Hace un mes hablábamos, en general, de los malditos parásitos en la antigüedad.
La pulga humana (Pulex irritans), surgió probablemente en el Nuevo Mundo en algún momento indeterminado, como fruto evolutivo de una de las especies de pulgas que abundaban por aquellas tierras. No hay certeza sobre el último animal sobre el que se ‘alojó’ y la transmitió a los humanos. Antes se creía que habían sido los pecaríes (en cualquiera de sus tres especies), pero actualmente la hipótesis más seguida es la que las liga a las cobayas o conejillos de indias (Cavia porcellus).
La pulga humana (Pulex irritans), surgió probablemente en el Nuevo Mundo en algún momento indeterminado, como fruto evolutivo de una de las especies de pulgas que abundaban por aquellas tierras. No hay certeza sobre el último animal sobre el que se ‘alojó’ y la transmitió a los humanos. Antes se creía que habían sido los pecaríes (en cualquiera de sus tres especies), pero actualmente la hipótesis más seguida es la que las liga a las cobayas o conejillos de indias (Cavia porcellus).
En cualquier caso, tras llegar al hombre (quizás por la zona andina o amazónica), desde allí se desplazó por toda América sobre sus hospedadores de dos patas, pudiendo posteriormente cruzar el estrecho de Bering en dirección a Asia y viajar desde allí hasta África y Europa. Es tan bonito conocer mundo, debió pensar.
Si la pulga es americana, y se encuentra en Europa antes de Colón, tuvo que pasar en algún momento anterior al final de la glaciación de Wurm por el llamado puente de Beringia, que se supone unió Alaska y Siberia en dos momentos, el primero entre el 34000 aC y el 30000 aC y el segundo desde el 24000 aC hasta el 17000 aC (aunque es posible que lo hiciera bastante antes, ya que restos —aún bajo discusión— como los de Cerro Toluquilla —México— o Monteverde —Chile—, parecen quizás mostrar restos de hombres en América de hace más de 30000 años).
Ello haría remontar al Paleolítico Superior el momento en que la pulga empezó a usarnos como residencia y por tanto, mucho antes del Neolítico, como se creía, por ser ésta la época de la domesticación en gran cantidad de los animales, cuando la interacción entre hombres y pecaríes (o cobazas) fue tan próxima que hacía pensar que había facilitado el salto de las pulgas de una especie a otra.
Y, como hemos dicho, tras llegar a Asia ya nada las detuvo hasta alcanzar los confines de la Tierra, habiéndose hallado rastros de las mismas en excavaciones medievales por toda Europa, e incluso en Groenlandia, a donde debieron llegar con los vikingos. Luego, con Colón, volvieron a América otra vez.
Los restos más antiguos en el Viejo Mundo son, de momento, los que se han podido documentar en la antigua ciudad de los artesanos de Tell-el-Amarna (Egipto), durante los reinados de los míticos faraones Ajenatón, Smenjare y Tutanjamón (c. 1350 – 1323 aC).
En las excavaciones llevadas a cabo allí en los últimos años se han encontrado 39 especímenes de pulgas humanas. Incluso en una de ellas se ha encontrado la bacteria de la peste bubónica (Yersinia pestis), por lo que se cree que esta enfermedad tal vez surgiera aquí, entre las ratas del Nilo (y no entre las ratas negras, originarias de la India, que también conocemos con el nombre más prosaico de ratas de cloaca) a mediados del segundo milenio antes de nuestra era. La vida no debía ser muy cómoda en aquel barrio, además de las pulgas, los arqueólogos se han encontrado abundantes restos de chinches y moscas.
Y es que en Egipto, probablemente, hubo bastantes más cosas que el fascinante mundo de sus faraones y pirámides para la gran mayoría de sus habitantes.
La próxima entrega, será sobre los tricocéfalos, animal poco vistoso dónde los haya.
Alfonso López Borgoñoz
(A publicar en Tecnociencia núm. 6, sección 'Pretérito Imperfecto', octubre 2006)
La próxima entrega, será sobre los tricocéfalos, animal poco vistoso dónde los haya.
Alfonso López Borgoñoz
(A publicar en Tecnociencia núm. 6, sección 'Pretérito Imperfecto', octubre 2006)
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