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28 junio, 2021
"El servicio prestado a los rojos fue de armas y burocrático": Una breve historia de Santiago López Oliver
Texto de Carlos López Borgoñoz
Su esposa, Julia Alonso
Rodríguez, le recomendaba que no fuera tan sincero, pero había jurado por su
honor decir toda la verdad, así que lo reconoció en el interrogatorio al que
fue sometido tras su detención, una vez finalizada la guerra civil española, el
7 de abril de 1939.
Santiago López Oliver era militar profesional y servía en el Regimiento de Infantería Albuera núm. 25, destacado en Lérida, el 18 de Julio de 1936, el día del estallido de la guerra.
Esa noche, el jefe en funciones
de Falange en Lérida José Martínez de San Miguel se había entrevistado con el
coronel Rafael Sanz Gracia, gobernador militar de la plaza, urgiéndole a tomar medidas
ante las noticias que llegaban a la ciudad del alzamiento militar que se había
producido en África y se estaba extendiendo por todo el territorio español.
Había que declarar el estado de guerra, como fue finalmente ordenado por el
General Cabanellas.
El coronel Sanz, al mando del
regimiento Albuera núm. 25, encargó personalmente el 19 de Julio al teniente López
Oliver, dada la confianza que tenía en él, la declaración del Estado de Guerra
con su sección, primero en el Ayuntamiento de Lérida y después, en las
dependencias de la Generalitat de Catalunya, “dado el entusiasmo que había
demostrado en otros cometidos que le había encomendado anteriormente”. El
regimiento estaba acuartelado en la Seu Vella de la ciudad, y desde allí
partieron las tropas que habían de cumplir tal arriesgada misión.
Las milicias populares, agrupadas al otro lado del río, conocedoras de las noticias del fracaso del levantamiento en Barcelona pudieron hacerse con la ciudad en las siguientes horas, tras unos pocos tiroteos en los que murieron dos personas.
Las tropas sublevadas volvieron a
acuartelarse y tras su rendición, el coronel Sanz sería fusilado a los pocos
días, junto con el propio José Martínez y otros cabecillas destacados de la
rebelión, falangistas y tradicionalistas. A pesar de que Lérida estaba ganada
para la causa nacional, aparentemente, la actitud poco decidida de Sanz, poco
dado a desatar la violencia y las detenciones masivas, fue decisiva para
explicar el curso de los hechos.
Probablemente también la propia
actitud de López Oliver, conocido por su carácter temporizador y pacífico,
contribuyó a tal desenlace en línea con la actuación de su superior.
En el libro “El ejemplo de la
columna Durruti”, de Eladio Romero García, se cita como “el 19 de Julio,
los soldados de la guarnición dirigida por Rafael Sanz se apoderaban de los
puntos clave de la ciudad (ayuntamiento, Radio Lérida, delegación del gobierno
de la Generalitat) proclamando el estado de guerra en la plaza del Ayuntamiento
(tarea de la que se encargó un destacamento procedente de la Seu Vella). (…)
Los jefes rebeldes se rindieron (Rafael Sanz fue acribillado en ese momento) y
los más significativos fueron encerrados en la cárcel provincial.”
Las tropas franquistas no
volverían a entrar en Lérida, tras sangrientos combates callejeros que según
algunas fuentes costaron 2000 muertos, hasta el 3 de abril de 1938
Curiosamente, la suerte de
Santiago López fue diferente a la de los otros mandos militares y civiles; el
24 de Julio, tres días después del fracaso de su declaración de guerra con los
sublevados y el mismo día en que moría fusilado el coronel que tanto confiaba
en él, fue requerido por el capitán de infantería del regimiento Almansa nº15
Sebastián Zamora Medina, fiel a la república, para incorporarse con él “para
el mando de una compañía en la columna que había de formar”, marchando
inmediatamente hacia Caspe. Dicha circunstancia está recogida en la Wikipedia,
en la entrada “milicia confederal”, y supuso probablemente la decisión más
difícil de su vida. Colaborar con el enemigo o someterse a la misma suerte que
sus camaradas y dejar a su familia en la estacada.
Se enroló pues en la columna
anarcosindicalista Hilario-Zamora que se nombró por sus jefes, el anarquista
Hilario Esteban Gil y el capitán Sebastián Zamora Medina. El día 25 de julio se
dirigió hacia Caspe donde, posteriormente, se englobó en la Columna Ortiz.
Tenía unos mil hombres y mujeres entre milicianos y soldados de la guarnición
leridana.
Fue ascendido a capitán pocos
días después, cuando fue destinado a la brigada mixta 64 (al mando del comandante
Martínez Schiaffino) que sería enviada a la batalla de Brunete.
Posteriormente se incorporó a la brigada
116ª y participaría en las batallas de Belchite durante el verano de 1937, tomando
el 28 de agosto importantes posiciones clave para la conquista de la ciudad,
como Sástago. Había pasado poco más de un año desde que salió hacia el
ayuntamiento de Lérida, aquella mañana de verano del 36.
Curiosa circunstancia, la de
estar en los dos bandos en sólo una semana, saliendo hacia el frente mientras
que, literalmente, los mandos que habían confiado tanto en él morían en el
paredón. Que pensamientos debían pasar por su cabeza, habiendo dejado a su
familia en la capital finalmente dominada por los republicanos, habiéndose
destacado tanto durante los días de la sublevación.
