"Sin el trabajo de organizaciones como Amnistía Internacional, el mundo sería un lugar mucho peor"
Francisco Reardon, defensor de los derechos de los presos en Brasil.
"Amnistía Internacional está presente cuando muy poca gente está dispuesta a continuar estando“.
Ray Chioto, periodista de Zimbabwe detenido y torturado.
“Soy consciente de la cantidad de veces que me habéis salvado la vida y habéis hecho posible nuestro trabajo”
Wangari Maathai, Premio Nóbel de la Paz 2004, dirigiéndose a todos los miembros de Amnistía Internacional.
DEMASIADO IMPORTANTE...
En una escena de la película Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú?[1], uno de sus personajes, el general estadounidense Ripper, explicaba a un capitán, lo que pensaba sobre el arte de la guerra:
“Mandrake, recuerde lo que dijo Clemenceau sobre que la guerra era demasiado importante para dejarla en manos de los generales. Cuando dijo esto, hace cincuenta años, seguramente tenía razón. Pero hoy en día la guerra también es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. No tienen ni el tiempo, ni los conocimientos ni la inclinación para dedicarse a la estrategia”.No sé si la frase sobre la guerra es de Clemenceau. De hecho, creo que no. Pero tengo la impresión de que algunas cosas que se enuncian en la frase de Ripper puede que sean ciertas, aunque por motivos diferentes a los suyos y con unas conclusiones que apuntan en un sentido completa y totalmente opuesto.
Sin duda, la guerra es algo demasiado importante para dejarla sólo en manos de los altos mandos del ejército, y también en la de sus mandos bajos. También es demasiado importante para delegarla en manos sólo de arqueólogos, botánicas, bomberos o catadoras de vinos. Y como es evidente, también es lo suficientemente importante como para no dejarla en manos solamente de los políticos y de las políticas.
La guerra es cosa de todos, ya que la acabamos pagando todos, y muy cara.
Pero también la paz (y las condiciones de la misma) es demasiado importante como para dejarla sólo en las manos de ningún colectivo concreto. Es cosa de todos y todas.
Así mismo, también tiene suma importancia el trabajo por la mejora de la base sobre la que se asienta el difícil y complejo entramado jurídico que nos relaciona con los estados y con los gobiernos que los rigen (cualquiera de ellos).
Nos afecta a todos y todas. Son la base de nuestra relación personal con el mundo. Todas esas reglas y cuestiones (y las decisiones sobre ellas) son algo demasiado importante para que decidan sobre las mismas sólo gobiernos, militares o ciclistas, sean del color, religión o tipo que sean.
Y es lógico que nos preocupemos. Los y las que gobiernan, sea cual sea su origen, y desde siempre, no han parecido muchas veces tener —tal como decía Ripper en la frase mencionada— ni el tiempo suficiente, ni los conocimientos adecuados ni la inclinación necesaria para resolver bien todos los problemas que la defensa de unos mínimos derechos básicos implican, ni para sus compatriotas ni, mucho menos, para los habitantes de otros países...
La suma de sus preocupaciones (muy variadas y complicadas) y su sistema de priorización, no siempre ha guardado una relación directa con la defensa de los intereses concretos de una gran mayoría de las personas de todo el mundo, aunque quizás sí en casos concretos de su propio estado.
NO NACEMOS EN UNA COMPLETA DESNUDEZ… (DEL TODO)
Antes de la Declaración Universal de Derechos Humanos los seres humanos nacíamos en total desnudez, sólo con nuestras manos. Básicamente, en la mayor parte de países del mundo, sólo éramos una mera mano de obra para los y las que controlaban el poder. Cada estado regulaba las vidas de sus habitantes según creía pertinente y según la relación de fuerzas que sustentaba al grupo dominante.
Ahora la cosa ha cambiado algo. Aunque de momento levemente, hasta que no funcione de verdad el Tribunal Penal Internacional y sus sanciones se apliquen.
