28 junio, 2021

"El servicio prestado a los rojos fue de armas y burocrático": Una breve historia de Santiago López Oliver

 Texto de Carlos López Borgoñoz



Su esposa, Julia Alonso Rodríguez, le recomendaba que no fuera tan sincero, pero había jurado por su honor decir toda la verdad, así que lo reconoció en el interrogatorio al que fue sometido tras su detención, una vez finalizada la guerra civil española, el 7 de abril de 1939.

Santiago López Oliver era militar profesional y servía en el Regimiento de Infantería Albuera núm. 25, destacado en Lérida, el 18 de Julio de 1936, el día del estallido de la guerra.

Esa noche, el jefe en funciones de Falange en Lérida José Martínez de San Miguel se había entrevistado con el coronel Rafael Sanz Gracia, gobernador militar de la plaza, urgiéndole a tomar medidas ante las noticias que llegaban a la ciudad del alzamiento militar que se había producido en África y se estaba extendiendo por todo el territorio español. Había que declarar el estado de guerra, como fue finalmente ordenado por el General Cabanellas.

El coronel Sanz, al mando del regimiento Albuera núm. 25, encargó personalmente el 19 de Julio al teniente López Oliver, dada la confianza que tenía en él, la declaración del Estado de Guerra con su sección, primero en el Ayuntamiento de Lérida y después, en las dependencias de la Generalitat de Catalunya, “dado el entusiasmo que había demostrado en otros cometidos que le había encomendado anteriormente”. El regimiento estaba acuartelado en la Seu Vella de la ciudad, y desde allí partieron las tropas que habían de cumplir tal arriesgada misión.


Las milicias populares, agrupadas al otro lado del río, conocedoras de las noticias del fracaso del levantamiento en Barcelona pudieron hacerse con la ciudad en las siguientes horas, tras unos pocos tiroteos en los que murieron dos personas.

Las tropas sublevadas volvieron a acuartelarse y tras su rendición, el coronel Sanz sería fusilado a los pocos días, junto con el propio José Martínez y otros cabecillas destacados de la rebelión, falangistas y tradicionalistas. A pesar de que Lérida estaba ganada para la causa nacional, aparentemente, la actitud poco decidida de Sanz, poco dado a desatar la violencia y las detenciones masivas, fue decisiva para explicar el curso de los hechos.

Probablemente también la propia actitud de López Oliver, conocido por su carácter temporizador y pacífico, contribuyó a tal desenlace en línea con la actuación de su superior.

En el libro “El ejemplo de la columna Durruti”, de Eladio Romero García, se cita como “el 19 de Julio, los soldados de la guarnición dirigida por Rafael Sanz se apoderaban de los puntos clave de la ciudad (ayuntamiento, Radio Lérida, delegación del gobierno de la Generalitat) proclamando el estado de guerra en la plaza del Ayuntamiento (tarea de la que se encargó un destacamento procedente de la Seu Vella). (…) Los jefes rebeldes se rindieron (Rafael Sanz fue acribillado en ese momento) y los más significativos fueron encerrados en la cárcel provincial.”

Las tropas franquistas no volverían a entrar en Lérida, tras sangrientos combates callejeros que según algunas fuentes costaron 2000 muertos, hasta el 3 de abril de 1938

Curiosamente, la suerte de Santiago López fue diferente a la de los otros mandos militares y civiles; el 24 de Julio, tres días después del fracaso de su declaración de guerra con los sublevados y el mismo día en que moría fusilado el coronel que tanto confiaba en él, fue requerido por el capitán de infantería del regimiento Almansa nº15 Sebastián Zamora Medina, fiel a la república, para incorporarse con él “para el mando de una compañía en la columna que había de formar”, marchando inmediatamente hacia Caspe. Dicha circunstancia está recogida en la Wikipedia, en la entrada “milicia confederal”, y supuso probablemente la decisión más difícil de su vida. Colaborar con el enemigo o someterse a la misma suerte que sus camaradas y dejar a su familia en la estacada.