La designación de López Oliver en
su nuevo destino fue debida probablemente a la escasez de oficiales leales a la
república, ya que “el capitán de asalto Ramiro (llegado desde Barcelona),
efectuaba continuas detenciones y fusilamientos entre los cabecillas rebeldes
en los primeros días tras la rebelión militar”. “Su llegada
prácticamente costó la vida a los detenidos…”
Se ignora la causa por la que
Santiago López no fue también detenido, habiéndose destacado de tal forma en la
toma de edificios públicos, pero en cualquier caso se dio la circunstancia de
que poco después serviría en la columna Sur-Ebro, junto a la Columna Durruti,
en algunas de las batallas más sangrientas de la guerra civil. Se diría que
también los mandos republicanos confiaban mucho en él, dadas las grandes
responsabilidades que también le asignaron.
Su servicio de armas con “los
rojos” transcurrió así desde entonces hasta el 2 de septiembre de 1937,
fecha en la que, como consecuencia de haber sido herido en Belchite, fue
evacuado a Barcelona.
Tras su recuperación, se
incorporó el 1 de enero de 1938 a la pagaduría del Centro de Reclutamiento, Movilización
e Internamiento (CRIM 11) de Albaida (Valencia) donde gracias a la ayuda de
Enrique Benedicto Sotelo, de ideología antimarxista al igual que Santiago,
consiguió quedarse hasta “la liberación por parte de las tropas nacionales”,
no llegando a incorporarse más al ejército de Levante tal y como había sido
requerido, en las etapas finales de la guerra, que finalizó en Valencia, “al
ser liberado por las tropas nacionales” con el empleo de Mayor
(Comandante).
“Albaida presentaba un aspecto de torreón habitado por espectros.
Soldados tumbados en las aceras de las calles con los pies sangrantes, reclutas
asustadizos a los que mareaba el vino y lloraban reclamando a sus madres. EL
CRIM se aposentaba en un castillo con balcones un poco de palacio y corredores
de convento. El edificio era siniestro y todo en él eran pasillos estrechos,
oficinas de pesadilla y suboficiales patibularios” (José Luis Castillo.
“Con la muerte al hombro”)
Si Santiago López Oliver, de ideología conservadora, religioso y antimarxista hubiera sido menos explícito en la declaración jurada que siguió a su detención, inmediatamente tras la finalización de la guerra y hubiera seguido los consejos de su esposa Julia Alonso Rodríguez, probablemente habría recibido un trato más favorable después de la guerra, dados los avales que se recibirán con posterioridad.
El mismo procesado declaró que si
no se pasó a la zona nacional cuando pudo, fue por “no dejar abandonados a mi
esposa y tres hijos pequeños (el mayor de 12 años) que lo pasaban muy mal por
haberme destacado en la declaración del estado de guerra (y el público les era
hostil) no tenían más medios que mi paga y no teníamos ningún familiar…”.
No cabe dudar de la veracidad de
los testimonios del acusado, dado que no siempre testificó a en su propio
interés, dando mucho detalle de sus actividades de armas con los republicanos.
De hecho, en su declaración declaraba que su servicio a la república había sido
“de armas y burocrático”.
Su papel al servicio del ejército
republicano está muy documentado por historiadores que destacan su papel en las
columnas de las milicias confederales, directamente al lado de los líderes de estas.
Su papel debió ser muy relevante en el año 1936/37 y muy contradictorio y
difícil de explicar para los que le juzgarían después.
Por lo que sabemos, sin embargo, su
actividad militar no fue leal a la república durante su pertenencia a la misma;
debió ser ciertamente doloroso para una persona tan honrada y sincera
pertenecer a ese ejército mientras se profesaba la ideología del enemigo “no prestando ni orientando de buena fe los
servicios que de mi dependían y protegiendo a todo elemento de ideología
nacionalista, evitando su incorporación al frente unos y a otros facilitándoles
que pudieran trabajar a favor de la causa nacional”(sic).
Se cita a continuación el nombre
y apellidos de muchas de las personas que recibieron tales ayudas; todos ellos
avalarían con posterioridad su conducta:
- Santiago Bea Sánchez, profesor de instituto de Játiva
- Vicente Delhom Verdaguer, sacerdote de Albalat de Taroncher al que admitió de escribiente sabiendo de su condición.
- José Juan Soler, estudiante de derecho de Albaida, a quien admitió de escribiente.
- Miguel Verdier, abogado de Gandía a quien consiguió tras “interesadísima gestión personal” que se le declarara inútil total, conociendo de sus ideas derechistas.
- Manuel Fernando Soriano Tola, maestro nacional que en su aval declaró que como pagador, el “oficial habilitado pagaba sus haberes a los elementos de derechas aunque no hubieran cumplido todos los requisitos pero en cambio obstaculizaba el pago de la 83 brigada mixta (Columna de Hierro)”
- Francisco Monzó Miralles,
- Francisco Hueso Monzó, declaró en su aval que había conseguido que lo declararan inútil para el servicio.
- José Crespo
- Ricardo Rodrigo
- Miguel Muñoz y “otros tantos que por no hacer interminable la lista…”
Testificaron a favor de Santiago López Oliver ni más ni menos que el comandante Rafael Hierro Martínez, que llegaría a ser General, Gobernador Civil de La Coruña y Director General de Seguridad entre 1951 y 1957, una etapa en la que se notificaron torturas en la sede de La Puerta del Sol de Madrid a destacados líderes socialistas. Aún existe una calle en Madrid con su nombre.
