La definición exacta de especie ha sido siempre un problema al hablar sobre el proceso de hominización. Ante las dificultades para encontrar una propuesta válida, que abarque al resto de seres vivientes (especialmente los extintos), tal vez continúe siendo útil lo que escribía Darwin sobre que ‘cada naturalista sabe más o menos lo que quiere decir cuando habla de especie’...
Ernest Mayr describía a las especies como ‘grupos de poblaciones naturales que se entrecruzan y se encuentran aislados reproductivamente de otros grupos parecidos’. Su concepto se basaría en la posibilidad de intercambio genético entre seres vivos. Serían de la misma especie los que se comprobara que se pueden reproducir y tener descendencia viable. Sin embargo, pese a ser la definición más usada, no es muy útil para el estudio de fósiles, dada la imposibilidad de comprobar sus posibilidades reales de entrecruzarse.
Sin duda, es fundamental contar con un concepto preciso que goce de una aceptación amplia cuando se habla de especies —y de sus características— para poder entender en su justa medida las discusiones sobre la posición de cada resto de homínido hallado en el árbol de la evolución humana.
No hay una solución fácil, dados los restos fragmentarios y únicos que nos proporcionan las excavaciones y lo escaso aún de nuestro saber. Cuando se dice que dos fósiles pertenecen a especies diferentes se quiere significar que seguramente sus poblaciones no se podían reproducir entre ellas, lo cual indica un salto evolutivo de cierta importancia. Pero eso siempre es una suposición (más o menos fundamentada).
Pese a los intentos de superar problemas, éstos continúan existiendo y así es notoria la influencia de factores no estrictamente científicos en la identificación de restos y en su valoración, pese a tratar de objetivizarse cada descripción, como bien señala José Mª Bermúdez de Castro en Atapuerca, perdidos en la colina.
Así, coexisten especialistas que parecen tener un deseo ‘obsesivo’ por encontrar al homínido más viejo y los que parecen aspirar sólo a simplificar y clarificar nuestro linaje fósil, aunque ello les haga reconocer que ‘su’ hueso no pertenece a una especie especial, sino que quizás sólo sea una variedad de otra ya definida antes. Dadas las escasas ayudas públicas y cómo se valora el ‘éxito’, a la caza fortuita de un resto único se le suele dar más importancia que a la correcta documentación de un hallazgo.
¿Se podían cruzar los neandertales con nuestros primeros antepasados? ¿Hasta qué punto eran —o no— una especie diferente? Las investigaciones sobre su ADN les separa mucho de nosotros, pero no de forma absolutamente concluyente, aunque ya se descarta que haya restos de Homo neanderthalensis en nuestra estructura genética fruto de un cruce. Recordemos que no hace mucho se hablaba del hallazgo de restos que parecían resultado de la mezcla de neandertales con humanos modernos. Tampoco se conoce bien la relación de los neandertales con los heidelbergensis que les precedieron, ni los restos de éstos últimos con los del Homo antecesor. En definitiva, ¿cuáles de todas tal vez fueron sólo variedades locales de la misma especie? Como siempre en ciencia, continuará...
Alfonso López Borgoñoz
(A publicar en Tecnociencia nº 3, mayo 2006, en la sección 'Pretérito Imperfecto')
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