Según parece, el misil alcanzó su objetivo, destruyendo el objeto impactado y llenando el espacio de microchatarra que, en el mejor de los casos, tardará décadas en desaparecer. La operación, por los pocos datos que tenemos, fue un éxito, aunque ello sólo lo habrá sido, claro está, en la estrecha mente de los actuales mandatarios de esa gran nación asiática.
Debo reconocer, sin embargo, que esa valoración positiva de los responsables chinos sólo la supongo dado que, de momento, éstos guardan silencio sobre el lanzamiento. Sólo un portavoz oficial, hablando en general de la carrera espacial, ha dicho que China no desea emprender ninguna carrera armamentística más allá de nuestra atmósfera, en una muestra de cinismo sólo comparable al anuncio de ETA de que, pese al miserable atentado y a los dos asesinados en Barajas, no habían roto el alto el fuego...
El descubrimiento de este hecho gracias al espionaje estadounidense ha provocado una alarma más que justificada. Que China se una a Rusia y a los EE.UU. en el grupo de países con esa capacidad de llevar la guerra al espacio no tranquiliza, sino todo lo contrario. Quizás alguien se alegre porque otro país rompa con la hegemonía estadounidense, pero a nosotros nos gustaría que eso se hiciera de otra manera y por otros gobiernos con una mayor tradición democrática. Con tantas cosas que se pueden hacer en el espacio, centrarse en su militarización es una idiotez que nos acabará por afectar a todos.
Los riesgos de este tipo de acciones ya fueron expuestos en los años ochenta, cuando se desarrollaba en los EE.UU. el proyecto conocido como ‘guerra de las galaxias’, el cual fue frenado gracias a la presión de una parte importante de la ciudadanía de dicho país y del resto del mundo. Por desgracia, en China, la gente puede hacer poca presión, sólo asistir a unas Olimpiadas que, seguramente, estarán dedicadas a la paz mundial y en las que se soltarán palomas en su inauguración...
Pero tan peligroso como el hecho en sí, puede que sea la reacción de sus vecinos (India, Pakistán, Japón, Rusia o EE.UU. —algo más lejos, al otro lado del Pacífico—,...) a los que la preocupación por la capacidad china haga que se vean tentados en invertir en un armamento similar o incluso ‘mejor’, quitando recursos de finalidades sociales o de investigación más necesarias.
A cincuenta años vista del Sputnik, conviene recordar cómo, por desgracia, han ido indisolublemente unidos los avances en el uso pacífico del espacio con el de su uso militar, excepto en el caso de la agencia espacial japonesa o en el de la Agencia Espacial Europea (aunque no en la de algunos de los países que la integran, como Francia o el Reino Unido, por ejemplo).
Alfonso López Borgoñoz
(versión larga del editorial un poco más breve publicado en la revista Astronomía en marzo de 2007)
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