Seguimos naciendo sin ropa, sí, pero cargamos en el momento de la palmadita en la espalda ya con una mochila invisible, tal vez el regalo más grande que las anteriores generaciones nos hayan legado (nunca ha sido más cierta esa frase que se atribuye a Newton acerca de que si vemos más lejos, es porque estamos subidos a hombros de gigantes), ya que nazcamos donde nazcamos, desde el más puro inicio, tenemos una serie de derechos inalienables.
Si alguna vez vienen algunos de esos marcianos malvados de serie B con pinta de escarabajo, ¿qué enseñarles para demostrarles que teníamos algo por lo que ser salvados? ¿la muralla china? ¿las pirámides? ¿nuestros conocimientos sobre mecánica cuántica o sobre la relatividad de Einstein? ¿la teoría darwinista de la evolución? Quizás lo mejor sería la Declaración universal de Derechos Humanos y algunos de los múltiples tratados conexos, con todas sus regulaciones, y que pese a sus múltiples defectos (que se deben pulir) nos tratan de mostrar con una gran parte de nuestra dignidad y cuyo respeto posibilitaría que todos nos pudiéramos sentir seres humanos.
Porque, quizás, eso es lo que nos hace personas en el ámbito social, nuestros derechos.
Como vemos, la correcta mejora de la regulación de estos derechos por todos y todas es algo demasiado importante. El contenido de esa mochila, nos afecta a nosotros y a vosotras, y a nuestros descendientes, ya para siempre.
Si me preguntan que libro me llevaría a una isla desierta, siempre contesto que El Quijote, aunque no se si un manual sobre cómo construir barcos sería más adecuado. Pero si hubiera dudas sobre si realmente estaba habitada o no, llevaría sin duda la Declaración Universal de Derechos Humanos, ya que sus principios, muy probablemente, serían la mejor manera de asentar las bases sobre las que entablar una relación.
UNA VELA EN LA OSCURIDAD
Tal vez fuera por todo ello (y más cosas) que Peter Benenson, fundador de Amnistía Internacional (que lamentablemente falleció hace ahora poco más de un año, el pasado 25 de febrero de 2005), y una larga serie de gente que colaboró con él desde el principio, empezaron a trabajar hace 45 años (en 1961). En realidad, su trabajo había empezado antes, pero en ese año se asentaron las bases de la que creo fue una gran idea.
Vieron, como hemos dicho al principio, que no sólo la guerra, sino también la paz y todos los derechos más básicos y fundamentales contenidos en la carta de los Derechos Humanos, que se había aprobado en las Naciones Unidas hacía sólo 13 años, eran una competencia de todos y cada uno de nosotros, y que esa preocupación era indelegable.
No sólo cuando se ejercía en favor de la propia causa, sino, especialmente, cuando con nuestra débil luz tratábamos de iluminar la vida de nuestros semejantes.
Pero no sólo vieron eso, se apercibieron de que o nos mojábamos todos y todas, o nadie se iba a preocupar mucho porque todo pasara del papel jurídico a nuestras vidas y a las del resto de los seres humanos.
Había que presionar a los gobiernos y a todos y todas los y las que podían violar los enunciados del derecho humanitario de forma constante, e investigar para saber qué estaba pasando. Se precisaba gente que empujara y unos investigadores y unas investigadoras independientes que pudieran llegar hasta la información y transmitirla.
DERECHOS EN LA ENCRUCIJADA
Cabe recordar ahora algo obvio, y es que, como sé que todos sabemos, la lucha por la regulación del poder, contra los antojos de la fuerza, ha sido constante desde los inicios de la humanidad. Lo es incluso en el colegio... La búsqueda de la mayor seguridad jurídica, que es lo que viene determinado por un mundo en el cual el derecho prevalece, ha sido siempre un ideal, que ha guiado a cientos de generaciones.
Así, un antiguo código como el de Hamurabi, o el conocido precepto bíblico del ‘ojo por ojo, diente por diente’, tal vez fueran un avance en su momento, ya que suponían un control de la venganza del poder. Por cada diente, sólo un diente. Por cada ojo, sólo un ojo. No era bueno, pero tal vez fuera mejor que nada (es decir que el o la que más poder tenía, decidiera en cada caso cuantos dientes u ojos).
