03 enero, 2011

TRES O CUATRO BUENOS FINES DE FIESTA

PARA QUE YO ME LLAME ÁNGEL GONZÁLEZ

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...

Ángel González (Áspero Mundo, 1956)

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UNIVERSO

He amado el fuego, el sol y las estrellas.
He amado el mar, las islas y la arena,
las montñas en pie, las cordilleras
y las viejas llanuras de la Tierra.

He amado el cielo azul, la masa de la piedra,
la joya de la sal y el agua que serpea;
la nieve y el carbón, la Luna llena,
la lluvia, ciertas nubes, ciertas nieblas,
amaneceres lentos, ciertas puestas
de sol. Y las tormentas.

He adorado los bosques y la hiedra,
las amapolas mágicas, la esfera
universal de la naranja
y las hojas de hierba.

Amé el metal gastado y la madera
limada por las manos; y las huellas
de las generaciones en las sendas;
y el fósil genital de las cavernas
con el filo del hacha y la silueta
mineral del bisonte. Amé la rueda
y el eje y la palanca. Amé las cuerdas
que sujetan los vientos y las velas.

He amado una alta torre, una escalera,
una campana, una ventana abierta,
canciones recordadas y banderas.
Y un reloj. Y una llave. Y una puerta.

Juan Mollá (1928)

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EL VIAJE DEFINITIVO

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
Y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
 
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincon de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espiritu errará, nostalgico.

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
 
Juan Ramón Jiménez (Canción, 1935)