En su declaración jurada, Santiago
López narra un curioso encuentro con los tenientes Jesualdo Dominguez
Alcahud-Sánchez (que consta que llegó a Coronel de Estado Mayor fallecido en
1992), Gilberto Villar Pérez y Serafín Moreno Pato (que consta en los
tribunales de varios consejos de guerra tras el final de la guerra) quienes le
informaron a principios de Abril de 1936 de la “unión en la oficialidad de
los cuerpos y armas de la guarnición de Valladolid, y me pidieron informes de
como se pensaba en el Regimiento Albuera nº 25”
En cuanto a la relación de
nombres que es invitado a facilitar, Santiago López Oliver proporcionó únicamente
tres nombres de personas desafectas al régimen franquista: el que fue mayor de
milicias del CRIM 11, Adolfo Barea Pérez,
el del sindicalista y jefe de la columna en la que López Oliver salió de Lérida
Hilario Esteban Gil y el de Antonio Ortiz, quien organizó la
columna “Ortiz” (a la que se unió la de Esteban) y que consta que huyo a Francia perseguido por
los estalinistas que habían asesinado previamente a Andreu Nin.
Adolfo Barea había sido detenido en 1922 tras un
atraco en la Imprenta Alemana de Madrid, calificándose en la prensa como un “conocido
sindicalista” (que fue comisario de la CNT-FAI); ya entonces se le
intervino una pistola y municiones. Santiago López lo definió como dirigente de
la “evolución marxista”.
A Hilario Esteban Gil se le acusó de asesinatos
indiscriminados cometidos el 20 de Julio, así como la quema de alguna iglesia.
Antonio Ortiz es entrevistado en la página https://www.elsaltodiario.com/contigo-empezo-todo/heroe-habitacion-36. ¡Hay que ver lo que
son las diferentes visiones de los mismos acontecimientos! En este documento,
el propio Ortiz explica “Su espectacular juventud en los sindicatos de la
CNT y los grupos de acción anarquistas (…). Fueron ellos quienes pararon el
golpe militar en Barcelona gracias a su preparación en los comités de defensa
sindicales que llevaban años organizando insurrecciones, lo cual, le explica,
fue fundamental para que el fascismo no triunfara rápidamente. Después se
marchó al frente, encabezando la Columna Sur-Ebro o “Columna Ortiz”, con
alrededor de un millar de combatientes.
— ¿Llevaba tu nombre? Mucha gente la
llamaba así, aunque a mí nunca me gustó.
— Pero si no eras militar, ¿Por qué la dirigías? Así eran muchas columnas, los obreros las
dirigíamos. Para que veas, yo soy carpintero y la nuestra fue una de las pocas
que consiguió avanzar en el territorio: tomamos Caspe, Alcañiz…”
Antonio Ortiz acabó en un campo de concentración
francés (Vernet), desde donde sería deportado a Argelia para ser liberado con
el desembarco aliado en el norte de África. De ahí se alistó en el ejército
francés, siendo herido en Alemania, e
intentó después asesinar a Franco en San Sebastián. Tras 30 años ejerciendo de
carpintero en Venezuela regresó a Barcelona, donde murió en la residencia de
ancianos de La Verneda, en 1996. Una historia paralela a de Miralles, personaje
que se hiciera famoso a raíz de la novela “Soldados de Salamina”
Santiago López Oliver, tras ser detenido, ingresó en la prisión de Monteolivete el 9 de Abril de 1939, el 7 de Julio se solicitaron los informes y el 24 de Julio de 1939 se pidió para él la prisión atenuada, saliendo en libertad el 28 de Julio habiendo permanecido poco más de tres meses y medio encarcelado.
Hoy la prisión de Monteolivete es sede del museo
fallero de Valencia, situado junto a la ermita que algunos años antes el
brigada Borgoñoz había defendido frente a la multitud que la quería quemar.
El propio recluso había solicitado en carta
manuscrita el 12 de Julio la prisión atenuada para sí mismo, y con ello poder
atender a su esposa Julia, que había de someterse a una intervención quirúrgica
en el ojo derecho, acompañando para ello el correspondiente certificado médico
que atestiguaba tal circunstancia.
Durante los meses de cautiverio, se recibieron
numerosos avales a favor del reo, entre ellos el del Alférez Enrique Alfambra
Camps, quien rechazó en la tarde del 18 de Julio el cargo de Alcalde de Lérida
que se le ofreció. El alférez declaró que “el teniente López declaró con
gran entusiasmo el estado de guerra y que por ello se creó muchos enemigos.
Para librarse de una muerte segura, salió al frente con el fin de pasarse a las
tropas nacionales…”. De nuevo sorprenden estos encendidos avales desde
reconocidos elementos franquistas hacia quien, nadie lo podía negar, había
tenido un papel relevante en el ejército enemigo.
- El teniente Gregorio Cordovilla Arauzo defendió el “carácter cristiano anterior al alzamiento del teniente López”.
- El hermano marista Julio Irribaren Landa declaró en su favor, ya que iban a su colegio (maristas de Lérida) “dos de sus hijos”.
- Federico Fusté Barrientos, quien confirmó que el procesado había declarado el estado de guerra en Lérida.
- El falangista Francisco Safont declaró que sus hijos iban a colegios religiosos. “Saludo a Franco”
- Nieves Albiñana Zaldívar, viuda del Capitan Jaime Jane Martín, asesinado tras el alzamiento en Lérida a cuya familia “ayudó en todo cuanto le pedimos”, dada su situación como “familia de asesinado”.
