Marisela Ortiz y Nakarówari Leal Ortiz (primera fila, a la izquierda), junto a Joan Sau (alcalde de Castelldefels), Miguel Yepes, Sérvulo González y Alfonso López Borgoñoz, en Castelldefels el 9 de julio de 2009. (Foto: R. Josa)
Ciudad Juárez está en el estado de Chihuahua (México), en el centro de la larga frontera de este país con EEUU. A orillas del río Bravo (o Grande para los estadounidenses), equidistante del Pacífico y del Atlántico, sus autoridades en demasiadas ocasiones también parecen estar a igual distancia del bien y del mal.
Con motivo de la elección del Premio Especial Ciudad de Castelldefels, que en años anteriores había premiado la obra del colombiano Manuel E. Patarroyo o de la saharui Aminetou Haidar, pensé que era una buena idea proponer al Consejo de Solidaridad de la ciudad que presentaran (como así hicieron junto al Grup de Dones) como candidata a la entidad "Nuestras hijas de regreso a casa", fundada en la ciudad mexicana antes indicada en el año 2001 por Marisela Ortiz Rivera y por Norma Andrade, tras el secuestro y asesinato por unos desconocidos en el mes de marzo de dicho año de la hija de la segunda, Lilia Alejandra, en un crimen que aún hoy está impune, al igual que los asesinatos y violaciones de muchos otros centenares de mujeres...
Por suerte, el sentimiento de solidaridad y la sensibilidad de las personas encargadas de la elección del premio hizo que se decidieran por esta asociación para obtener el mismo. Y eso me permitió tener la espléndida posibilidad de conocer a Marisela Ortiz y Nakarówari Leal Ortiz, su hija, cuando vinieron a mi ciudad a recoger la distinción.
De entrada, me encantó el nombre de la entidad. "Nuestras hijas de regreso a casa" me recordaba la denominación de algunas asociaciones de familiares de desaparecidos que en el cono sur americano (muchos años después de la desaparación de sus hijos o hijas, hermanos, hermanas, ...) y pese a saber que en su mayor parte habían muerto en las peores condiciones imaginables, reclamaban a sus estados su vuelta a casa en perfecto estado, vivos y vivas, dado que así era como se los habían llevado.
La muerte de las mujeres de Ciudad Juárez (niñas de menos de diez años en muchos casos) son especialmente penosas y brutales, no ahorrándose en muchos casos los perpetradores de las mismas ningún horror, en la más absoluta indiferencia, ante el conocimiento de su segura impunidad. Por lo que sé, las víctimas suelen aparecer al poco tiempo de susecuetro al salir de su trabajo o casa tiradas en el borde una carretera, muertas, llenas de heridas, golpes, magulladuras y violadas, por lo general, repetidas veces.
Muertas con toda su dignidad, pero tras un proceso de humillación y envilecimiento constante, sus familias se enfrentan tras enterrar sus restos con la indignidad de un estado que, por lo que parece, no hizo nada para protegerlas mientras estaban vivas, que no hace nada para investigar los casos y castigar a los culpables y que tampoco hace nada para salvar y honrar la memoria de las fallecidas ni para tratar de indemnizar su pérdida, que en muchos muchos casos afecta a hijos e hijas de corta edad, dado que la mayor parte de mujeres en esta zona suelen tener ya sus primeros hijos hacia los quince años.
Según comentó Marisela, es posible que estas muertes sean producto de ritos de iniciación de los miembros de las bandas de narcotraficantes, como muestra a los 'novatos' de que en su trabajo no hay límites y de que todo lo que quieren está a su alcance, dada la omisión del deber de hacer justicia del Estado en estos casos. Recuerdo ahora, tras escribir lo anterior, el testimonio de un torturador turco que me confesó que dejó de serlo cuando en su proceso de adiestramiento en su país le hicieron torturan a menores, precisamente para comprobar si realmente valía para el cargo.
Muertas en condiciones ultrajantes, los medios oficiales y extraoficiales suelen de palabra (por obra de funcionarios o políticos torpes -y a veces corruptos según indican los medios de comunicación-) o escrito vejarlas tras su asesinato con ensañamiento con preguntas lanzadas al aire y dejadas caer a la prensa o incluso a sus familiares: ¿qué hacían andando solas? ¿porqué la falda era tan corta? ¡ya había tenido varios novios! ¿era puta?... como si la respuesta en positivo de alguna o todas de esas cuestiones quitara un ápice al horror. Como si nada de ello sirviera o pudiera justificar nada.
Pero seguramente para ellos todo justifica todo. La ofensa gratuita a la víctima es el mejor camino del poder para justificar su inacción y para evitar la reparación de las víctimas o sus familias.
Lo peor es que en muchos casos el cáncer de la duda entra en la casa de los vecinos y vecinas de las mujeres o niñas, hasta de 6 ó 7 años, que aparecen violadas y muertas. "¡Algo habrían hecho!", piensan muchos para tratar de entender lo inentendible, como es tanto la cruel violencia de los asesinos como la complicidad por inacción de las autoridades locales o estatales.
Además, para ellos, para las autoridades, las chicas de las maquiladoras, no tienen derechos, no existen, sólo son mano de obra que se renueva fácil. Son mujeres pobres.
Y ahí cobra su fuerza, para mi, el nombre de la entidad. Las chicas, las mujeres, las niñas, deben volver vivas. Se debe trabajar para ello... Pero si no vuelven vivas, deben al menos volver a casa, entrar de nuevo en su familias, en su memoria, en la de su colectividad, con todos sus derechos que nunca perdieron, con toda su belleza, con toda su grandeza.
De hecho no son víctimas, son mujeres trabajadoras. No son víctimas, son madres. No son víctimas, son portadoras de derechos inalienables y es deber de todos y todas, especialmente de las autoridades, el defenderlas en todo caso, no como víctimas, sino como mujeres en la plenitud de su vida, en la plenitud de sus derechos humanos.
Muertas en las peores condiciones, estos seres humanos despojados de todo en ese atroz momento, que me duele incluso imaginar, el estado mexicano, sus amigos, su entorno no les puede robar lo único que pese a todo tenían al ser asesinadas, que son su derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación.
Los derechos humanos son los de todos y todas, en todos los casos, en todas las situaciones, en todo momento, antes y después de nuestra muerte.
Por eso los que los violan pueden ser perseguidos siempre.
Por eso el estado mexicano debe garantizar que esas niñas regresan a su casa, a la nuestra, a la de todos y todas, a la de sus derechos, a la de la gente buena que las quiere y respeta, cuanto antes.
Si no somos capaces de garantizar los derechos humanos en los barrios, en las ciudades, para estas mujeres, ¿qué es lo que hacemos?
Nuestras hijas, de regreso a casa, ya.
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