01 agosto, 2005

UN VERANO MOVIDO

En cada revista, especialmente tras el paréntesis veraniego, nos encontramos con los numerosos descubrimientos que se suceden en el ámbito de las ciencias del espacio y que han tenido lugar (o se han hecho públicos) desde que publicamos nuestro último número. Como siempre, y en la medida de nuestras posibilidades, trataremos que la mayoría gocen de un lugar y un comentario mínimamente adecuados este mes de septiembre en Astronomía.

Como todos los avances, las nuevas investigaciones confirman algunas hipótesis, descartan otras y nos obligan a formularnos en muchos casos preguntas más complejas (o, a veces, más sencillas) sobre lo que es el Cosmos y sobre lo que lo compone.

Lo mejor de julio y agosto está concentrado, quizás, en los estudios de nuestro propio Sistema Solar, fuente inagotable de sorpresas, que nos hacen contemplar los nuevos datos con la misma cara de asombro que le queda al hijo de los dueños de la granja en la que se hospeda durante unas semanas Shane (Alan Ladd), el pistolero, en la película Raíces profundas de George Stevens, cuando éste se entrena disparando a una piedra blanca, sin fallar ni un tiro. Casi, como al niño, se nos ha ido escapando a lo largo de estos dos meses un largo y suave silbido de admiración al ir conociendo las noticias que nos han ido llegando por diferentes medios.

¿Qué es lo más relevante? ¿Los primeros resultados tras el choque de la Deep Impact? ¿El descubrimiento de un posible décimo (y undécimo) planeta del Sistema Solar? ¿La controversia sobre estos cuerpos y su correcta definición —a este paso, y si no se pone solución, es posible que la lista de planetas acabe por ser más larga que la de los reyes godos—? ¿Quizás los nuevos descubrimientos de la Cassini en el sistema de Saturno? ¿O tal vez tenga más importancia el nuevo despegue de una lanzadera espacial y el nuevo parón en los mismos al que parecen obligar los problemas detectados? Sin duda, será el futuro a medio plazo el que acabará dictando su sentencia sobre el interés real de lo sucedido, más allá de lo que podamos llegar a indicar aquí. ¡Quizás lo de mayor trascendencia se nos haya escapado y sólo resplandezca de aquí a muchos años!

Particularmente, no obstante, me quedo con la visita de Armstrong a Valencia, a fines de julio, en la que no pude estar. Él tal vez sólo fuera el piloto, como señaló, pero fue el primero de nosotros que estuvo allí, en la Luna. Y aunque lo dijo en broma, no creo que lo mejor del viaje fuera el silencio ocasional al pasar por la cara oculta, sino que éste estuviera precedido y seguido por otras voces humanas, con las que vivir y compartir esa ilusión y esos momentos únicos a su vuelta a casa.

Alfonso López Borgoñoz

(publicado en "Tribuna de Astronomía y Universo", septiembre de 2005)