04 octubre, 2006

MI QUERIDO, MI VIEJO, MI AMIGO...

Seguimos con más parásitos. Ahora, tras las pulgas, los tricocéfalos (Trichuris trichiura), unos minúsculos gusanitos redondeados, cuyo tamaño de adulto no es mucho más que el de un hilo, que vive en los intestinos, en donde se apaña para poner sus huevos de manera que salgan con las heces, donde se desarrollan e infectan después a otros individuos. Así vive.
Su registro arqueológico tenía hasta hace poco una antigüedad máxima que no parecía sobrepasar el Neolítico. Sin embargo, en los últimos años, y por todo el mundo, se han hallado huevos o restos suyos datables en el Paleolítico final. Tal como pasó con las pulgas, lo más seguro es que los tricocéfalos pasaran a los seres humanos a través de animales no domesticados, en un momento muy antiguo.
Un ejemplo de estos hallazgos es el efectuado en Gales (Reino Unido), con una datación de hacia el 5000 aC aproximadamente. Antes, los restos europeos más antiguos estaban en Holanda, con una antigüedad de hacia el 3500 aC. Uno de los europeos de entonces que lo portaron fue Ötzi, el llamado hombre de los hielos, descubierto en un casi perfecto estado de momificación por congelamiento en el año 1991 en un glaciar de los Alpes italianos, donde murió hacia el 3300 aC.
Este gusanito está acreditado así mismo en Sudáfrica, donde se han podido identificar sus restos más antiguos hacia el 8000 aC, o en el propio continente americano, donde en Brasil hay restos datados hacia el 6000 aC. También se han hallado sus trazas entre los indios pueblo de Arizona (EEUU) o en el norte de Chile, mostrando su gran difusión no sólo en el tiempo, sino también en el espacio.
Sus dataciones más antiguas, pues, están en África, pero las fechas que nos proporciona América son similares. Estos animales, por tanto, no llegaron al Nuevo Mundo tras el descubrimiento, sino muchísimo antes. En realidad, hemos compartido muchas cosas desde siempre, aunque por desgracia pocas que sean realmente de agradecer.
¿Y cómo llegaron a América? Para algunos, no pudo ser por Bering, dado que estos parásitos no son amantes del frío y necesitan temperaturas cálidas en el suelo para desarrollarse entre las heces. Según dichos autores, la fría Beringia glacial no debía ser el lugar adecuado.
Pero no hay certezas. Ante la dificultad de pensar que pudiera haber existido una vía alternativa más cálida por mar muy al sur de la de Bering hace mucho más de 10000 años mediante barcos (cuyo uso no se descarta por Bering, pero sí a medida que bajamos de paralelo) por el Pacífico o por el Atlántico —de lo que no hay pruebas—, seguramente es más racional deducir que probablemente también el tricocéfalo se lo montó de alguna manera para cruzar por Bering en el intestino de los primeros americanos. En todo caso, el mero sugerir es más fácil que el demostrar.
Y es que el largo período que duró Würm II (11000 años, que finalizaron hacia el 12000 aC) o las glaciaciones anteriores, seguro que dio para todo. Incluso para intercambiar parásitos, en un primer intento de la naturaleza de demostrarnos que, nos guste o no, somos sólo una única especie humana, más allá del color de nuestra piel o del tipo de nuestra cultura o ideas.

Alfonso López Borgoñoz

(A publicar en Tecnociencia núm. 7, noviembre 2006)

MALAS PULGAS

Hace un mes hablábamos, en general, de los malditos parásitos en la antigüedad.