Se enroló pues en la columna anarcosindicalista Hilario-Zamora que se nombró por sus jefes, el anarquista Hilario Esteban Gil y el capitán Sebastián Zamora Medina. El día 25 de julio se dirigió hacia Caspe donde, posteriormente, se englobó en la Columna Ortiz. Tenía unos mil hombres y mujeres entre milicianos y soldados de la guarnición leridana.

Fue ascendido a capitán pocos días después, cuando fue destinado a la brigada mixta 64 (al mando del comandante Martínez Schiaffino) que sería enviada a la batalla de Brunete.

Posteriormente se incorporó a la brigada 116ª y participaría en las batallas de Belchite durante el verano de 1937, tomando el 28 de agosto importantes posiciones clave para la conquista de la ciudad, como Sástago. Había pasado poco más de un año desde que salió hacia el ayuntamiento de Lérida, aquella mañana de verano del 36.

Curiosa circunstancia, la de estar en los dos bandos en sólo una semana, saliendo hacia el frente mientras que, literalmente, los mandos que habían confiado tanto en él morían en el paredón. Que pensamientos debían pasar por su cabeza, habiendo dejado a su familia en la capital finalmente dominada por los republicanos, habiéndose destacado tanto durante los días de la sublevación.

La designación de López Oliver en su nuevo destino fue debida probablemente a la escasez de oficiales leales a la república, ya que “el capitán de asalto Ramiro (llegado desde Barcelona), efectuaba continuas detenciones y fusilamientos entre los cabecillas rebeldes en los primeros días tras la rebelión militar”. “Su llegada prácticamente costó la vida a los detenidos…”

Se ignora la causa por la que Santiago López no fue también detenido, habiéndose destacado de tal forma en la toma de edificios públicos, pero en cualquier caso se dio la circunstancia de que poco después serviría en la columna Sur-Ebro, junto a la Columna Durruti, en algunas de las batallas más sangrientas de la guerra civil. Se diría que también los mandos republicanos confiaban mucho en él, dadas las grandes responsabilidades que también le asignaron.

Su servicio de armas con “los rojos” transcurrió así desde entonces hasta el 2 de septiembre de 1937, fecha en la que, como consecuencia de haber sido herido en Belchite, fue evacuado a Barcelona.

Tras su recuperación, se incorporó el 1 de enero de 1938 a la pagaduría del Centro de Reclutamiento, Movilización e Internamiento (CRIM 11) de Albaida (Valencia) donde gracias a la ayuda de Enrique Benedicto Sotelo, de ideología antimarxista al igual que Santiago, consiguió quedarse hasta “la liberación por parte de las tropas nacionales”, no llegando a incorporarse más al ejército de Levante tal y como había sido requerido, en las etapas finales de la guerra, que finalizó en Valencia, “al ser liberado por las tropas nacionales” con el empleo de Mayor (Comandante).

Albaida presentaba un aspecto de torreón habitado por espectros. Soldados tumbados en las aceras de las calles con los pies sangrantes, reclutas asustadizos a los que mareaba el vino y lloraban reclamando a sus madres. EL CRIM se aposentaba en un castillo con balcones un poco de palacio y corredores de convento. El edificio era siniestro y todo en él eran pasillos estrechos, oficinas de pesadilla y suboficiales patibularios” (José Luis Castillo. “Con la muerte al hombro”)


Si Santiago López Oliver, de ideología conservadora, religioso y antimarxista hubiera sido menos explícito en la declaración jurada que siguió a su detención, inmediatamente tras la finalización de la guerra y hubiera seguido los consejos de su esposa Julia Alonso Rodríguez, probablemente habría recibido un trato más favorable después de la guerra, dados los avales que se recibirán con posterioridad.

El mismo procesado declaró que si no se pasó a la zona nacional cuando pudo, fue por “no dejar abandonados a mi esposa y tres hijos pequeños (el mayor de 12 años) que lo pasaban muy mal por haberme destacado en la declaración del estado de guerra (y el público les era hostil) no tenían más medios que mi paga y no teníamos ningún familiar…”.

