A punto de llegar al 2007, el año del cincuentenario del Sputnik, vemos cómo en estos últimos meses se han publicado varias noticias relacionadas con la astronáutica, de diferente signo, que, de alguna manera, nos recuerdan las grandezas, miserias y curiosidades que aún nos depara esta ciencia tan compleja. Todas nos llegan de EEUU.
La nota positiva son los mil días (ya sean terrestres o marcianos —que son ligeramente más largos—) sobre Marte de los dos pequeños róvers gemelos Spirit y Opportunity, llegados al planeta rojo en enero de 2004. Pese a que se les había calculado una corta vida, allí siguen con su trabajo, que ha podido ser captado desde el espacio por una de las muchas sondas que rodean Marte continuamente tratando de desentrañar sus misterios y descubriendo agua cada poco.
Entre lo negativo está la noticia —aparecida también en octubre— de que el actual presidente estadounidense ha dictado una nueva política por la que el control del espacio exterior es considerado tan vital para la defensa de su país como el control del espacio terrestre, reservándose el derecho a tratar de evitar que haya en él nada que pueda llegar a perjudicar los intereses de los EEUU.
Cierto es que, desde su inicio, uno de los principales motores de la carrera espacial fue el de su uso militar. Pero dadas las supuestas amenazas actuales más allá de la atmósfera (tan irreales en la práctica como las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein), el revisar ahora —desde un temor que sólo es teórico— la política estratégica en este campo elaborada hace trece años bajo el mandato de Clinton —que ya era muy defensiva—, nos parece un exceso sólo justificado por el interés en desplegar en el espacio nuevos artefactos bélicos que obliguen al desarrollo militar acelerado también de otras potencias, articulando un sistema de ingenios de contragolpe (cada vez más sofisticados, complejos y rápidos), cuyas dificultades prácticas de control en caso de error (ante la velocidad a la que se suceden los acontecimientos) ya fueron denunciadas en los años ochenta por científicos como Carl Sagan entre otros.
Entre las curiosidades está la desaparición de las cintas originales de la NASA relacionadas con el primer alunizaje. Pese al reciente hallazgo de algunas de ellas (las importantes siguen perdidas), no hay duda que la fragilidad de nuestro recuerdo exige unas mejores medidas de protección de un bien que debiera estar ya catalogado como patrimonio de la Humanidad.
1957-2007. Abróchense los cinturones. Hace cincuenta años, en estos momentos, una nueva era estaba a punto de despegar. Pero, tampoco lo olviden, también comienza un nuevo año. Ojalá nos vaya muy bien a todos.
Alfonso López Borgoñoz
(Publicado en 'Astronomia' Página 5 Diciembre 2006)
(Publicado en 'Astronomia' Página 5 Diciembre 2006)
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