- José Nebot Chornet, declaró que Santiago López llego a ser acusado de fascista.
- El sargento Rafael Ortuño, que mientras estudo en el “CRIM, se mantenía alejado de los otros oficiales rojos, haciendo su vida particular solamente con su familia”.
- El Alcalde de Albaida, de firma ilegible, que el procesado “estuvo siempre apartado de los oficiales de fobia marxista”.
El 23 de agosto, considerándose finalizada la etapa sumarial, se elevó el procedimiento “a plenario”, concluyendo el fiscal que los hechos juzgados eran constitutivos de delito de “Auxilio a la rebelión”, solicitando para el acusado la pena de “prisión menor” pero renunciando a asistir a la sesión de lectura de cargos.
Para la vista plenaria, se nombró abogado defensor
al Alférez Honorífico del Cuerpo jurídico Militar Mariano Muntadas Quintana, de
quien no constan muchas referencias. Llegado el acto de lectura de cargos, no
compareció tampoco el fiscal, y a la pregunta de si quería el acusado alegar
algo más a su favor, éste respondió que “había dejado de pagar 47 millones
de pesetas (…) lo cual ocasionaba el consiguiente disgusto en el ejército rojo”.
47 millones de pesetas debía ser una cantidad considerable en la época, lo que
da cuenta de una gran audacia por parte del procesado en su compromiso con la
causa nacional mientras estaba al frene de la pagaduría del ejército
republicano.
La fecha del consejo de guerra se fijó para el 19
de septiembre de 1939 y en el acta de dicho consejo se reflejó la solicitud del
fiscal de la pena de cuatro años de cárcel de prisión menor, por el delito de
auxilio a la rebelión con eximente incompleta de estado de necesidad,
demostrado al haber declarado el estado de guerra en la plaza Lérida y
demostrado repetidamente su adhesión al régimen. Su abogado defensor, abundando
en el carácter de estado de necesidad del acusado, de sus buenos antecedentes y
de su ideología de acuerdo con la causa nacional, solicitó la absolución o en
su caso la pena de 6 meses de prisión menor.
La sentencia se hizo pública el mismo día 19 de
septiembre de 1939, y a pesar de resultar que “el procesado aparece como
persona de antecedentes inmejorables, de derechas, católico, amante del orden y
afecto indudable al Glorioso Movimiento Nacional”, Santiago López Oliver es
condenado a dos años de prisión menor, notificándosele la condena en firma el
22 de septiembre. En virtud de esta, además de la pena de prisión menor se
condenaba al acusado a la pena accesoria de suspensión del empleo de teniente
durante la duración de esta.
Es destacable, de nuevo, el tono benevolente hacia
una persona que constaba como mano derecha de los líderes de la columna
Hilario-Zamora y que combatió en Belchite.
Curiosamente, Santiago López Oliver se acogió de
inmediato al indulto que concedió Franco el 1 de octubre de 1939, pocos días
después de la sentencia, con motivo de su tercer aniversario de su ascenso al
poder. Por esta disposición quedaban libres los militares republicanos que
hubieran sido condenados a menos de seis años de prisión. Aunque dicha
circunstancia supuso evitar la entrada en la cárcel, no evitó la pérdida de
empleo, lo que supuso unos años de graves privaciones para él y a su familia.
Cuando años después se reclamó a su viuda las 166
pesetas que el procesado había cobrado por adelantado en 1936, sólo se eximió
del pago a la familia tras certificarse la insolvencia de su viuda.
Santiago López Oliver participó en acciones de
armas con unos y con los otros y pudo ser un héroe para ambos bandos, pero
nunca actuó pensando en su propio beneficio sino fundamentalmente pensando en
su familia. Solo para ella sí lo fue. Un héroe discreto.
Fue fiel a sus ideas y también disciplinado y no se
mereció el desenlace que le reservó la vida.
Santiago López Oliver no llegó a ver el archivo
definitivo de las diligencias, pues murió unos pocos meses antes, el 22 de enero
de 1943 con una fuerte depresión que no llegó a superar, y fue enterrado con su
sable de oficial en una fosa común en el cementerio de Valencia.
Consta que la causa de su muerte fue la cirrosis. Su hijo, Alfonso defendió siempre que murió de tristeza.
"Si me dejan hablar, no me fusilan": Juan Borgoñoz y el fin de la Guerra Civil
- “Tranquila Carmina; si me dejan hablar, no me fusilan”
Carmen tenía 15 años recién
cumplidos cuando su padre, el teniente de la Guardia de Asalto Juan Borgoñoz
fue trasladado desde Alcublas (Valencia) al Campo de Concentración de
Medinaceli (Soria), detenido. Corría el
14 de Abril de 1939.
Tiempos convulsos. El día 1 de
Abril de 1939, vencido y acorralado el ejército rojo, las tropas nacionales
alcanzaron sus últimos objetivos militares. La guerra había terminado.
Dos días antes de emitirse el
último parte de guerra, el 29 de marzo, el teniente Juan Borgoñoz Mateo, de 39
años, jefe de la 62ª compañía de asalto del ejército republicano, fue detenido en
la “Masía de las Dueñas” en Alcublas (Valencia) donde se hallaba al mando de
más de 600 presos de la zona nacional, tras la huida del resto de oficiales y
la llegada de las tropas franquistas.