Aunque ahora no parece ser el tiempo de reivindicarlo, con una guerra indefinida contra un terror indefinido en marcha, el derecho —mejor o peor—, cuando es respetado, es desde hace miles de años la única fuente de seguridad para todos los seres humanos que tratan de huir de la arbitrariedad[2], tal como se recoge en numerosos tratados, como en el artículo 7[3].1 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales “Nadie podrá ser condenado por una acción o una omisión que, en el momento en que haya sido cometida, no constituya una infracción según el derecho nacional o internacional. Igualmente no podrá ser impuesta una pena más grave que la aplicable en el momento en que la infracción haya sido cometida”[4].
También es preciso indicar como los diferentes derechos se han ido arrancando al poder en una dura pugna a lo largo de muchos siglos por gentes de todo el mundo, en la búsqueda de un mínimo de seguridad y dignidad. El paso del concepto de vasallo al de ciudadano, fue muy importante en este contexto, y la luces de la Ilustración ya alumbraron los primeros principios de derechos inalienables de los seres humanos frente a sus estados, a fines del XVIII.
Por último, señalar en este apartado que los derechos humanos son fruto de una lenta elaboración y de una definición más o menos concreta, para la que se precisaba de un consenso amplio entre los y las que los redactaron y los y las que los defendían, y de una aceptación posterior por muchas estados para poder ser utilizables como tales (consensus omniun gentium).
Pensemos que los derechos humanos son Derecho, con mayúsculas, y no principios éticos personales de quien o quienes los sustentan, y por ello discutibles. Tampoco son principios religiosos concretos. Y tienden a tratar de buscar la universalidad, el consenso intercultural, como única manera de extenderlos entre todos los humanos.
Resulta lógico que fuera necesario, para poder luchar por esos derechos, el tratar de definirlos de la forma más certera y más universal. El problema dejó de ser filosófico o religioso, para pasar a ser jurídico.
Un paso muy importante en este avance fue, precisamente, el de los principios enunciados en la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH), dado que la misma supuso un importante cambio en la perspectiva internacional del trabajo sobre derechos humanos. Cierto que después cada uno de sus artículos precisaba un ulterior desarrollo normativo posterior, como pasó, por ejemplo, con la tortura. Pero era un primer paso firme a partir del cual seguir avanzando.
Según esa declaración, los seres humanos no solo tenían derecho frente a sus propios estados, sino que los tenían frente a todo simplemente por ser seres humanos, independientemente de donde vivieran o de las circunstancias geográficas o culturales en las que hubieran nacido[5]. Sus derechos fundamentales eran inalienables y eternos.
Tal como señala Michael Ignatieff[6], esta declaración forma parte de una amplia reorganización del orden normativo internacional tras los horrores que se vivieron durante la segunda guerra mundial:
“Antes de la segunda guerra mundial, sólo los Estados eran sujetos del derecho internacional. Con la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, se otorgó a los derechos de los individuos un reconocimiento jurídico internacional. Por primera vez, a los individuos —fuera cual fuese su raza, religión, género, edad o cualquier otra característica— se les garantizó unos derechos que podían oponer a las leyes estatales injustas o a las costumbres opresivas”Nuestros derechos, a partir de ese momento, nos eran comunes a todos, y, seguramente, debíamos defenderlos entre todos. No sólo dentro de las fronteras de cada estado, sino también fuera.
La declaración era, sin embargo un pacto entre estados, ¿podrían los estados avanzar en la defensa de estos principios ellos solos?
LOS INICIOS DE AMNISTÍA INTERNACIONAL.
