Cincuenta años después del lanzamiento del Sputnik, posiblemente sea ahora cuando estemos viviendo el mejor momento de la industria de los satélites artificiales, tal como quedó claro en la pasada feria Satellite 2007, celebrada en Washington (EEUU) en febrero pasado.
Tras los ensayos con los primeros ingenios espaciales y el ulterior proceso de sofisticación de su capacidad para contemplar el Universo o la propia Tierra (o para finalidades militares), no hay duda que el desarrollo de la tecnología asociada a la televisión, la telefonía, Internet o a la geolocalización ha hecho que empresas de todo el planeta (como la española Hispasat, con capital mixto) hayan irrumpido con fuerza en el sector, no sólo como fabricantes, sino también financiando el proceso de lanzamiento y mantenimiento de los satélites. Algunas de las grandes operadoras de éstos, públicas en su mayor parte cuando nacieron hace cuarenta años, han pasado ahora a ser —tras diversos procesos de privatización— objeto del deseo de una gran cantidad de inversores que han visto en este mundo una alta rentabilidad. Ya nadie duda del interés del conocimiento del espacio próximo exterior y de la mejora de la tecnología del instrumental espacial, para hacerlo más seguro y eficaz.
Esta es la razón, también, para que cada vez sean más los países que apuestan por ello, subvencionando —incluso— programas de investigación ambiciosos como punta de lanza del desarrollo de su industria (para mejorar sus prácticas y poder acreditar que son expertos). China, por ejemplo, mandará una misión a la Luna antes de fin de año, y tratará de aterrizar allí en el 2012, así como traer muestras lunares en el 2017 y enviar un ser humano hacia el 2020, mientras que en este marzo también ha firmado un acuerdo con los rusos para colaborar en el envío de una nave hacia Marte en el 2009.
Al mismo tiempo, los científicos siguen gozando con las aportaciones de unas magníficas sondas que sobrevuelan el Sistema Solar —observando de forma concienzuda sus planetas—, mientras unos estupendos todoterrenos robóticos deambulan sobre Marte desde hace años, al tiempo que toda una serie de observatorios espaciales escrutan el Cosmos desde órbitas más o menos cercanas a nuestro planeta.
Cuando se observan los planes de inversión futuros, tal vez sea bueno recordar que pese a haber sido retocados muy a la baja en los EEUU, Europa y Rusia en los últimos años, no hay duda que la emergencia del sector privado y de nuevos competidores en la carrera espacial ha hecho que podamos afirmar que, seguramente, al resto de ramas de la ciencia que estudian nuestro entorno ya les gustaría llorar con los ojos de los que amamos el espacio. Por eso, que el proyecto Galileo llegue a buen puerto es tan importante, ya que la industria espacial es un gran acicate para mantener las inversiones en investigación.
Alfonso López Borgoñoz
(Revista Astronomía, editorial, junio 2007)
Tras los ensayos con los primeros ingenios espaciales y el ulterior proceso de sofisticación de su capacidad para contemplar el Universo o la propia Tierra (o para finalidades militares), no hay duda que el desarrollo de la tecnología asociada a la televisión, la telefonía, Internet o a la geolocalización ha hecho que empresas de todo el planeta (como la española Hispasat, con capital mixto) hayan irrumpido con fuerza en el sector, no sólo como fabricantes, sino también financiando el proceso de lanzamiento y mantenimiento de los satélites. Algunas de las grandes operadoras de éstos, públicas en su mayor parte cuando nacieron hace cuarenta años, han pasado ahora a ser —tras diversos procesos de privatización— objeto del deseo de una gran cantidad de inversores que han visto en este mundo una alta rentabilidad. Ya nadie duda del interés del conocimiento del espacio próximo exterior y de la mejora de la tecnología del instrumental espacial, para hacerlo más seguro y eficaz.
Esta es la razón, también, para que cada vez sean más los países que apuestan por ello, subvencionando —incluso— programas de investigación ambiciosos como punta de lanza del desarrollo de su industria (para mejorar sus prácticas y poder acreditar que son expertos). China, por ejemplo, mandará una misión a la Luna antes de fin de año, y tratará de aterrizar allí en el 2012, así como traer muestras lunares en el 2017 y enviar un ser humano hacia el 2020, mientras que en este marzo también ha firmado un acuerdo con los rusos para colaborar en el envío de una nave hacia Marte en el 2009.
Al mismo tiempo, los científicos siguen gozando con las aportaciones de unas magníficas sondas que sobrevuelan el Sistema Solar —observando de forma concienzuda sus planetas—, mientras unos estupendos todoterrenos robóticos deambulan sobre Marte desde hace años, al tiempo que toda una serie de observatorios espaciales escrutan el Cosmos desde órbitas más o menos cercanas a nuestro planeta.
Cuando se observan los planes de inversión futuros, tal vez sea bueno recordar que pese a haber sido retocados muy a la baja en los EEUU, Europa y Rusia en los últimos años, no hay duda que la emergencia del sector privado y de nuevos competidores en la carrera espacial ha hecho que podamos afirmar que, seguramente, al resto de ramas de la ciencia que estudian nuestro entorno ya les gustaría llorar con los ojos de los que amamos el espacio. Por eso, que el proyecto Galileo llegue a buen puerto es tan importante, ya que la industria espacial es un gran acicate para mantener las inversiones en investigación.
Alfonso López Borgoñoz
(Revista Astronomía, editorial, junio 2007)
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