La pulga humana (Pulex irritans), surgió probablemente en el Nuevo Mundo en algún momento indeterminado, como fruto evolutivo de una de las especies de pulgas que abundaban por aquellas tierras. No hay certeza sobre el último animal sobre el que se ‘alojó’ y la transmitió a los humanos. Antes se creía que habían sido los pecaríes (en cualquiera de sus tres especies), pero actualmente la hipótesis más seguida es la que las liga a las cobayas o conejillos de indias (Cavia porcellus).
En cualquier caso, tras llegar al hombre (quizás por la zona andina o amazónica), desde allí se desplazó por toda América sobre sus hospedadores de dos patas, pudiendo posteriormente cruzar el estrecho de Bering en dirección a Asia y viajar desde allí hasta África y Europa. Es tan bonito conocer mundo, debió pensar.
Si la pulga es americana, y se encuentra en Europa antes de Colón, tuvo que pasar en algún momento anterior al final de la glaciación de Wurm por el llamado puente de Beringia, que se supone unió Alaska y Siberia en dos momentos, el primero entre el 34000 aC y el 30000 aC y el segundo desde el 24000 aC hasta el 17000 aC (aunque es posible que lo hiciera bastante antes, ya que restos —aún bajo discusión— como los de Cerro Toluquilla —México— o Monteverde —Chile—, parecen quizás mostrar restos de hombres en América de hace más de 30000 años).
Ello haría remontar al Paleolítico Superior el momento en que la pulga empezó a usarnos como residencia y por tanto, mucho antes del Neolítico, como se creía, por ser ésta la época de la domesticación en gran cantidad de los animales, cuando la interacción entre hombres y pecaríes (o cobazas) fue tan próxima que hacía pensar que había facilitado el salto de las pulgas de una especie a otra.
Y, como hemos dicho, tras llegar a Asia ya nada las detuvo hasta alcanzar los confines de la Tierra, habiéndose hallado rastros de las mismas en excavaciones medievales por toda Europa, e incluso en Groenlandia, a donde debieron llegar con los vikingos. Luego, con Colón, volvieron a América otra vez.
Los restos más antiguos en el Viejo Mundo son, de momento, los que se han podido documentar en la antigua ciudad de los artesanos de Tell-el-Amarna (Egipto), durante los reinados de los míticos faraones Ajenatón, Smenjare y Tutanjamón (c. 1350 – 1323 aC).
En las excavaciones llevadas a cabo allí en los últimos años se han encontrado 39 especímenes de pulgas humanas. Incluso en una de ellas se ha encontrado la bacteria de la peste bubónica (Yersinia pestis), por lo que se cree que esta enfermedad tal vez surgiera aquí, entre las ratas del Nilo (y no entre las ratas negras, originarias de la India, que también conocemos con el nombre más prosaico de ratas de cloaca) a mediados del segundo milenio antes de nuestra era. La vida no debía ser muy cómoda en aquel barrio, además de las pulgas, los arqueólogos se han encontrado abundantes restos de chinches y moscas.
Y es que en Egipto, probablemente, hubo bastantes más cosas que el fascinante mundo de sus faraones y pirámides para la gran mayoría de sus habitantes.

La próxima entrega, será sobre los tricocéfalos, animal poco vistoso dónde los haya.

Alfonso López Borgoñoz
(A publicar en Tecnociencia núm. 6, sección 'Pretérito Imperfecto', octubre 2006)

POR SUPUESTO, MÁS PRESUPUESTO

Todos los premios Nóbel de ciencias de este año, todos, son científicos estadounidenses. En todos los campos. No sé si están en declive ante las modernas políticas europeas de investigación, fruto de múltiples y sesudas reuniones de expertos por todo nuestro continente, así como de viajes de estudio a países lejanos, pero, sin duda, no lo parece.

Mientras se acumulan declaraciones de las más altas instituciones del Parlamento Europeo y de cada Estado parte sobre la necesidad de apoyar los procesos de investigación, desarrollo e innovación (I+D+I) y mientras los principales líderes de cada país siguen hablando de grandes aumentos en sus inversiones en estos campos, nuestras universidades siguen descendiendo peldaños en el escalafón de la productividad científica mundial (o manteniéndose en el puesto ganado hace años gracias a la inercia de equipos fecundos).

Ello no se debe sólo al auge de otras universidades del mundo (aunque también lo sea), sino que la pérdida de competitividad nace del hecho de que en la mayor parte de Europa muchos de los que realmente sostienen el avance del conocimiento, que son los científicos de base -los que no sólo lucubran sino que llevan a cabo todo el control de la experimentación de la forma más óptima posible-, deben emigrar en búsqueda de una mejor perspectiva profesional. Hay dinero a veces para el número uno, pero se precisa también para el dos, el tres, el cuatro, ... la buena ciencia se hace en equipo. Y luego una industria que apoye.