DERECHOS HUMANOS, DERECHOS DE TODOS, EXIGIBLES POR TODOS
Tras aprobarse la Declaración Universal de Derechos Humanos, los avances fueron más o menos rápidos en algunas partes y en algunos temas, y muy lentos en otros. Para mucha gente en los años cincuenta, hacía falta un mecanismo, más allá de los estatales o paraestatales, que permitiera ejercer una presión para que su implantación en todo el mundo se fuera dando a un ritmo aceptable
Y tal vez valga la pena hacer aquí ya un poco de historia, muy breve, sobre los inicios de Amnistía Internacional para entender un poco mejor como esta organización es lo que ha llegado a ser hoy y avanzar un tanto más en entender el porqué del importante papel de las organizaciones no gubernamentales en la defensa de los derechos humanos.
Todo, de hecho, empezó con una campaña a la que se le dio el nombre de “Llamamiento por la Amnistía, 1961” (Appeal for Amnesty, 1961), que fue iniciada por Peter Benenson conjuntamente con Eric Baker y el abogado Louis Blom-Cooper, teóricamente de un año de duración, que se lanzó el 28 de mayo de 1961 mediante un artículo firmado por Benenson titulado The Forgotten Prisoners (Los Presos Olvidados[7]), publicado inicialmente en el periódico británico The Observer[8], que empezaba así:
“Abra el periódico —cualquier día de la semana— y encontrará una noticia sobre cualquier lugar del mundo en el que alguien está encarcelado, está siendo torturado o va a ser ejecutado porque sus opiniones o su religión son inaceptables para su gobierno. Hay varios millones de tales personas en prisión (...). El lector siente una desagradable sensación de impotencia. Pero si estos sentimientos de rechazo que experimentan personas de todo el mundo pudieran unirse en una acción común podría hacerse algo eficaz.”Después, recordaba los artículos 18 y 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos en los que se habla de libertad de pensamiento, conciencia y religión, así como a la libertad de opinión y expresión. Señalaba que el problema no era que ese derecho estuviera recogido en una Constitución, sino que se impidiera su ejercicio. Era necesaria la actuación de personas independientes, muchas, todas las posibles, para lograr un real avance en la posibilidad de disfrutar en todo el mundo de esos derechos.
Se definía por primera vez a los llamados prisioneros y prisioneras de conciencia, la base del trabajo de la nueva entidad en aquel momento, como cualquier persona sobre la que se ejerciera un control físico (por encarcelamiento o por otras maneras) por haber expresado (en cualquier forma de palabras o símbolos) cualquier opinión que él honradamente mantuviera y que no abogara o justificara la violencia personal.
Finalmente, el texto acaba con la siguiente frase:
“El éxito de la campaña de amnistía de 1961 depende de cuan rápida y poderosamente sea posible conseguir el apoyo de la opinión pública. También depende de la amplitud de su composición, de que sea internacional en su carácter y políticamente imparcial en su dirección (...). Cuánto se puede conseguir cuando los hombres y mujeres de buena voluntad se unen se pudo ver durante el año mundial de los refugiados. Inevitablemente, la mayor parte de la acción (...) puede ser llevada a cabo sólo por los gobiernos. Pero la experiencia nos enseña que en materias tales como las presentes, los gobiernos están preparados sólo para seguirlas en el caso de que la opinión pública lidere el proceso. La presión de la opinión desde hace cientos de años consiguió la emancipación de los esclavos. Es ahora el momento para que los seres humanos insistamos en pedir la misma libertad para nuestras mentes que para nuestros cuerpos”[9].El motivo concreto que llevo a Benenson a ello fue su indignación al leer un artículo en el mes de noviembre de 1960[10] por la condena a siete años de prisión —bajo la dictadura de Salazar— de dos estudiantes en Portugal... sólo por haber brindado en favor de la libertad en un café de Lisboa.
“Me empujó a actuar la lectura de un artículo sobre dos estudiantes portugueses que habían sido detenidos y condenados a prisión por brindar por la libertad en un restaurante de Lisboa. El hecho me enfureció tanto en ese momento que subí las escaleras de la iglesia de St Martins-In-The-Fields, tras salir del metro, y entré para ver que se podía hacer para movilizar a la opinión mundial.Como consecuencia de ello, y conjuntamente con Baker y Blom-Cooper, pensó que era necesario bombardear con cartas de protesta a la dictadura de Salazar, en las que se mostrara la posición completamente contraria a estos abusos por parte de gentes de todo el mundo, de personas individuales, sin nombres conocidos a escala internacional, independientes...
