03 noviembre, 2007

AMPLIANDO LA ESTACIÓN ESPACIAL INTERNACIONAL

A mediados del pasado mes de octubre, la Europa política conseguía dar un pequeño paso en su proceso de construcción gracias a un tratado de mínimos en Lisboa, que posiblemente era el mejor que se podía conseguir en estos momentos. Juntos, sí, pero no muy revueltos.

Por suerte, y al mismo tiempo, otros europeos seguían ultimando la preparación conjunta del módulo Columbus de la Agencia Espacial Europea (ESA) para el nuevo salto que daremos este 6 de diciembre cuando este pequeño laboratorio de ocho metros de largo sea lanzado al espacio, si todo va bien, en el Atlantis desde el Centro Espacial Kennedy (EEUU).

Nacido, como todo en la ESA, de la cooperación entre estados de nuestro continente, este módulo será la piedra angular de nuestra contribución a la Estación Espacial Internacional. Pese a que para muchos sea modesto, dado el potencial de los países que forman dicha agencia, no deja de ser todo un logro dado el escaso presupuesto que seguimos dedicando a estos temas (por lo que parece, cada ciudadano de un estado miembro de la agencia europea paga al año en impuestos para gastos en astronáutica lo mismo que cuesta una entrada de cine, mientras que en los EEUU la inversión por habitante es casi cuatro veces mayor).

Pese a los problemas surgidos con otros proyectos, como el Galileo, es reconfortante contemplar como la cooperación en el uso pacífico no comercial del espacio es cada vez mayor. Incluso el 1 de noviembre pasado la ESA informaba que habían sido un éxito las órdenes transmitidas a la misión lunar china Chang’e-1 desde la estación del INTA de Maspalomas, en la isla de Gran Canaria.

En estos tiempos de recuerdo del Sputnik I y del Explorer I, que se vivieron con tensión en muchos momentos y en medio de una competencia feroz entre estadounidenses y soviéticos (pensemos que los ingenieros que se ocuparon de hacer posibles los primeros cohetes que llevaron dichos satélites al espacio, como Von Braun o Korolyev, habían diseñado antes cohetes para el transporte de cargas explosivas -incluso atómicas- en V-2 o en misiles balísticos intercontinentales), no deja de ser reconfortante el giro que han tenido los acontecimientos.

Aunque los esfuerzos de la ESA y de la Estación Espacial sean mejorables, su modelo de trabajo en común sigue siendo de lo mejor que tenemos, más allá de sus posibles éxitos (que por suerte, pronto serán superados, aunque nunca deberemos olvidar que cada peldaño ayuda a subir el siguiente).

Quizás, los infinitos caminos que parece marca el espacio pasen todos ahora por una misma senda, que es el de la ayuda mutua, al menos en sus usos pacíficos. Como la Antártida y el Ártico, el Cosmos, no debería ser nunca de nadie.

Alfonso López Borgoñoz

(Publicado en el editorial de diciembre de 2007 de la revista Astronomía)

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