01 marzo, 2003

UNA VEZ MÁS, NO A CUALQUIER GUERRA

Creo que en estos últimos días he mirado al cielo más que nunca, contemplando cómo la Luna iba decreciendo día a día, menguando su pálida faz iluminada, y he pensado en las nulas posibilidades que hay que desde allí arriba se pueda contemplar alguna de las múltiples obras de los minúsculos seres humanos, aquí abajo.

He pensado, así mismo, en cómo una parte de los elementos que sustentan la vida llegaron del espacio, hace más de cuatro mil millones de años, y cómo esa misma vida surgió, trabajosamente, en el agua aportada por impactos de asteroides sobre nuestro castigado planeta. Precisamente, se ha abierto ahora un Centro de Astrobiología en Madrid, con fondos estadounidenses y españoles, para buscar trazas de vida en otros mundos. ¿Será la vida el bien más preciado del Universo?

He pensado, siguiendo ese hilo, en los astronautas que han fallecido en el accidente del Columbia y en si el esfuerzo valía la pena. Y he meditado, mirando a la Luna, pensando en la Tierra, que tal vez sí, que quizás sea necesario arriesgarse para ir aumentando el conocimiento, aunque ello no siempre sea evidente, y aunque haya errores y viajes en vano. También se dijo en su momento que los aviones no servirían para el transporte masivo de viajeros y que era una idea absurda el tener un ordenador en casa. Tal vez nuestro sino sea explorar siempre más lejos, tratando de llenar todos los huecos que nuestra sed de saber detecta.

He pensado cómo, sin duda, el espacio ha maravillado a las gentes de todos los tiempos, creencias y naciones, las cuales han sido capaces de soñar en subirse a un ingenio y elevarse sobre las nubes, más allá de la atmósfera, pese a que los riesgos sean enormes, y pese a que los argumentos de para qué sirve sean discutibles.

He pensado también en los recortes presupuestarios que la investigación está teniendo ahora en todo el mundo, en cómo ello ha afectado gravemente —incluso— a una agencia espacial como la estadounidense, y en cómo esos recortes han ido a incrementar, en muchos casos, enormes partidas de investigación militar espacial. Y eso no es bueno. Como escribía Rafael Sánchez Ferlosio, hace ya doce años, cuando el arco está tenso y la flecha preparada, a ésta no le queda sino que partir.

He pensado en la gente de Irak que le gusta también mirar esa misma Luna que yo contemplo ahora. ¿Se les verá a ellos, no a todos, sino sólo a esos, desde el espacio? La tecnología civil creo que no puede, pero sé que la militar sí lo hace, a cada momento (eso sí, sin discriminar a los que miran hacia el cielo o hacia el suelo), aunque no sea capaz de mostrar evidencias claras de armas de destrucción masiva. Al igual que en otras guerras coloniales anteriores, volvemos a oír la excusa civilizadora (de acabar con ese monstruo que, sin duda, es Saddam Hussein pero no con el siguiente que pongamos), como herramienta para propiciar la muerte preventiva de inocentes, de gente que en algunos casos sólo ansía mirar al cielo, sin acabar antes con nuestras propias armas, con nuestros propios ‘guantánamos’. Terrorismo es pensar que vale la pena castigar o matar a gentes que no tengan la culpa de nada, para lograr los fines políticos propios.

He pensado, y pienso, que no tiene sentido llorar a los muertos del Columbia, ni crear centros de exobiología, si somos incapaces de defender la vida en todos los casos, cuando pudiendo hablar es obligatorio hacerlo. Manos blancas. No a la guerra.

(publicado en Tribuna de astronomía y Universo, marzo 2003)