Los presos llevaban a cabo hasta
entonces trabajos de fortificación; se libraba la guerra en el último frente de
la guerra civil española y probablemente sin tener conciencia de ello se
asistía a las últimas acciones militares. Hoy quedan restos de las
fortificaciones de las líneas de defensa republicanas “intermedia” e
“inmediata” en pueblos cercanos, en las que trabajó la “Unidad 152 de prisioneros
trabajadores”, al mando de la cual estaba Juan Borgoñoz.
Poco antes, Alcublas había
albergado un aeródromo militar, que ya había dejado de funcionar en aquellos
días, como consecuencia de la cercanía del frente y la retirada de las tropas
republicanas. Era un acuartelamiento importante de tropas republicanas.
El estado mayor republicano había
rendido en esos días todas las tropas del frente valenciano, permitiendo la
entrada del General Varela, que ocuparía Valencia ya sin resistencia.
Como decíamos, el día 14 de Abril
de 1939, Juan Borgoñoz fue trasladado desde el campo de prisioneros de Alcublas
hasta Pina (Zaragoza) y ya como preso preventivo ingresó en el campo de
concentración de Medinaceli (Soria), iniciándose su proceso sumarísimo,
instruido según las normas de la “causa
general” instaurada por el régimen franquista para la purga y depuración de
enemigos del nuevo orden.
Por lo visto, sí que le dejaron
hablar, y esto es lo que sucedió en aquellos días.
Nacido en Cartagena en 1900, Juan
Borgoñoz ingresó en las fuerzas armadas a los 14 años y con 28 en la guardia de asalto, alcanzando
el empleo de sargento en 1936.
Se inició el proceso sumarísimo
de urgencia del nuevo régimen franquista contra Juan Borgoñoz el 27 de mayo de
1939, solicitándose tras las diligencias iniciales los informes que
determinarían su futuro inmediato.
Ya se había presentado el mismo
día de su detención a sí mismo, con su puño y letra, como sargento de asalto, a
pesar de que había sido ascendido a teniente por el ejército republicano.
Consciente de que ese ascenso no le ayudaba en su proceso, o realmente
convencido de su adhesión a la causa nacional, reniega de dicho empleo en el
documento.
Lo primero que hace en dicha
declaración es destacar el expediente que se abrió contra él por desafección al
régimen republicano, que lógicamente se debió intuir como pieza fundamental de
su defensa. Curiosa circunstancia: fue juzgado por ambos bandos de la guerra.
En el mismo documento, su “ficha clasificadora”, fue invitado a denunciar por desafectos (esta vez a la causa nacional) a varios miembros del ejército republicano; el propio impreso que rellena contiene los espacios en blanco reservados a tales denuncias, de lo que se desprende que era práctica habitual en dichos procesos sumarísimos, para facilitar un desenlace favorable al interesado denunciante.
El teniente Evaristo Sabat Beneyto, uno de los denunciados por Juan Borgoñoz, había estado destinado en Ceuta con motivo de la Guerra en África en 1924 como alférez y fue condecorado como teniente en la misma guerra en 1926. Se desconocen los delitos de los que se le acusó ni su paradero tras las denuncias, al igual que en el caso del cabo Juan Gómez Gómez o el guardia Jaime Salvador Tomás, también denunciados en el mismo documento.
El procesado prestó declaración
el 29 de Mayo, tras sólo un mes y medio en prisión, lo que da idea de la
celeridad de los procesos sumarísimos en marcha.
En su declaración, consta que el
3 de noviembre de 1937 fue enviado al frente de Cuenca, concretamente a los
pueblos de Huélamo (que llegó a ser evacuado por la cercanía del frente), Valdueza
(pueblo en el que vivió 6 meses) y Zafrilla, último pueblo de la provincia en
ser tomado por las tropas de Franco.
Siempre según su declaración, el
25 de marzo de 1938 fue expedientado por “desafección al régimen republicano”,
no quedando claro el motivo concreto, aunque alguno de los testimonios
posteriores lo achacarían a la valiente conducta del procesado en la defensa de
los centros religiosos de Alicante y Valencia en los meses previos al
levantamiento militar. Tal vez fue entonces cuando le pidió a su hija Carmen,
que entonces tendría 14 años, que le llevara su pistola al cuartel, lo que hizo
ella escondiendo el arma entre su ropa.
En cualquier caso, como
consecuencia de ello, se libró de ir al frente con su grupo, el 16. Fue enviado de vuelta a Valencia y
curiosamente siguió prestando servicio al ejército en Valencia capital, lejos
del frente, integrado en el séptimo grupo del ejército republicano, el mismo
que le abría el expediente.
Incluso, dada la escasez de
oficiales, el 19 de Junio vuelve a ser agregado a la 63ª compañía y se le pone
al mando de una sección de la misma, aunque no dura mucho en ella. En Julio de
1938 vuelve a Valencia una vez más tras producirse a sí mismo, según declara,
una contusión en la rodilla, se supone que para provocar de nuevo su evacuación
del frente.
El 6 de enero de 1939, sale de
nuevo de Valencia, ya por última vez antes del final de la guerra en esta
ocasión destinado en Portaceli, campo de prisioneros franquistas que, sin él
saberlo, se convertiría pocos años después en sanatorio de tuberculosos y aún hoy
en día sede del Hospital del Dr. Moliner.
Este campo de concentración había
sido creado en 1937 por las autoridades republicanas, como espacio para
identificación de franquistas, pero pronto cambió de manos, tras el final de la
guerra. Curiosamente existe gran cantidad de documentación de este centro como
campo de concentración franquista, pero muy poca como campo republicano, a
pesar de que como se aprecia en el testimonio escrito, existió como tal.