No cabe dudar de la veracidad de los testimonios del acusado, dado que no siempre testificó a en su propio interés, dando mucho detalle de sus actividades de armas con los republicanos. De hecho, en su declaración declaraba que su servicio a la república había sido “de armas y burocrático”.

Su papel al servicio del ejército republicano está muy documentado por historiadores que destacan su papel en las columnas de las milicias confederales, directamente al lado de los líderes de estas. Su papel debió ser muy relevante en el año 1936/37 y muy contradictorio y difícil de explicar para los que le juzgarían después.

Por lo que sabemos, sin embargo, su actividad militar no fue leal a la república durante su pertenencia a la misma; debió ser ciertamente doloroso para una persona tan honrada y sincera pertenecer a ese ejército mientras se profesaba la ideología del enemigo “no prestando ni orientando de buena fe los servicios que de mi dependían y protegiendo a todo elemento de ideología nacionalista, evitando su incorporación al frente unos y a otros facilitándoles que pudieran trabajar a favor de la causa nacional”(sic).

Se cita a continuación el nombre y apellidos de muchas de las personas que recibieron tales ayudas; todos ellos avalarían con posterioridad su conducta:

  • Santiago Bea Sánchez, profesor de instituto de Játiva
  • Vicente Delhom Verdaguer, sacerdote de Albalat de Taroncher al que admitió de escribiente sabiendo de su condición.
  • José Juan Soler, estudiante de derecho de Albaida, a quien admitió de escribiente.
  • Miguel Verdier, abogado de Gandía a quien consiguió tras “interesadísima gestión personal” que se le declarara inútil total, conociendo de sus ideas derechistas.
  • Manuel Fernando Soriano Tola, maestro nacional que en su aval declaró que como pagador, el “oficial habilitado pagaba sus haberes a los elementos de derechas aunque no hubieran cumplido todos los requisitos pero en cambio obstaculizaba el pago de la 83 brigada mixta (Columna de Hierro)”
  • Francisco Monzó Miralles,
  • Francisco Hueso Monzó, declaró en su aval que había conseguido que lo declararan inútil para el servicio.
  • José Crespo
  • Ricardo Rodrigo
  • Miguel Muñoz y “otros tantos que por no hacer interminable la lista…

Testificaron a favor de Santiago López Oliver ni más ni menos que el comandante Rafael Hierro Martínez, que llegaría a ser General, Gobernador Civil de La Coruña y Director General de Seguridad entre 1951 y 1957, una etapa en la que se notificaron torturas en la sede de La Puerta del Sol de Madrid a destacados líderes socialistas. Aún existe una calle en Madrid con su nombre.

En su declaración jurada, Santiago López narra un curioso encuentro con los tenientes Jesualdo Dominguez Alcahud-Sánchez (que consta que llegó a Coronel de Estado Mayor fallecido en 1992), Gilberto Villar Pérez y Serafín Moreno Pato (que consta en los tribunales de varios consejos de guerra tras el final de la guerra) quienes le informaron a principios de Abril de 1936 de la “unión en la oficialidad de los cuerpos y armas de la guarnición de Valladolid, y me pidieron informes de como se pensaba en el Regimiento Albuera nº 25

En cuanto a la relación de nombres que es invitado a facilitar, Santiago López Oliver proporcionó únicamente tres nombres de personas desafectas al régimen franquista: el que fue mayor de milicias del CRIM 11, Adolfo Barea Pérez, el del sindicalista y jefe de la columna en la que López Oliver salió de Lérida Hilario Esteban Gil y el de Antonio Ortiz, quien organizó la columna “Ortiz” (a la que se unió la de Esteban) y  que consta que huyo a Francia perseguido por los estalinistas que habían asesinado previamente a Andreu Nin.

Adolfo Barea había sido detenido en 1922 tras un atraco en la Imprenta Alemana de Madrid, calificándose en la prensa como un “conocido sindicalista” (que fue comisario de la CNT-FAI); ya entonces se le intervino una pistola y municiones. Santiago López lo definió como dirigente de la “evolución marxista”.  

