No fue hace tanto. Al menos, eso es lo que quiero pensar. Recuerdo mi primer libro con muchas fotografías interiores en color. Fue uno de ciencias naturales, a principios de los setenta. Había una foto de algo ocurrido dos o tres años antes. Armstrong, sobre la Luna. También recuerdo mi primer libro serio de astronomía, regalado a fines de los sesenta. Las fotos eran en blanco y negro (y ni siquiera las había de todos los planetas…).
Pese a que la velocidad del cambio en ciencia ya era enorme, ello no llegaba de forma rápida a las aulas ni había una clara percepción de ello por los alumnos. Yo no la tenía, al menos. Tenía una impresión de algo que iba cambiando de forma paulatina. Nada que ver con esa sensación de vértigo que noto cuando colaboro ahora en la preparación de cada nueva revista.
La verdad es que pocas veces me paro a pensar en la complejidad que tiene en la actualidad el trasladar nuestras incertezas (que son tantas) y aquello que sabemos (que es tan poco) a los estudiantes, de forma que los abismos, en vez de asustarles, les motiven, como nos pasa a nosotros.
El ritmo rápido al que se suceden los descubrimientos en el mundo de la ciencia en general —y en el de la astronomía en particular— parece no facilitar su enseñanza. Si uno no es un especialista, puede no tener claro cuál son las mejores hipótesis, las más validadas, cuando se tratan ciertas materias. Incluso puede dar nociones que luego sus alumnos vean en esta misma revista que no son correctas del todo. Y no hablo de conocimientos acerca de temas muy de detalle, sino de básicos. ¿Qué es un planeta? ¿Lo es Plutón? ¿Cuántos tiene el Sistema Solar? ¿Qué lo compone? ¿Cuántos satélites tienen los planetas? ¿Qué es un asteroide o un cometa? ¿Materia oscura? ¿Energía oscura?... si se trata de poner luz, tanta oscuridad puede ser disuasoria.
Si aproximar a los estudiantes aquello que surge de los centros de investigación nunca ha sido sencillo, en momentos de cambio acelerado —como el actual— en toda la ciencia, ello debe ser más complicado... (y lo malo es que por suerte todo será más rápido en un próximo futuro). Yo sólo tuve que aprender el nombre de nueve planetas, ¿cuándo será un buen momento para que se empiecen a conocer los de los planetas extrasolares?
Pero, seamos sinceros, todo ello, bien gestionado y con algo de medios, es más una oportunidad que un problema. La excitación por la renovación constante debe ser siempre un acicate. Que se vea que la fuerza no está en la autoridad ni en la antigüedad de una teoría, sino en lo demostrable, es ciencia pura. Y que se sepa que lo único seguro es que hay que trabajar mucho para dar pasos cortos, tal vez sea lo mejor que nos puede pasar.
Alfonso López Borgoñoz
(publicado en Tribuna de Astronomía y Universo, mayo 2005, como Editorial)
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