Me di cuenta de que los abogados por sí mismos no tenían suficiente poder para influir en el curso de la justicia en los países no democráticos. Era necesario pensar en un grupo más numeroso de personas que aprovechara el entusiasmo de la gente de todo el mundo que estaba deseosa de que existiera un mayor respeto por los derechos humanos.
Hubo un tiempo en que los campos de concentración y los lugares infernales del mundo estaban en la oscuridad. Ahora están iluminados por la luz de la vela de Amnistía Internacional, la vela rodeada de alambre de espino. La primera vez que encendí la vela de Amnistía Internacional, tenía en mente el viejo proverbio chino: «Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad»“[11].
La pregunta —que se contestó afirmativamente al poco tiempo— era ¿podrían ser los presos de conciencia liberados sólo gracias al poder de cartas sencillas, enviadas de forma masiva? ¿podía una organización no gubernamental, independiente, que defendiera los mismos derechos en todas partes tener una influencia real en las condiciones de vida de gentes de todo el mundo?
Los objetivos que se proponían en su primer momento los tres impulsores del llamamiento por la amnistía eran relativamente sencillos, trabajar imparcialmente por la liberación de las personas encarceladas por sus opiniones, procurarles un juicio justo y público con las debidas garantías, ampliar el derecho de asilo, ayudar a los refugiados políticos a encontrar trabajo e instar la creación de mecanismos internacionales efectivos para garantizar la libertad de opinión.
Pronto, muy pronto, se obtuvieron más de mil muestras de apoyo a la idea de organizar campañas internacionales de protección de los derechos humanos. En sólo doce meses, la incipiente organización ya había enviado delegaciones a cuatro países para vigilar los derechos de los prisioneros y de las prisioneras, se había preocupado de doscientos diez casos y ya había organizado ramas nacionales en siete países diferentes. Diferentes grupos adoptaban presos y presas de conciencia concretos y presionaban por su liberación a los gobiernos.
¿Era ésa, como ya hemos visto al principio, una tarea sólo para los sindicatos, para los partidos políticos, para los gobiernos o las organizaciones gubernamentales? ¿Quién debía asumir la defensa de los presos y presas de conciencia, especialmente de los más olvidados, sin distinciones, en un mundo fuertemente dividido? ¿todos y todas?
Y no se trataba de suplir ni a los poderes civiles ni a los militares, sino sólo la de presionar, de forma conjunta.
Visto lo que se veía, y lo que se ve, en todo el mundo, y tal como venimos defendiendo, estaba claro que los derechos humanos era una materia demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos y las políticos que ejercían sus labores en los gobiernos o en la oposición.
Eran y son demasiado importantes para dejarlos en manos de las mayorías y de las minorías, o de los ejércitos regulares o de los grupos armados. Eran y son demasiado importantes para dejarlos en manos de cualquiera, de otros.
Para Irene Khan, actual secretaria de Amnistía Internacional, Peter Beneson “creía en la capacidad del ciudadano de a pie para generar un cambio extraordinario y con la fundación de Amnistía Internacional nos dio a cada uno de nosotros la oportunidad de hacer que las cosas cambien”. Según ella “en 1961, gracias a la visión de Peter Benenson, nació el activismo en defensa de los derechos humanos. En 2005, nos ha dejado como herencia un movimiento de derechos humanos de alcance mundial que no se extinguirá nunca”.
Esta acción se convertiría, tras una larga historia, en un movimiento de defensa de los derechos humanos de ámbito mundial y, en medio de todo, en una organización de alcance internacional —Amnistía Internacional—, en continua expansión y discusión sobre las bases de su trabajo, que se ha ocupado de varios miles de casos de víctimas de violaciones de derechos humanos y ha servido de estímulo a millones de personas en todo el mundo para defender los derechos humanos.