A Hilario Esteban Gil se le acusó de asesinatos indiscriminados cometidos el 20 de Julio, así como la quema de alguna iglesia. Antonio Ortiz es entrevistado en la página https://www.elsaltodiario.com/contigo-empezo-todo/heroe-habitacion-36. ¡Hay que ver lo que son las diferentes visiones de los mismos acontecimientos! En este documento, el propio Ortiz explica “Su espectacular juventud en los sindicatos de la CNT y los grupos de acción anarquistas (…). Fueron ellos quienes pararon el golpe militar en Barcelona gracias a su preparación en los comités de defensa sindicales que llevaban años organizando insurrecciones, lo cual, le explica, fue fundamental para que el fascismo no triunfara rápidamente. Después se marchó al frente, encabezando la Columna Sur-Ebro o “Columna Ortiz”, con alrededor de un millar de combatientes.

¿Llevaba tu nombre? Mucha gente la llamaba así, aunque a mí nunca me gustó.
— Pero si no eras militar, ¿Por qué la dirigías?  Así eran muchas columnas, los obreros las dirigíamos. Para que veas, yo soy carpintero y la nuestra fue una de las pocas que consiguió avanzar en el territorio: tomamos Caspe, Alcañiz…”

Antonio Ortiz acabó en un campo de concentración francés (Vernet), desde donde sería deportado a Argelia para ser liberado con el desembarco aliado en el norte de África. De ahí se alistó en el ejército francés, siendo herido en Alemania,  e intentó después asesinar a Franco en San Sebastián. Tras 30 años ejerciendo de carpintero en Venezuela regresó a Barcelona, donde murió en la residencia de ancianos de La Verneda, en 1996. Una historia paralela a de Miralles, personaje que se hiciera famoso a raíz de la novela “Soldados de Salamina”

Santiago López Oliver, tras ser detenido, ingresó en la prisión de Monteolivete el 9 de Abril de 1939, el 7 de Julio se solicitaron los informes y el 24 de Julio de 1939 se pidió para él la prisión atenuada, saliendo en libertad el 28 de Julio habiendo permanecido poco más de tres meses y medio encarcelado.

Hoy la prisión de Monteolivete es sede del museo fallero de Valencia, situado junto a la ermita que algunos años antes el brigada Borgoñoz había defendido frente a la multitud que la quería quemar.


El propio recluso había solicitado en carta manuscrita el 12 de Julio la prisión atenuada para sí mismo, y con ello poder atender a su esposa Julia, que había de someterse a una intervención quirúrgica en el ojo derecho, acompañando para ello el correspondiente certificado médico que atestiguaba tal circunstancia.

Durante los meses de cautiverio, se recibieron numerosos avales a favor del reo, entre ellos el del Alférez Enrique Alfambra Camps, quien rechazó en la tarde del 18 de Julio el cargo de Alcalde de Lérida que se le ofreció. El alférez declaró que “el teniente López declaró con gran entusiasmo el estado de guerra y que por ello se creó muchos enemigos. Para librarse de una muerte segura, salió al frente con el fin de pasarse a las tropas nacionales…”. De nuevo sorprenden estos encendidos avales desde reconocidos elementos franquistas hacia quien, nadie lo podía negar, había tenido un papel relevante en el ejército enemigo.

  • El teniente Gregorio Cordovilla Arauzo defendió el “carácter cristiano anterior al alzamiento del teniente López”.
  • El hermano marista Julio Irribaren Landa declaró en su favor, ya que iban a su colegio (maristas de Lérida) “dos de sus hijos”.
  • Federico Fusté Barrientos, quien confirmó que el procesado había declarado el estado de guerra en Lérida.
  • El falangista Francisco Safont declaró que sus hijos iban a colegios religiosos. “Saludo a Franco
  • Nieves Albiñana Zaldívar, viuda del Capitan Jaime Jane Martín, asesinado tras el alzamiento en Lérida a cuya familia “ayudó en todo cuanto le pedimos”, dada su situación como “familia de asesinado”.
  • José Nebot Chornet, declaró que Santiago López llego a ser acusado de fascista.
  • El sargento Rafael Ortuño, que mientras estudo en el “CRIM, se mantenía alejado de los otros oficiales rojos, haciendo su vida particular solamente con su familia”.
  • El Alcalde de Albaida, de firma ilegible, que el procesado “estuvo siempre apartado de los oficiales de fobia marxista”.