Situado a 26 Km de Valencia (5 horas y 24 minutos a pie desde la calle Micer Mascó), muchos años después, el brigada Juan Borgoñoz recorrería esa distancia a pie para hacer llegar en 1948 la primera dosis de Rifampicina a su yerno Alfonso, ingresado en el sanatorio. Los antibióticos estaban entonces recién desarrollados y aplicados para la cura de la tuberculosis.
En realidad, según comentaba su
hija relatando los hechos, podía haber ido en autobús al día siguiente, pero
prefirió hacerlo así:
-
“Un día antes que se cura”
En esos momentos, caminando hacia
el Portaceli sanatorio para tuberculosos, los recuerdos de la guerra debían estar
aún frescos en su memoria.
El 13 de Febrero de 1939, salió
desde Portaceli hacia la Masía de las Dueñas, entre los términos de Alcublas y
Altura, (Valencia) como teniente (por haber quedado abolida la categoría de
Alférez a la que fue ascendido “por votación” en 1938 a pesar de estar
expedientado) y como jefe de vigilancia de 666 presos de las tropas nacionales
que verificaban trabajos de fortificación, probablemente en las líneas de
defensa próximas.
Según su declaración, el día 28 de marzo de 1939, tras la retirada de las tropas republicanas, Juan Borgoñoz decidió permanecer en su puesto e incluso se constituyó él mismo con el acuerdo de los presos (“previamente avisados”) y de las tropas a su mando, en comandante militar de la plaza de Alcublas, con el fin de preservar el orden y prevenir disturbios ante la falta de autoridad provocada por la huida de los mandos republicanos. No sabemos si tal decisión supuso un acto de valiente responsabilidad o bien suponía la certeza de que era la mejor decisión para él. Siendo el jefe del campamento, decidió quedarse hasta la llegada de las tropas “enemigas”. Es muy destacable tal circunstancia, impensable por ejemplo en los campos de concentración de la guerra mundial, en los que no sería concebible que los jefes nazis esperaran pacientemente la llegada de las tropas rusas o americanas.
De hecho, siendo una
circunstancia aún más sorprendente, se mantuvo en tal cargo hasta tres días
después de la llegada de las tropas nacionales.
Según el testimonio de su hija
Carmen Borgoñoz, los presos declararon en tal circunstancia que antes de
abandonar el campo de prisioneros exigían garantías de un trato favorable al
teniente Borgoñoz, lo cual suena creíble a la vista de los documentos, y al
comprobar que efectivamente tras la llegada de las tropas franquistas, siguió
desempeñando durante unos días su responsabilidad al frente del campo.
Carmen Borgoñoz relataría
episodios narrados por su padre que evidenciaban un trato de gran humanidad
hacia los presos, como el día en que despojó de sus botas a los soldados que
vigilaban el campo para dárselas a los presos que llegaban o el día que amenazó
con hacer saltar el campo por los aires, con todos dentro, si no cesaban las
torturas que los miembros de la checa (según decía ella) infligían a los
internos.
Visto con el paso del tiempo que
los episodios narrados por su hija que han podido ser comprobados, se ajustaron
tanto a la realidad, podemos pensar que también serían ciertos estos otros, que
no constan explícitamente por escrito en ninguna fuente. Un testimonio
realmente emocionante del tipo de decisiones que pueden tomarse incluso ante la
mayor presión imaginable.
Increíblemente, el teniente
Coronel del ejército franquista que liberó el campo de prisioneros llegó a dar
un abrazo al acusado:
Según la declaración, que lógicamente hay que analizar en clave de autodefensa, aunque siempre coherente con los documentos que la acompañan, Juan Borgoñoz fue siempre vigilado durante su pertenencia al ejército republicano por su circunstancia de expedientado, y “se le asignaban puestos donde no era posible la oración” (a pesar de que posteriormente no se le conocía tal devoción cristiana). Como consecuencia de tan estrecha vigilancia no tuvo opción de pasarse a a la zona nacional…
Juan Borgoñoz había participado antes de la guerra, durante los días de su destino en Alicante, en la vigilancia de las elecciones del 16 de Febrero de 1936 como sargento de la Guardia de Asalto. El 17 de dicho mes, evitó la quema del convento de los salesianos de Alicante; este no fue un caso aislado; la campaña electoral de aquel año se cobraría en España más de 40 muertos en diferentes incidentes.
Parece que efectivamente tales
días fueron de gran violencia en las calles de Alicante. De hecho, Manuel Azaña
declaraba el 20 de Febrero de 1936 que “En
Alicante han quemado alguna iglesia. Esto me fastidia. La irritación de las
gentes va a desfogarse en iglesias y conventos y resulta que el gobierno
republicano nace como en el 31, con chamusquinas. El resultado es deplorable.
Parecen pagados por nuestros enemigos”
Tras su declaración del 29 de
Mayo, se solicitaron informes y avales de la conducta del procesado, y entre los que se adjuntaron a la declaración,
destaca el que realizó en favor del acusado el teniente Coronel Enrique Robles,
avalando el comportamiento de Juan Borgoñoz por su colaboración y protección a
las órdenes religiosas de Alicante (protección a las monjas para que
fueran votar tranquilamente en Alcoy en
el 36, incursiones nocturnas en el convento de los franciscanos de Alicante
para tranquilizarles prometiéndoles protección a pesar de la inacción del
gobierno civil, protección a la iglesia de Monteolivete, en Valencia, donde
convenció a los más exaltados de que no la quemaran, etc…).
