El mundo de la ciencia, como todo bajo la Luna, es corruptible. Eso ya lo sabían los antiguos griegos, que buscaban un éter ideal, no corrompible, más allá de nuestro satélite. Vamos avanzando y, esa esencia incorruptible, como cualquier horizonte, se aleja a cada paso que damos. ¿Existirá?
En el último año, el mundo de la ciencia se ha visto sacudido por algunos escándalos, como los de, por ejemplo, Chen Jin, que a mediados de mayo fue calificado como despreciable por su universidad en China, tras haberse descubierto que había presentado como propios unos veloces microprocesadores copiados. Otro caso es el del surcoreano Hwang Woo Suk, que en agosto pasado anunciaba que su equipo había sido el primero en clonar un perro y en diciembre se hacía evidente que sus artículos se basaban en datos falsificados.
Sin embargo, a veces la corrupción no estriba en lo que se anuncia, sino en lo que se decide que se debe decir. Así, vimos en abril como la NASA establecía una nueva política de relación con los medios de comunicación para buscar una mayor transparencia y objetividad política, y tratar de atajar la injerencia de los delegados gubernamentales. No hace mucho, uno de ellos había tratado de acallar a un investigador crítico con la política medioambientalista del gobierno de los EEUU al hablar sobre el cambio climático.
Hay también escándalos aparentemente menores, que afectan a denegaciones de ayudas o trabajo, o a silenciar resultados por amiguismo o conveniencia y no por su falta de calidad. Seguramente, son los más importantes, ya que afectan a más gente así como merman y pervierten mucho más la calidad de la investigación, no sólo por impedir avances, sino por hacerla más dócil y maleable, y menos crítica. En el fondo, la velocidad da igual, lo que importa es la seguridad y fiabilidad.
La ciencia dócil, incapaz de alzar su voz ante la autoridad, sus propios errores o los de otros, no es ciencia en realidad, sino pseudociencia, lo que genera la desconfianza de todos..
Nuestra revista trata del Cosmos, pero sin duda la ética de la investigación y de la aplicación crítica del método científico es la única salvaguarda que podemos tener todos para seguir asombrándonos con los resultados de las investigaciones que vamos presentando mes a mes, con la certeza de que no sólo son maravillas, sino que además es la mejor verdad que tenemos.
Es por eso que, tras oír las últimas declaraciones sobre míticos (quizás por fin reales) aumentos futuros de presupuestos para la ciencia en España, es bueno recordar que un sistema bien alimentado es menos vulnerable a la corrupción (económica o ética). Y que con eso no sólo ganan los científicos, sino todos.
Alfonso López Borgoñoz
(Publicado en Astronomía, página 3, julio y agosto 2006)
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