El 23 de agosto, considerándose finalizada la etapa sumarial, se elevó el procedimiento “a plenario”, concluyendo el fiscal que los hechos juzgados eran constitutivos de delito de “Auxilio a la rebelión”, solicitando para el acusado la pena de “prisión menor” pero renunciando a asistir a la sesión de lectura de cargos.

Para la vista plenaria, se nombró abogado defensor al Alférez Honorífico del Cuerpo jurídico Militar Mariano Muntadas Quintana, de quien no constan muchas referencias. Llegado el acto de lectura de cargos, no compareció tampoco el fiscal, y a la pregunta de si quería el acusado alegar algo más a su favor, éste respondió que “había dejado de pagar 47 millones de pesetas (…) lo cual ocasionaba el consiguiente disgusto en el ejército rojo”. 47 millones de pesetas debía ser una cantidad considerable en la época, lo que da cuenta de una gran audacia por parte del procesado en su compromiso con la causa nacional mientras estaba al frene de la pagaduría del ejército republicano.

La fecha del consejo de guerra se fijó para el 19 de septiembre de 1939 y en el acta de dicho consejo se reflejó la solicitud del fiscal de la pena de cuatro años de cárcel de prisión menor, por el delito de auxilio a la rebelión con eximente incompleta de estado de necesidad, demostrado al haber declarado el estado de guerra en la plaza Lérida y demostrado repetidamente su adhesión al régimen. Su abogado defensor, abundando en el carácter de estado de necesidad del acusado, de sus buenos antecedentes y de su ideología de acuerdo con la causa nacional, solicitó la absolución o en su caso la pena de 6 meses de prisión menor.

La sentencia se hizo pública el mismo día 19 de septiembre de 1939, y a pesar de resultar que “el procesado aparece como persona de antecedentes inmejorables, de derechas, católico, amante del orden y afecto indudable al Glorioso Movimiento Nacional”, Santiago López Oliver es condenado a dos años de prisión menor, notificándosele la condena en firma el 22 de septiembre. En virtud de esta, además de la pena de prisión menor se condenaba al acusado a la pena accesoria de suspensión del empleo de teniente durante la duración de esta.

Es destacable, de nuevo, el tono benevolente hacia una persona que constaba como mano derecha de los líderes de la columna Hilario-Zamora y que combatió en Belchite.

Curiosamente, Santiago López Oliver se acogió de inmediato al indulto que concedió Franco el 1 de octubre de 1939, pocos días después de la sentencia, con motivo de su tercer aniversario de su ascenso al poder. Por esta disposición quedaban libres los militares republicanos que hubieran sido condenados a menos de seis años de prisión. Aunque dicha circunstancia supuso evitar la entrada en la cárcel, no evitó la pérdida de empleo, lo que supuso unos años de graves privaciones para él y a su familia.

Cuando años después se reclamó a su viuda las 166 pesetas que el procesado había cobrado por adelantado en 1936, sólo se eximió del pago a la familia tras certificarse la insolvencia de su viuda.

Santiago López Oliver participó en acciones de armas con unos y con los otros y pudo ser un héroe para ambos bandos, pero nunca actuó pensando en su propio beneficio sino fundamentalmente pensando en su familia. Solo para ella sí lo fue. Un héroe discreto.

Fue fiel a sus ideas y también disciplinado y no se mereció el desenlace que le reservó la vida.

Santiago López Oliver no llegó a ver el archivo definitivo de las diligencias, pues murió unos pocos meses antes, el 22 de enero de 1943 con una fuerte depresión que no llegó a superar, y fue enterrado con su sable de oficial en una fosa común en el cementerio de Valencia.

Consta que la causa de su muerte fue la cirrosis. Su hijo, Alfonso defendió siempre que murió de tristeza.

    










 




 

 

 

 

 

 

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