16 enero, 2006

DISEÑO, EVOLUCIÓN E INTELIGENCIA

Mutaciones. Somos un producto más de una serie de errores por malas copias. Y de sexo, mucho sexo. Creer que el ser humano evolucionó sin un plan preconcebido —como el resto de los animales— y que el surgimiento de las diferentes especies fue un proceso lento, aunque inteligible racionalmente y no predeterminado, tal vez no sea fácil de asimilar, pero con algo de esfuerzo se puede llegar a entender (dadas las pruebas abrumadoras) excepto —sin duda— por algunos, para los que parece ser un trabajo excesivo. ¿Sólo malas copias y sexo? ¿Sólo?

Un buen ejemplo de esa dificultad podemos hallarla en el actual presidente de los EEUU, George W. Bush, que ha defendido el interés de fomentar la enseñanza de la teoría del diseño inteligente en las escuelas de su país (al igual que mucha otros líderes políticos ultraconservadores, cuya fuerza se basa en su apoyo a los grupos religiosos más fundamentalistas y más nacionalistas). Y, en el fondo, ello es lógico, para él nunca la presencia o ausencia de una prueba racional le ha merecido el más mínimo crédito ni le ha supuesto el menor problema a la hora de tomar una decisión, por drástica que ésta fuera. La fe en la creencia es más fuerte que cualquier prueba en contra. Cambiar el nombre a las cosas, para que parezcan cosas diferentes, tampoco le es un obstáculo.

A Osama Bin Laden le pasa igual, él también debe creer en teorías como las creacionistas o (ya puestos) como las del diseño inteligente (más que en la de la evolución, seguro).

Y eso que sus actos —y sus consecuencias—, son una buena prueba de que el diseño ese, muy probablemente, no puede ser demasiado avispado...

Afortunadamente, la reacción del mundo de la ciencia y de los juzgados, como se puede ver en el informe especial que se incluye en el número 21 de la revista El Escéptico (enero-mayo 2006) ha puesto un pequeño freno a la expansión de esta hipótesis en las escuelas estadounidenses por un tiempo. Pero el trabajo continúa y ni en Europa —España incluida obviamente— estamos a salvo, como se ve en el artículo de E. Molina.

El reto parece estar para ellos, ahora, en infiltrarse en la educación, como algunos de sus teóricos defienden. No creen que deban perder las escuelas, ya que es la base para que la noche perdure y, como un virus, van a ir mutando en la forma de presentar sus teorías hasta que acaben por encontrar un hueco por el que colarse.

No olvidemos que el sueño de la razón produce monstruos, y que es un deber de todos estar atentos a la filtración de las teorías religiosas en los centros educativos, especialmente si se hacen pasar como científicas y tratan de ocultar que, en realidad (y desde hace miles de años) todas sus respuestas están en un libro, en uno solo, interpretado por un exegeta o por algunos pocos (muy elegidos) entre los innumerables que lo interpretan (no que lo critican). Para ellos, si todo está en un libro ¿quién precisa dos?

Como siempre ha sido, no dependerá de un juez ni de un legislador que gane o pierda la ciencia esta guerra que dura siglos, sino de la acción constante y clara de unos ciudadanos preocupados honradamente por la correcta evolución del pensamiento y de la educación de sus hijos. Y en esa partida, debemos jugar todos, en todo momento.

Alfonso López Borgoñoz

(Publicado en El Escéptico nº 21, como Editorial, enero-mayo 2006)

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