No se lo podemos contar. Eso fue tras la muerte de mi padre.
La
demencia senil de mi madre, su eterno olvido, parecía que hiciera
innecesario hacerle pasar el posible dolor de tal noticia una y otra y otra vez en cada ocasión que
le fuera contada. Un dolor renovado cada poco, dado que el estado de su mente la ha llevado a cierto
terreno umbrío, de oscuridades (pese a la frecuente luz de su
mirada), que no nos permiten nunca tener claro el impacto de cada noticia
que se le da.
No se lo podíamos contar.
Pero pasan los
días, y ella pregunta por él. No siempre. Pero pregunta. Generalmente un
mero ¿dónde está? Se acuerda de su figura, se da cuenta de su ausencia,
precisa tal vez su compañía -aunque de forma muchísimo menos constante
que cuando lo veía-. ¿Dónde está?
Finalmente se me
impone, para salvar el momento, destacar siempre que un hermano u otro
se lo ha llevado al médico, a una visita rutinaria. O a ver a alguien.
Que más da. Que luego vuelve, en cualquier caso, como siempre. Quizás
poco después de la cena, o después que ella se acueste. No lo recordará
en un rato, cada vez más breve.
Y eso da lugar a que,
en ocasiones, hablemos de él en presente, de lo que mi madre cree que
han hecho ese día juntos. Aunque, claro está, de la forma
desestructurada y poco inteligible que ella me habla ahora. Sin recordar
ella al final de sus frases la intención que tenía al principio. No se
acuerda. Quiere explicar algo, pero la nube que vela partes de su cabeza
le impiden recordar el qué, el cuándo, el dónde cuando prueba hacerlo.
Aunque no siempre.
Hablamos en presente, y la vida
vuelve a estar allí. De todos. De su madre, de su padre, de mi padre...
El futuro y el presente no existen. Tampoco el dolor en su mente, salvo
la tristeza de verse sola cuando me voy o de haberlo estado cuando
llego. Y el presente es también algo que construímos. Y, si me dejo
llevar por la historia, recreamos presentes imposibles en presentes
deseados, igualmente vivos.
Y siento que seguimos
estando todos, los abuelos, mi padre, mi hermano y que la relatividad del tiempo me
permite coger las porciones del pasado que me interesan y hacerlas
vivir de nuevo, curiosamente gracias al estado de la mente de mi madre.
Un presente eterno, con aquello que quiero.