No es que me haya vuelto aristotélico, pero cuando me enteré de la firma del protocolo de incorporación de España al Observatorio Europeo Austral (ESO) el pasado 13 de febrero, fecha que ya quedará algo lejana cuando se publiquen esta líneas, no pude menos que pensar en el viejo sabio de Estágira y como, según él escribía, todos los objetos del Universo tendían a ir hacia su lugar natural, y así los cuatro elementos (tierra, agua, fuego y aire) padecían una tendencia intrínseca a volverse a unir. Es cierto que Newton dio a todo ello una formulación más adecuada con su conocida ley de la gravedad. Pero para mí, en aquel lunes 13, lo natural era pensar que debíamos haber estado hace muchos años ya en el ESO y lo grave era no haberlo estado antes.
¿Era posible seguir trabajando por la consolidación de un marco europeo para la gestión más eficaz de la investigación, desarrollo e innovación -I+D+I- en nuestro continente desde hace veinte años sin ser miembros activos del ESO? ¿Era posible colaborar con otros consorcios como ESA o el CERN y no hacerlo con el Observatorio Europeo Austral? Sin duda, era una cuestión de tiempo (eso sí, creo que de mucho menos tiempo) el pasar a ser uno más de los países miembros de dicha institución internacional, el decimosegundo en este caso. Era mera naturalidad, de ir a donde debíamos, hacia donde nuestro propio movimiento nos guiaba, si nosotros u otros no hacíamos esfuerzos en contra.
Y no sólo eso, lo que también era natural era que el ESO volviera sus ojos hacia el norte. El problema en la Europa de inicios de los sesenta no era tanto la observación desde el hemisferio norte, donde estaban radicados la mayor parte de los observatorios nacionales de los estados parte del consorcio primigenio, como el disponer de forma conjunta de buenas plataformas observacionales para rastrear el cielo desde el sur. Pero la mejora del instrumental, sus costes y las necesidades en cuanto a la calidad de los cielos ha ido obligando a un replanteamiento de la cuestión y a estudiar una mejor base conjunta para investigar los fenómenos celestes también desde nuestro hemisferio, en la región europea que tuviera las mejores condiciones. Y para eso, sin duda, las Canarias son un marco privilegiado, conjuntamente con el sur de la península ibérica.
Sin duda, el que algo quiere algo le cuesta, pero confío que el coste de la aportación española al ESO se financie con un aumento presupuestario en consonancia con los retornos científicos y tecnológicos de la inversión, y no se detraiga de otros gastos en investigación, cuyas fuentes presupuestarias se vayan a ver mermadas, como ha sucedido frecuentemente en el pasado. El crecimiento en ciencia, debe ser global, para serlo realmente.
Alfonso López Borgoñoz
(Publicado en la revista Astronomía, como 'Editorial', en Abril de 2006, pag. 3)
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