ya de un futuro de aplicaciones más que de exploración. Recordemos que el hallazgo del segundo monolito se produce durante una serie de trabajos más o menos rutinarios sobre nuestro satélite y que el último viaje (bueno, el penúltimo) tiene lugar como consecuencia de ese descubrimiento.
Creo que las aplicaciones son necesarias, y que el conseguirlas buenas quizás es más complicado que la exploración en sí misma. Los ingenieros, como me dijo una vez Josep Amat –profesor de la UPC-, no sólo tienen que hacer ciencia de la mejor, sino que además deben hacer que funcione. Obtener cosas realmente útiles tiene tanto de exploración, sin duda, como el conseguir las inútiles.
El problema es que creo que García-Castañer no hablaba tanto de las aplicaciones entendidas como ampliación del conocimiento tecnológico, sino como una rutina mediocre abotargada que todo lo inunda (lo seguro antes que probar suerte con lo desconocido).
Particularmente, sigo viendo la belleza del conocimiento y de la exploración aunque no sean estrictamente útiles. Sin duda, nunca se ha de perder de vista que las cosas tienen un coste y que deben tener un retorno socialmente válido para todos, pero no puedo dejar de recordar ahora los versos de Kavafis en los que dice “Si vas a emprender el viaje a Ítaca, pide que tu camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento (...) Ten siempre a Ítaca en la memoria. Llegar allí es tu meta. Más no apresures el viaje. (...) Ítaca te regaló un hermoso viaje. Sin ella el camino no hubieras emprendido. Mas ninguna otra cosa puede darte. Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca. Rico en saber y vida, como has vuelto, comprendes ya que significan las Ítacas”.
La isla a la que se debe llegar siempre es a la de la aplicación final -desde una perspectiva social-, pero lo hermoso –a escala individual- está en el mismo viaje. Tal vez el emprender esos trayectos inciertos debiera ser nuestro destino, al menos es lo que algunos quisiéramos. Y no es tiempo perdido, ya que sin viajes e ilusiones individuales, quizás no hayan retornos sociales.
Muy posiblemente, la mejor manera que tenga de saludar a este 2001, que tímidamente y sin ruido ya ha llegado, es, como decía en uno de sus discos Lluís Llach, al rememorar él también a Kavafis, el de tratar de ir más lejos, siempre mucho más lejos.
Alfonso López Borgoñoz
(Editorial Tribuna de la Astronomía y Universo, enero 2001, primer número de todo un milenio)
He vuelto a releer su carta, y otras, el día antes de enviar este texto, cuando ya el tiempo me apremiaba y debía escribir para este primer número de la revista del año, del siglo y del milenio, momento en que parece que la voz se ha de tornar especialmente grave y pausada, y la mirada lánguida, escrutando un futuro que, como siempre, es demasiado esquivo para poder ser contemplado.
En realidad, volviendo al mítico film, no sé si la película no hablaba ya de un futuro de aplicaciones más que de exploración. Recordemos que el hallazgo del segundo monolito se produce durante una serie de trabajos más o menos rutinarios sobre nuestro satélite y que el último viaje (bueno, el penúltimo) tiene lugar como consecuencia de ese descubrimiento.
Creo que las aplicaciones son necesarias, y que el conseguirlas buenas quizás es más complicado que la exploración en sí misma. Los ingenieros, como me dijo una vez Josep Amat –profesor de la UPC-, no sólo tienen que hacer ciencia de la mejor, sino que además deben hacer que funcione. Obtener cosas realmente útiles tiene tanto de exploración, sin duda, como el conseguir las inútiles.
El problema es que creo que García-Castañer no hablaba tanto de las aplicaciones entendidas como ampliación del conocimiento tecnológico, sino como una rutina mediocre abotargada que todo lo inunda (lo seguro antes que probar suerte con lo desconocido).
Particularmente, sigo viendo la belleza del conocimiento y de la exploración aunque no sean estrictamente útiles. Sin duda, nunca se ha de perder de vista que las cosas tienen un coste y que deben tener un retorno socialmente válido para todos, pero no puedo dejar de recordar ahora los versos de Kavafis en los que dice “Si vas a emprender el viaje a Ítaca, pide que tu camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento (...) Ten siempre a Ítaca en la memoria. Llegar allí es tu meta. Más no apresures el viaje. (...) Ítaca te regaló un hermoso viaje. Sin ella el camino no hubieras emprendido. Mas ninguna otra cosa puede darte. Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca. Rico en saber y vida, como has vuelto, comprendes ya que significan las Ítacas”.
La isla a la que se debe llegar siempre es a la de la aplicación final -desde una perspectiva social-, pero lo hermoso –a escala individual- está en el mismo viaje. Tal vez el emprender esos trayectos inciertos debiera ser nuestro destino, al menos es lo que algunos quisiéramos. Y no es tiempo perdido, ya que sin viajes e ilusiones individuales, quizás no hayan retornos sociales.
Muy posiblemente, la mejor manera que tenga de saludar a este 2001, que tímidamente y sin ruido ya ha llegado, es, como decía en uno de sus discos Lluís Llach, al rememorar él también a Kavafis, el de tratar de ir más lejos, siempre mucho más lejos.
Alfonso López Borgoñoz
(Editorial Tribuna de la Astronomía y Universo, enero 2001, primer número de todo un milenio)
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