30 noviembre, 2005

OTRO ACERCAMIENTO AL ESPACIO ES TAMBIÉN POSIBLE...

En el profundo silencio del Cosmos, que casi fue acompañado por otro silencio –no tan profundo- de los medios de comunicación terrestre, el pasado 26 de noviembre se posaba una sonda japonesa, llamada Hayabusa, durante unos cortos segundos sobre la superficie del asteroide Itokawa, recogiendo muestras del polvo de ese cuerpo menor con la intención de traerlas hasta nuestro mundo en el 2007, lo que prueba el vigor actual de la Agencia de Exploración Aeroespacial Japonesa.

Un mes y medio antes, en octubre, China daba también un nuevo impulso a sus investigaciones con el lanzamiento de un nuevo cohete con otros dos astronautas, lo que acreditaba asimismo su capacidad cada vez mayor de enviar seres humanos más allá de nuestra atmósfera (y de devolverlos vivos).

Sin duda, estamos viendo como otros acercamientos al espacio son también posibles. El espacio exterior va despertando el interés de cada vez más países, ya sea para mejorar su conocimiento o su control. Se acredita así el que conocer nuestro entorno no es un problema de una determinada cultura o sistema económico, sino que anida desde siempre en muchos seres humanos de todas partes (como se observa por los registros astronómicos que hallamos desde la antigüedad en todo el mundo).

Sin embargo, no debemos olvidar que otras razones estratégicas y de toma de posición de los gobiernos que lideran esos trabajos influyen de forma notable en la selección de objetivos. Mientras que el uso pacífico del espacio hace que las misiones japonesas se centren en el envío de sondas exploradoras de alto nivel tecnológico, la preocupación del gobierno chino va más en la senda de un control más efectivo del espacio, lo que dado el tipo de políticas que suele llevar podría ser preocupante. No debemos olvidar que los únicos países que han creado cohetes para llevar seres humanos al espacio han sido potencias fuertemente armadas con misiles y con un presupuesto militar muy elevado. Evidentemente, ello no implica que no sepamos que muchos viajes de exploración científica —como también son sin duda los de la Antártida—, tienen una parte de interés estratégico para las naciones que los mantienen, las cuales intentan desarrollar una tecnología autónoma capaz de hacerles estar allí cuando ello sea preciso para los intereses de su estado.

Enero es el mes de los reyes magos... Ahora es momento de decir no sólo lo posible, sino también lo deseable, y ello sería la firma de un nuevo tratado mundial que ratificara el uso pacífico, con proyectos comunes, del espacio (al igual que se hizo en 1979 con el acuerdo firmado para regular las actividades sobre la Luna y otros cuerpos celestiales), asegurando que el mismo sigue siendo, para siempre y como siempre, patrimonio de toda la humanidad.

Alfonso López Borgoñoz

(Publicado en Astronomía, enero del 2006)

04 noviembre, 2005

MIRANDO EL CIELO EN DICIEMBRE

Llega diciembre, con sus largas noches y con su frío, que se acrecentará en enero y febrero, probablemente. Y también llega el momento, al anochecer a horas más tempranas, en que es más sencillo disponer de la oportunidad de observar el Cosmos, sencillamente por el gusto de admirar o tratar de vislumbrar nuevos detalles en mundos u objetos del cielo profundo contemplados mil veces. Tiempo gélido, de soledad (quizás como cada estación, eso es cierto, según nuestros recuerdos y vivencias) y de reencuentro con algunas estrellas (al menos, en aquellos lugares en los que éstas no nos han sido robadas aún por un exceso de iluminación).

Cada nuevo invierno, en sus inicios sobre todo, recuerdo la gloria de la observación en sí misma, a simple vista especialmente, aunque también mediante binoculares o con telescopios pequeños, dado que no siempre la época estival es propicia para ello, pese a su belleza, a su climatología no tan dura y a las vacaciones. Es verdad que ahora, en esta nueva estación, tan oscura, no apetece tanto de entrada dedicar tiempo a nuestra afición, pero siempre sacas unos réditos emocionales superiores al esfuerzo de coger el telescopio, plantarlo donde se pueda y buscar aunque sólo sea Orión, por ejemplo. O de mirar sólo hacia arriba, al salir del trabajo, de reuniones, de charlas o de copas con los amigos, ya de noche, y sentir (aunque no lo veamos bien) que es el cielo el que nos contempla, desde lo alto, acompañándonos en nuestros pasos, en nuestro autobús o en nuestro coche.

Tiempo de estrellas, de noches largas, de viajes infinitos con la imaginación, los cuales quizás son los mejores. ¿Quién no se anima a aprovechar y darse una vuelta? No hace falta dinero, no hace falta vehículo, no hace falta ni siquiera un exceso de movilidad por nuestra parte. Como es lógico, no importa la edad, no hace falta ser joven o viejo, sólo se precisa una ventana que nos permita ver el cielo (y unas autoridades sensibles con el derroche de luz) y ya podremos partir y recordar lo que sentimos cada fin de año (desde siempre, desde donde alcanza nuestra memoria más antigua) cuando alzamos nuestros ojos y contemplamos (o sólo sentimos) ese maravilloso, lejano y frío Universo en invierno.

Alfonso López Borgoñoz

(Publicado en Astronomía, diciembre de 2005)