Concuerda esta última descripción
con el relato de su hija Carmen, que siempre destacó que a pesar del fuerte
temperamento que tenía su padre, destacaba en él su capacidad para convencer a
los más exaltados de que depusieran las actitudes violentas. Probablemente, al
destacar esa cualidad en su padre, siempre se refirió a este episodio de
Monteolivete (Donde poco después encarcelarían a su consuegro Santiago López
Oliver).
El mismo coronel Robles, que
avaló de tal forma a Borgoñoz, acusaría
posteriormente al Capitán Rubio Funes de la muerte de su hijo, el teniente Robles,
por no acatar este sus órdenes y “por fingirse enfermo”, dejándolo en
manos de la “turba” que asaltó la prisión de Alicante en la que se
hallaba, fusilándole poco después.
Tal episodio es narrado por Juan
Borgoñoz en su declaración, mencionando que el asesinato del teniente Robles
fue “por negarse a cooperar con la causa
roja”.
Hasta septiembre de 2018 existió
una calle del “Teniente Robles” en Alicante, en la que una placa
recuerda su fusilamiento en 1936. Según otras descripciones de los hechos, el
teniente Robles junto con otros militares intentó sublevar Alicante y sacar las
tropas a la calle y fue detenido y juzgado el 6 de octubre de 1936 siendo
condenado a muerte y fusilado poco después. Hoy la calle está dedicada al
Humorista Gráfico Forges.
En la declaración de Juan Borgoñoz, aparece también una mención al Capitán de Asalto Dionisio González Prieto, héroe de la causa nacional al haber sido asesinado posteriormente por los frentepopulistas en Octubre del 36 según coinciden numerosos documentos. Dionisio González confió expresamente en él para encargarle esas misiones de protección a los edificios religiosos a pesar de ser capitán de una compañía a la que no pertenecía Borgoñoz, lo que se presentó como prueba de la confianza que depositaba en el procesado en aquellos días.
Probablemente se deba a esta
etapa de enconada defensa de los religiosos de Alicante el expediente que se le
abrió por parte del gobierno republicano; al menos eso declararía algún testigo
posteriormente.
En los días siguientes de 1939, se aportaron con sorprendente celeridad los siguientes documentos que avalarían la conducta adicta al franquismo:
- Diligencia de comparecencia ante tribunal popular del 7 de diciembre de 1937, que le expedientó por desafección a la causa republicana.
- Certificado de expediente y libertad provisional expedido por el Juzgado (republicano) numero 3 de la rebelión Militar del 17 de dic. 1937
- Oficio por el que se le obliga a permanecer en Valencia, al estar expedientado (21/03/1938)
- Particularmente emotiva es la carta de los prisioneros de Guerra a cargo de Juan Borgoñoz, atestiguando que fueron objeto de “toda clase de atenciones y consideraciones por parte de Juan Borgoñoz y la fuerza a sus órdenes”, firmada por 176 presos que agradecen su actuación tras escapar el resto de los mandos republicanos. Este documento fue firmado el 29 de marzo de 1939, un día después de la llegada de las tropas franquistas a los campos de prisioneros, coherente con el relato posterior de Carmen Borgoñoz. Lógicamente se debió firmar para prevenir cualquier tipo de represalia que pudiera tomarse posteriormente contra el detenido. Tal testimonio resultaría de la máxima importancia pocas semanas después.
- Carta manuscrita de Francisco Carbonell Chordá, jefe de sección, perteneciente al grupo Bouchón-Bosch, certificando los esfuerzos del procesado por defender numerosas iglesias de la quema, desde su “humilde categoría de sargento, incluso desoyendo las instrucciones del Gobernador (…) siendo esto causa de que se le expedientara como desafecto a la revolución marxista”. (documento fechado el 19 de Abril de 1939, pocos días después de la detención)
- Aval de Manuel Iturralde del Pozo, destacando cómo Borgoñoz prestó servicios en Alcoy, descubriendo un arsenal de “los elementos de la extrema izquierda” y certificando que “fue expedientado por desafecto al Gobierno Rojo”. (27 de Mayo de 1939). (Según BOE de 29 de septiembre de 1936, Manuel Azaña firmaba la baja en el ejército republicano del teniente Iturralde, por “abandono de destino”, lo que prueba su afección a la causa franquista.)