A MODO DE CONCLUSIÓN (aunque sólo de este texto, no de la lucha...)
Amnistía Internacional tiene el convencimiento que sólo fundamentando actitudes y conductos basadas en el respeto y la solidaridad, mediante la educación, es posible construir un mundo en el cual los derechos humanos sean más respetados.
Tal vez existen derechos indelegables, por más que muchos crean que no sólo se podían, sino que se debían delegar.
En la ceremonia conmemorativa del vigésimo quinto aniversario de Amnistía Internacional, Benenson encendió lo que se ha convertido en el símbolo de la organización, una vela rodeada de alambre de espino, y pronunció estas palabras:
“La vela no arde por nosotros, sino por todos aquellos que no conseguimos sacar de prisión, que fueron abatidos camino de la prisión, que fueron torturados, que fueron secuestrados o víctimas de ‘desaparición’. Para eso es la vela.”Tal vez una de las mejores cosas que nos ha legado el siglo XX sea ver como la lucha de los no implicados y de las no implicadas ha servido de forma efectiva para mejorar las condiciones de vida de las víctimas de las violaciones de derechos humanos en todo el mundo.
Nosotros debemos impulsar la creación de normas de salvaguarda. Tal vez no ocuparnos del redactado, que debe ser de expertos, pero sí el impulso de aquello que la legislación internacional deba asumir y el control de lo que se escriba.
Siempre ha sido así, el derecho pone límites al poder sin límites, y a los que principalmente nos deben preocupar encauzar esos límites es a las personas normales
Tal vez los derechos humanos no deban ser idolatrados, ya que como todo derecho está y debe estar sujeto a revisión por ciudadanos de todo el mundo en cada momento. Según Isaiah Berlin, sólo puede recabarse un apoyo universal para ellos si su función se limita a proteger y mejorar la capacidad de los individuos para llevar las vidas que desean.
Para acabar volveré de nuevo a la frase de Ripper. Hoy en día la guerra continúa siendo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos y de las políticas. Por lo que vemos en la llamada “guerra contra el terror”, sin duda, cada vez es más necesario que se alcen las voces independientes en defensa de los derechos humanos de las personas que, en todo el mundo y en nombre de dicha guerra, se ven privadas de sus derechos más básicos en la búsqueda de una seguridad que muchos millones de personas han perdido del todo por culpa de esa guerra.
Mientras se celebran cumbres sobre terrorismo y se es incapaz de definir lo que es ello, pero se está de acuerdo en emplear toda la fuerza para acabar con no se sabe qué, es preciso cada vez más la unión de todos en la defensa de los principios que emanan e la Declaración Universal de 1948 que aún sigue vigente y de muchos de los principios que en 1961 vieron nacer a Amnistía Internacional.
Según Jonathan Power “Quizá Amnistía Internacional no haya cambiado el mundo todavía, pero tampoco lo ha dejado tal como lo encontró”[12].
Alfonso López Borgoñoz,
Presidente de Amnistia Internacional Catalunya
(Texto de la conferencia pronunciada el 10 de marzo de 2006 en la Universidad de Barcelona en los cursos sobre Derechos Humanos del Institut de Drets Humans de Catalunya)
NOTAS
[1] Extraña traducción del título original del film Dr. Strangelove or how I learned to stop worrying and love the bomb, dirigida en el año 1964 por Stanley Kubrick,
[2] Ahí está una de las bases del razonamiento crítico de Amnistía Internacional a muchas de las actuales normas que se impulsan en algunos de los países occidentales, rompiendo con una larga tradición, ya que muchas de las nuevas prácticas pueden suponer el acabar con el Estado de derecho y la separación de poderes al asignar determinadas atribuciones fundamentales al ejecutivo. El miedo al terror puede acabar con el derecho. La organización ha expresado su profunda inquietud ante el hecho de que los ejecutivos traten de sortear la función de la policía, las autoridades fiscales y los jueces sin que haya un sistema eficaz de control y equilibrio. “Si no se acusa a las personas de un delito reconocible y se les garantiza íntegramente el derecho a ser juzgadas por un tribunal independiente e imparcial, el acceso sin trabas a todas las pruebas en su contra y el derecho a preparar una defensa completa y eficaz, no se podrá remediar la profunda injusticia y afrenta para los derechos humanos y el Estado de derecho que va a significar la promulgación de la Ley de Prevención del Terrorismo” ha manifestado Amnistía Internacional, en el caso de un proyecto de ley que se iba a aprobar en el Reino Unido.
