30 noviembre, 2008

MÁS LEJOS...

Me comentaba en el año 1995, en una carta muy amable, Félix García-Castañer, cuando era director del Centro Europeo de Operaciones Espaciales de la Agencia Espacia Europea, que, si se ponía en relación lo imaginado en la película “2001, Una Odisea en el Espacio” y la realidad de ese año 2001, cuando llegara, “un resultado probable de tal comparación será el que la realidad se ha orientado más a las aplicaciones que a la exploración y colonización del espacio por el hombre”.

He vuelto a releer su carta, y otras, el día antes de enviar este texto, cuando ya el tiempo me apremiaba y debía escribir para este primer número de la revista del año, del siglo y del milenio, momento en que parece que la voz se ha de tornar especialmente grave y pausada, y la mirada lánguida, escrutando un futuro que, como siempre, es demasiado esquivo para poder ser contemplado.

En realidad, volviendo al mítico film, no sé si la película no hablaba ya de un futuro de aplicaciones más que de exploración. Recordemos que el hallazgo del segundo monolito se produce durante una serie de trabajos más o menos rutinarios sobre nuestro satélite y que el último viaje (bueno, el penúltimo) tiene lugar como consecuencia de ese descubrimiento.

Creo que las aplicaciones son necesarias, y que el conseguirlas buenas quizás es más complicado que la exploración en sí misma. Los ingenieros, como me dijo una vez Josep Amat –profesor de la UPC-, no sólo tienen que hacer ciencia de la mejor, sino que además deben hacer que funcione. Obtener cosas realmente útiles tiene tanto de exploración, sin duda, como el conseguir las inútiles.

El problema es que creo que García-Castañer no hablaba tanto de las aplicaciones entendidas como ampliación del conocimiento tecnológico, sino como una rutina mediocre abotargada que todo lo inunda (lo seguro antes que probar suerte con lo desconocido).

Particularmente, sigo viendo la belleza del conocimiento y de la exploración aunque no sean estrictamente útiles. Sin duda, nunca se ha de perder de vista que las cosas tienen un coste y que deben tener un retorno socialmente válido para todos, pero no puedo dejar de recordar ahora los versos de Kavafis en los que dice “Si vas a emprender el viaje a Ítaca, pide que tu camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento (...) Ten siempre a Ítaca en la memoria. Llegar allí es tu meta. Más no apresures el viaje. (...) Ítaca te regaló un hermoso viaje. Sin ella el camino no hubieras emprendido. Mas ninguna otra cosa puede darte. Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca. Rico en saber y vida, como has vuelto, comprendes ya que significan las Ítacas”.

La isla a la que se debe llegar siempre es a la de la aplicación final -desde una perspectiva social-, pero lo hermoso –a escala individual- está en el mismo viaje. Tal vez el emprender esos trayectos inciertos debiera ser nuestro destino, al menos es lo que algunos quisiéramos. Y no es tiempo perdido, ya que sin viajes e ilusiones individuales, quizás no hayan retornos sociales.

Muy posiblemente, la mejor manera que tenga de saludar a este 2001, que tímidamente y sin ruido ya ha llegado, es, como decía en uno de sus discos Lluís Llach, al rememorar él también a Kavafis, el de tratar de ir más lejos, siempre mucho más lejos.

Alfonso López Borgoñoz
(Editorial Tribuna de la Astronomía y Universo, enero 2001, primer número de todo un milenio)

04 noviembre, 2008

SOÑANDO MUNDOS

Acaba el año 2008, y llega en seguida el año de la astronomía... y el cuadragésimo aniversario de la llegada del hombre a la Luna...

En diciembre de 2009 se cumplirán cuatrocientos años justos desde que Galileo descubría cuatro nuevos mundos orbitando otro planeta (los satélites de Júpiter) y cuarenta años ya en julio desde que Neil Armstrong pisara el suelo lunar.

Nuevos mundos, nuevas posibilidades. El ansia de conocer otras realidades ha sido constante en el ser humano. La curiosidad, en ocasiones, no fue todo lo positiva que debiera haber sido, pero probablemente también era irrefrenable.

En esa línea, muchos vamos siguiendo, casi nerviosos, los resultados que, cada poco, nos van llegando de las investigaciones sobre otros sistemas solares. ¡Hace sólo poco más de diez años que atisbábamos esos planetas y ya nos parece que los descubrimientos van demasiado poco a poco!

Los avances, que parecen tímidos y reiterativos en ocasiones (otro mundo, otro cinturón de asteroides, otro eclipse lejano –muy lejano-...) son en realidad pasos muy importantes en la consolidación del conocimiento que tenemos sobre los llamados exoplanetas. Minúsculos datos que surgen a veces, de improviso, sirven para afianzar o hace caer pequeñas hipótesis sobre dichos cuerpos, que a veces, obligan a reajustar marcos conceptuales más amplios.

Y todo ello a la espera del siguiente paso, cada vez más cercano, que será el de captar otras tierras y sus atmósferas.

¿Habrá otros mundos como el nuestro? ¿Será la vida necesaria? Los resultados de la búsqueda de la misma en nuestro propio Sistema Solar, sin ir más lejos, son desalentadores. No creo que sea fácil que surja, pero probablemente tampoco que se mantenga a largo plazo. Un planeta cuyas condiciones varíen mucho con el paso del tiempo, una gravedad diferente, una mayor o menor lejanía del Sol (que afecta a la existencia de agua líquida), la falta o exceso de presión atmosférica, la falta –incluso- de ozono y de otros gases que evitan la llegada de radiaciones no deseables desde el espacio (como la ultravioleta), marcan algunas de las limitaciones (hay más) que nos hacen ver que algo tan intrascendente como meramente esperar este próximo fin de año sea casi un milagro y tal vez una rareza cósmica mucho menos frecuente de lo que nos pensamos. La inteligencia debe ser aún menos frecuente. Y la inteligencia bien aprovechada, aún mucho menos.

Como Galileo, hace cuatro siglos, estamos empezando a descubrir nuevos mundos. Tal vez nunca pongamos el pie en ellos, pero, no lo olvidemos, nadie nos podrá quitar el placer de tratar de llegar a conocer su existencia y de haber soñado el pasear por ellos, aprendiendo muchas cosas al desvelar sus secretos.

Alfonso López Borgoñoz

(publicado en la revista Astronomía, en diciembre de 2008)