- Aval del guardia Casildo Pardo Martínez, quien certificó igualmente el descubrimiento del arsenal de Alcoy, la afección a la causa franquista y el expediente por desafección al régimen rojo de Juan Borgoñoz, quien sufrió persecución por sus compañeros del ejército republicano. (25 de Mayo de 1939)
- Informe del guardia Bernardino Bou Salom, “falangista antes del glorioso alzamiento nacional”, que aparece en 1934 como directivo del “Sindicato regional Autónomo de obreros de la producción” fundado por la falange en Baleares. El guardia Bou, relata como el Sargento Borgoñoz le protegió cuando estaba amenazado de muerte en 1936 por su pertenencia a Falange.(25 de mayo de 1939)
- Informe del guardia Manuel Chulvi Vidal, quien hace constar como Juan Borgoñoz era “acérrimo enemigo de la chusma marxista” y su expediente por desafección al régimen republicano. (27 de mayo de 1936)
- Petición de 7 miembros de la Brigada de Investigación del Ejército del Norte en Valencia, entre ellos de nuevo los guardias Chulvi y Pardo, solicitando el traslado de Juan Borgoñoz desde Medinaceli a Valencia, ya que en dicho caso “cooperaría eficazmente a la aportación de datos sobre elementos marxistas destacados, pendientes de depuración…”. Uno de los firmantes de dicha petición sería recordado en innumerables ocasiones por Carmen Borgoñoz dado lo inusual de su nombre: Lorenzo Lorenzo Lorenzo (31 de Mayo de 1939)
- Segundo informe firmado por Manuel Iturralde, con la misma exposición (5 de Junio de 1939)
- Segundo informe firmado por los mismos guardias (entre ellos Don Lorenzo), y tercero de los guardias Chulvi y Pardo, destacando la “incesante propaganda que Juan Borgoñoz hacia entre ellos mismos cuando estaban a sus órdenes en favor del glorioso alzamiento nacional” (5 de junio de 1939)
- Interesante carta manuscrita con el testimonio de Mariano Carmín Martínez, Presidente de la Comisión Gestora del Ayuntamiento de Valdueza (Cuenca), quien responde a “lo ordenado por el señor juez instructor de Medinaceli”. Presta testimonio en dicho documento Doña Eloína Rodríguez Muñoz, soltera sobrina de un sacerdote con quien convivía y que según su testimonio “no tenía ningún secreto con Juan Borgoñoz”, “quien estubo ospedado (sic) en su casa desde noviembre de 1937 hasta enero de 1938” “mientras era jefe de las fuerzas rojas de asalto en esta localidad”. Dña Eloína declara cómo Juan Borgoñoz hizo frente a los violentos, y cómo desobedeció las órdenes de “un capitán rojo del estado mayor, quien ordenó a los ganaderos la evacuación de esta villa, y tan pronto se marchó el capitán del pueblo, ordenó el Sr. Borgoñoz a los ganaderos que siguieran con las ganaderías en su término haciendo caso omiso”. También narra cómo permitió huir a zona nacional a dos huidos de la zona roja “humildes, indocumentados”, dándoles un pase para ello. “Por su actuación en este pueblo, es merecedor el Sr. Borgoñoz que se decrete su libertad y se incorpore a su destino”. (5 de Junio de 1939)
El 9 de junio de 1939 se decretó su libertad provisional, aunque se supone que ya gozaba de alguna medida de atenuación de la prisión provisional, pues el 10 de Junio de 1939 “se amplía la libertad de la que disfruta el encartado para que pueda trasladarse por sus medios a su domicilio en Valencia, calle Finlandia número 3 pral 2ª” con la obligación de presentarse cada lunes en el juzgado.
Juan Borgoñoz cumplió con su
obligación semanal, dándose fe de ello entre el 19 de junio y el 10 de Julio de
1939, hasta que el 17 de Julio el juez instructor Sotero Murguía Iglesias
remite el sumario al Auditor de Guerra de la 5º región, sin haber observado ninguna
conducta delictiva y habiendo otorgado la libertad provisional del encartado.
El 2 de Diciembre de 1939, se
expide un certificado por el que Juan Borgoñoz se encuentra “pendiente de reingreso en el cuerpo de la
Guardia de Asalto por no haber aparecido cargos contra él mientras ha
permanecido en la zona roja”.
El 4 de Diciembre, tras declarar
que su ascenso a Alférez fue determinado por votación de “sus compañeros derechistas por estar en libertad provisional y vieron
una garantía para ellos en su elección” se “propone el sobreseimiento y archivo provisional de las presentes
actuaciones”.
El 11 de Diciembre cesa la
prisión atenuada que sufría, y tres años después tras unas Navidades
presumiblemente tranquilas, llega como regalo de reyes, el 5 de Enero de 1943
el archivo definitivo de las actuaciones contra Juan Borgoñoz Mateo. (Pag 93)
Todo había terminado.
Juan Borgoñoz llevó desde
entonces una existencia más o menos tranquila, incorporándose de nuevo en la
Policía Armada de Franco, sin más represalias, lo que permitió vivir una
posguerra junto a su familia que, aunque dura, fue más llevadera que la de
otros excombatientes cercanos. Durante dichos años se mostró una persona
inquieta en los negocios, sin suerte en ellos, y también inquieto en sus
relaciones amorosas, en las que consta más éxito, aunque causando gran
desasosiego en su familia.
El testimonio de los hechos
relatados por su hija Carmen Borgoñoz durante tantos años, se han demostrado
fundamentalmente ciertos, a pesar de lo excepcional de la actuación de una
persona que se enfrentó a circunstancias que amenazaron su vida tomando
decisiones sin dejarse llevar por la angustia o el pánico. Tomando decisiones
orientadas a la compasión de las que sin duda se sentiría orgulloso, como así
se sintieron sus descendientes.
Murió en Valencia en 1968.
Epílogo
Con fecha de 18 de Noviembre de
1944 se designó al juez Rafael Gómez del Valle y Rojas, para la revisión de
este procedimiento. El resumen de cargos fue que Juan Gorgoñoz Mateo (sic) de “antecedentes izquierdistas durante la pasada
rebelión fue salgento (sic) profesional de asalto prestando servicios de armas
en el ejército rojo alcanzando la graduación de teniente”.
El 28 de Marzo de 1947 se archivaron
definitivamente las actuaciones.
Imágenes por Sant Llorenç de Morunys,
destinado allí en acciones contra el maquis.
Imagen en los años veinte y previos