Este lunes 3 de octubre de 2005, por la mañana, será visible desde España un Eclipse Anular de Sol a lo largo de una estrecha franja de sólo unos 200 km, cuyo punto medio irá desde Pontevedra hasta, aproximadamente, la frontera entre las provincias de Valencia y Alicante, pasando por Madrid, y siendo visible incluso en Ibiza, para dirigirse después hacia las tierras del norte de África.
Será la primera vez, desde fines del siglo XVIII, en que tal cosa sucederá en la Península Ibérica. Si pensamos en los eclipses totales, también hace tiempo que éstos ningunean a nuestra antigua piel de toro, ya que asimismo desde el último habrán pasado casi cien años. Las Canarias han tenido más suerte y han sido visitadas por eclipses anulares en el siglo XIX y por totales a mediados del XX, aunque esta vez quedarán muy alejadas de la centralidad y sólo les será posible ver el fenómeno parcialmente, como en tantos otros puntos de la península ibérica, aunque con un porcentaje menor de ocultación.
Un eclipse anular se produce cuando la Luna pasa por el cielo justo por delante del Sol y por, una rara casualidad de distancias, su tamaño aparente es levemente inferior al del Astro Rey, motivo por el cual no lo tapa por completo, sino que el círculo aparente que forma la sombra de nuestro satélite se sitúa justo en el centro de nuestra estrella, y es rodeada completamente por ésta, como si fuera un anillo de luz.
Aficionado a la observación de eclipses, es difícil para mí el expresar la magia que tienen esos breves minutos, tan eternos, en que el Sol se oscurece por el paso fugaz, en un verdadero silencio clamoroso, de una Luna más negra que nunca. Sin duda, mucha gente, mejor preparada, ha sido capaz de expresarlo con mejores palabras que las que mi capacidad me permite.
Sin embargo, si que vale la pena recordar como esta contemplación representa más cosas, como es el lento triunfo de la capacidad humana de captar el ritmo de la mecánica celeste de forma precisa, con leves imperfecciones que nuevos ajustes basados en la observación y en la mejora de las hipótesis deberán ir reduciendo. Cada vez que lo he visto, he pensado en el largo y glorioso camino de refinamiento de cálculos que va desde la antigüedad hasta nuestros días.
El próximo eclipse total no llegará hasta el 2026. Ojalá lo podamos disfrutar todos y comprobar como, de nuevo, la mecánica celeste, felizmente interpretada por el ser humano, es capaz de ser correctamente predicha.
Y, por si fuera a ser que no estuviéramos llamados a ver ese eclipse futuro, vale la pena desplazarse en éste al área de centralidad para tratar de gozar de ese tránsito lunar ante la faz solar. Eso sí, siempre con las debidas medidas de protección ocular.
Alfonso López Borgoñoz
(publicado en "Tribuna de Astronomía y Universo", octubre de 2005)