Y, esta vez, los ganadores del Nóbel no han sido autores de otros países que se hayan nacionalizado estadounidenses, sino que es gente nacida y formada allí, con equipos, eso sí, llenos de europeos o de personas de otros continentes.

Cuando hablamos de ciencia, nos podemos plantear todas las posibilidades sobre cómo mejorarla, pero en ellas aparecerá siempre la palabra “dinero” (eso sí, bien distribuido). Los recortes y la imaginación no dan buenos resultados.

En España, pese al anuncio de la ministra de Educación y Ciencia de que el Gobierno aumentará en un 30% la cantidad destinada a I+D+I en los presupuestos del 2007 y que, por fin, se separará el gasto que se destina a investigación militar de la civil (para dejar de maquillar/esconder unas cifras por lo general patéticas), deberemos ver como queda ello realmente tras la aprobación de los mismos (y, sobre todo, tras su ejecución), y comprobar si avanzamos hacia la meta de alcanzar el dedicar el 2% de nuestro PIB a la ciencia en el 2010. El estar ahora en un magro 1,1%, hace que desconfiemos un tanto, pero bueno será dar un margen de confianza a nuestros gestores públicos para ver si esta vez sí.


Alfonso López Borgoñoz
(Publicado en
Astronomía, Editorial, noviembre 2006 )

MALDITOS PARÁSITOS...

La guerra contra nuestros congéneres ha sido constante a lo largo de la historia. Es innegable. Sin embargo, hay otro grave conflicto con el que hemos debido convivir desde nuestros inicios. Es el que nos ha enfrentado con nuestros parásitos naturales.
Lucha milenaria, mucha gente ha temido sus plagas y las enfermedades a ellas asociadas mucho más que a ninguna tropa enemiga. Es por esa razón que Lenin, en 1919, con un ejército rojo lleno de problemas por el tifus, hizo su famosa declaración: "O los piojos derrotan al socialismo o el socialismo derrota a los piojos".
En la antigüedad, su importancia y extensión fue también grande, probablemente más. Pero el saber acerca de ellos se complica a medida que nos adentramos en el pasado. No es fácil hacer un estudio arqueológico de estos ‘bichitos’ basándose en las pruebas físicas directas o indirectas (biomarcadores) que de ellos nos han llegado durante (o después de en el caso de los coprolitos, que son restos fosilizados de heces) su paso por nuestros antepasados.
Pero, pese a todo, es muy importante llevar a cabo esta labor, dado que el conocimiento de su existencia nos puede proporcionar una información abundante sobre muchas cosas, como hábitos alimentarios de la persona infectada, medio en el que vivía, sus desplazamientos, etc.
Gracias a muchos trabajos recientes nos hemos podido ir acercando mejor a los orígenes de la relación de los seres humanos con, por ejemplo, las pulgas o con diferentes tipos de gusanos intestinales. Y, así, descubrir su posible relación con los primeros pobladores de América.
Siempre se había pensado que muchos de estos pequeños seres habían pasado a los seres humanos a partir de los inicios del Neolítico, como consecuencia del mayor contacto que implicaba el proceso de domesticación de los animales y la convivencia que ello suponía entre nuestra especie y otras en un espacio muy próximo, lo cual facilitaba el que en un momento u otro surgieran las condiciones necesarias para el tránsito entre especies —en ambos sentidos— de los parásitos.
Pero tal vez esta suposición, como tantas otras, no sea correcta en muchos casos, dado que nuevas pruebas demuestran que muy posiblemente ya en el Paleolítico Superior, debido al ir y venir de humanos por el puente de tierra que unió varias veces Alaska y Siberia en los últimos cien mil años (y, en cualquier caso, antes del fin del periodo glacial conocido como Würm II, que es cuando se cree se abrió el estrecho por última vez), pudo haberse iniciado la relación con muchos de los principales parásitos que hoy conocemos. Y es que el haberlos datado a ambos lados del Atlántico antes de 1492 dC o de los viajes vikingos tiene eso, que obliga a tirar hacia atrás las cronologías.
Lo veremos en las próximas entregas, con la ayuda de pulgas y tricocéfalos.

Alfonso López Borgoñoz

(Publicado en Tecnociencia núm. 5, Sección 'Pretérito Imperfecto', septiembre 2006)