18 marzo, 2012

NO SE LO PODEMOS CONTAR...

No se lo podemos contar. Eso fue tras la muerte de mi padre. 

La demencia senil de mi madre, su eterno olvido, parecía que hiciera innecesario hacerle pasar el posible dolor de tal noticia una y otra y otra vez en cada ocasión que le fuera contada. Un dolor renovado cada poco, dado que el estado de su mente la ha llevado a cierto terreno umbrío, de oscuridades (pese a la frecuente luz de su mirada), que no nos permiten nunca tener claro el impacto de cada noticia que se le da. 

No se lo podíamos contar.

Pero pasan los días, y ella pregunta por él. No siempre. Pero pregunta. Generalmente un mero ¿dónde está? Se acuerda de su figura, se da cuenta de su ausencia, precisa tal vez su compañía -aunque de forma muchísimo menos constante que cuando lo veía-. ¿Dónde está?

Finalmente se me impone, para salvar el momento, destacar siempre que un hermano u otro se lo ha llevado al médico, a una visita rutinaria. O a ver a alguien. Que más da. Que luego vuelve, en cualquier caso, como siempre. Quizás poco después de la cena, o después que ella se acueste. No lo recordará en un rato, cada vez más breve.

Y eso da lugar a que, en ocasiones, hablemos de él en presente, de lo que mi madre cree que han hecho ese día juntos. Aunque, claro está, de la forma desestructurada y poco inteligible que ella me habla ahora. Sin recordar ella al final de sus frases la intención que tenía al principio. No se acuerda. Quiere explicar algo, pero la nube que vela partes de su cabeza le impiden recordar el qué, el cuándo, el dónde cuando prueba hacerlo. Aunque no siempre.

Hablamos en presente, y la vida vuelve a estar allí. De todos. De su madre, de su padre, de mi padre... El futuro y el presente no existen. Tampoco el dolor en su mente, salvo la tristeza de verse sola cuando me voy o de haberlo estado cuando llego. Y el presente es también algo que construímos. Y, si me dejo llevar por la historia, recreamos presentes imposibles en presentes deseados, igualmente vivos.

Y siento que seguimos estando todos, los abuelos, mi padre, mi hermano y que la relatividad del tiempo me permite coger las porciones del pasado que me interesan y hacerlas vivir de nuevo, curiosamente gracias al estado de la mente de mi madre.

Un presente eterno, con aquello que quiero.