01 mayo, 2006

CASI DE REPENTE, LLEGA EL VERANO

Vuelve el verano. En realidad, como bien sabemos, es el de siempre. Y, sin embargo, también es nuevo, como cualquier observador sabe apreciar. Para unos es una gran época para ver el cielo, ya que llegan las vacaciones. Para otros, en cambio, no es buena, precisamente por lo mismo.

Días largos y noches cortas... Quizás el mejor tiempo para mirar el cielo a simple vista o mediante unos prismáticos, o para enseñar a otros a leer y conocer el cielo, y que también empiecen a amarlo como nosotros.

Época de contradicciones —como todas, seguramente—, pero de eso está llena la vida del aficionado a la contemplación del Cosmos. En estos momentos, cuando tenemos ingenios no tripulados orbitando (o yendo a) cinco de los nueve planetas que estudiamos de pequeños en la escuela, para algunos —ajenos a nuestros gustos— resulta poco comprensible que sigamos agudizando la vista para captar algunos de los ínfimos detalles de los grandes cuerpos del Sistema Solar visibles mediante nuestros ojos o con el uso de nuestros telescopios.

Es verdad. Pese a ser éstos últimos cada vez más complejos, poco pueden hacer normalmente para competir con las imágenes que nos llegan en la actualidad, por ejemplo, de Saturno, de sus anillos y de sus enigmáticos satélites, de una belleza tal que algunos de los que los contemplaron primero por telescopio —tras haberlos identificado correctamente—, como Huygens o Cassini, poco podían llegar a imaginar, pero que sí podemos apreciar nosotros gracias a la misión que lleva con justicia el nombre de ambos sabios. Ni siquiera sé, en el momento de escribir estas líneas, hasta qué punto será visible para nosotros el cometa 73P/ Schwassmann-Wachmann 3, que tan próximo estará en mayo.

Sin embargo, ¿cómo describir la satisfacción que se siente tras la contemplación directa de una débil variación en la atmósfera del planeta anillado o, incluso, del débil punto de luz de un sencillo asteroide?

Quizás muchos de los ojos que amaron el año pasado el cielo del verano ya no estén este próximo 21 de junio para ver como el día parece que se alarga de una forma definitiva (hasta el día siguiente, cuando empiece a menguar), pero habrá, sin ninguna duda y quizás de nuestra mano, nuevos ojos ilusionados que se alzarán por primera vez desde cualquier ribazo en la montaña, hacia lo alto de la negra y corta noche de estío, cumpliendo con el viejo pacto, siempre satisfecho desde hace como mínimo cien mil años, entre nuestra joven especie y el Universo, por el cual nosotros, leves y frágiles como la última brasa de una hoguera, le amamos y él nos aguarda, en su casi insondable lejanía, con su fría y abrumadora indiferencia.

Alfonso López Borgoñoz

(Publicado en Astronomía, junio de 2006)

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