[3] Cuyo enunciado es ‘No hay pena sin ley’.
[4] Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales, de 4 de Noviembre de 1950, revisado en conformidad con el Protocolo n° 11 (Fecha de entrada en vigor 1 de noviembre 1998).
[5] Nada cae de un árbol, y se crea de golpe. Ni siquiera pasó eso con la célebre manzana de Newton y la ley de gravitación universal. De hecho, la existencia de unos valores y derechos mínimos universales se habían predicado desde siempre por diferentes religiones. El problema es que en tanto religiones, en tanto materia de fe, no eran propiamente universales. Tal vez lo primeros pasos en la búsqueda de unos derechos laicos, aceptables por todos (o no), pero sujetos a discusión, los tenemos en todo un movimiento que surge tras la conquista de América, que estudia los derechos de los nativos de las tierras recién descubiertas, que sigue con la Ilustración y las revoluciones burguesas, que continúa con los movimientos abolicionistas de la esclavitud y con los movimientos internacionalistas de trabajadores. En este caso, el paso dado es que es una Declaración Universal, aceptable en principio por todos, sin exclusiones, aunque puesta en práctica por nadie.
[6] M. Ignatieff “Los derechos humanos como política” pág. 31, incluido en M. Ignatieff “Los derechos humanos como política e idolatría”. Traducción de F. Beltrán Adell. Editorial Paidós. Barcelona, 2001.
[7] Los presos olvidados eran ocho, Agostino Neto (que después sería presidente de Angola), el rumano Constantin Noica, el estadounidense Ashton Jones, el sudafricano Patrick Duncan, el griego Tony Abiaticlos, el húngaro Mindszenty, el checoeslovaco Josef Beran, y el español Antonio Amat, un abogado encarcelado por tratar de formar una coalición de partidos democráticos en la España franquista. También se hablaba del caso de Tierno Galván.
[8] Pero no sólo se publicó en este diario. El diario francés Le Monde lo publicó de forma simultánea, y al día siguiente otros diarios lo reprodujeron, como The New York Herald Tribune (EEUU), Die Welt (RFA), Le Journal de Genève (Suiza), Politiken (Dinamarca) y Dagblatt (Suecia), así como posteriormente otros diarios de Holanda, Italia, Sudáfrica, Bélgica, Irlanda y la India. “Incluso en Barcelona, un periódico, asumiendo un riesgo con el régimen de Franco, mencionó su publicación” (pág. 163 de J. Power “Como agua en la piedra. La historia de Amnistía Internacional”. Trad. de F. Chueca. Editorial Debate. Madrid, 2001).
[9] En este artículo fundacional del 28 de mayo de 1961 se citaba el caso de un abogado español, Antonio Amat, que trató de crear una coalición de grupos democráticos y ha estado en prisión sin juicio, desde noviembre de 1958 y se mencionaba el proceso a Tierno Galván, entonces profesor de universidad y posteriormente, en la década de los setenta y principios de los ochenta, Alcalde de Madrid.
[10] J. Power op. cit. pág. 162
[11] Palabras pronunciadas por Peter Benenson en 1994, tomadas del vídeo: Peter Benenson appreciation [En agradecimiento a Peter Benenson]. Amnistía Internacional, 1994.
[12] Entrevista a Jonathan Power publicada en la sección ‘La Contra’, en la contraportada del diario La vanguardia, de 19 de enero de 2002.